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Los norteamericanos y la moral | ||
Desgraciadamente para el gobernador de Carolina del Sur, Mark Sanford, Estados Unidos no es Italia. Mientras que, hasta ahora por lo menos, el primer ministro italiano Silvio Berlusconi ha logrado sobrevivir sin dificultades excesivas a una serie de escándalos sexuales involucrando a las mujeres jóvenes, cuando no adolescentes, con las que le encanta rodearse, que lo han convertido en el blanco predilecto de sermones de obispos católicos y en la envidia de los machos peninsulares, Sanford está en apuros debido a nada más grave que un affaire con una divorciada argentina. Aunque los resueltos a aprovechar la oportunidad para hacer caer al republicano insisten en que lo que más los indigna fueron el uso de dinero público para viajar a Buenos Aires y su intento de mantener secreto su paradero cuando estaba en nuestro país, de no haber sido por el ingrediente sexual el episodio no hubiera puesto en peligro una carrera política que, según sus compatriotas, era tan prometedora que podría culminar en la Casa Blanca. A diferencia de los italianos, que están acostumbrados a tolerar las "debilidades humanas" de sus dirigentes, acaso por suponer que no hay ningún vínculo directo entre la conducta privada y la moral pública, los norteamericanos son menos comprensivos, ya que a su entender quienes mentirían a sus familiares también lo harían al público. Si bien hoy en día quienes critican a hombres como Sanford niegan ser "puritanos" o "hipócritas", no cabe duda de que tradiciones estadounidenses en la materia son muy diferentes de las de los habitantes de los países latinos. La resistencia de ellos a distinguir entre lo privado y lo público ha servido para depurar una y otra vez a su clase política, marginando a una cantidad notable de presidenciables, entre ellos Gary Hart y John Edwards, y perjudicando mucho a personajes como el ex alcalde de Nueva York, Rudy Giuliani. Casi se vio expulsado del elenco político estable el entonces presidente Bill Clinton, cuya administración fue paralizada durante meses a causa de su relación con Monica Lewinsky pero, con la ayuda de su mujer Hillary, logró zafar de un juicio político manifestando su contrición. ¿Ha sido positivo tanto moralismo? No hay muchos motivos para creerlo ya que, de haberse aplicado en otros tiempos los criterios propios de la actualidad mediática, nunca hubieran llegado a la presidencia de Estados Unidos Franklin Roosevelt ni John F. Kennedy. Pero, claro está, medio siglo atrás a los políticos norteamericanos les resultaba fácil separar su vida personal de la profesional, por decirlo así, y la idea de que la ciudadanía tuviera derecho a ser informada de todos los detalles, por escabrosos que fueran, sobre la vida de los poderosos era tan ajena a los periodistas como parece ser en la Francia de Nicolas Sarkozy y, hasta ayer nomás, en la Italia de Berlusconi, donde últimamente la prensa se ha mostrado fascinada por la vicisitudes íntimas de la vida de su primer ministro y de las muchas mujeres que conforman lo que llama su harén. En este ámbito como en muchos otros, nuestro país se parece más a Italia que a Estados Unidos. Si bien los medios no se sienten tan cohibidos como sus equivalentes en algunas partes del sur de Europa, la opinión pública vacilaría en castigar a dirigentes por sus deslices privados: de haber sido un norteamericano el ex gobernador de San Luis y, por algunos días, presidente Adolfo Rodríguez Saá, su carrera política hubiera terminado en ruinas debido al episodio confuso que protagonizó en 1993 aun cuando no hubiera duda alguna de su inocencia, pero pudo continuar como si no hubiera ocurrido nada. Aquí, la mayoría propende a repudiar la teoría tan cara a los estadounidenses según la que es imposible confiar en la palabra de dirigentes que engañan a sus cónyuges, tal vez por encontrarla demasiado exigente, pero podría argüirse que la permisividad así supuesta es peligrosa porque políticos habituados a ver respetada su privacidad serán más proclives a ser corruptos. Es ésta la postura que han asumido los muchos norteamericanos que están reclamando la cabeza de Sanford, aunque cabe la sospecha de que su notoriedad actual se debe casi por completo al "interés humano" en un asunto que de otro modo no hubiera tenido tantas repercusiones. | ||
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