Según la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, el derrumbe estrepitoso del superávit fiscal en mayo pasado, mes en que se redujo un 85%, fue el resultado lógico de la crisis internacional, ya que el gobierno tuvo que aumentar drásticamente el gasto público para que no hubiera despidos masivos. Asimismo, la presidenta ha podido señalar que los gobiernos de Estados Unidos y los países miembros de la Unión Europea también están gastando sumas colosales de dinero en un esfuerzo por mantener a flote sus respectivas economías, de suerte que es perfectamente natural, e incluso ortodoxo, que el nuestro haya actuado de la misma manera. Comparte dicha tesis el secretario de Hacienda Juan Carlos Pezoa, el que hace un par de días reivindicó el colapso del superávit como si a su entender debiera festejarse aseverando que "es un resultado tremendamente positivo para la economía argentina, ya que estamos invirtiendo no sólo en el sostenimiento de la actividad sino también en el empleo", o sea que se trata de una estrategia muy similar a la elegida por el presidente norteamericano Barack Obama -y por su antecesor George W. Bush-, además de una serie de mandatarios en Europa, Asia y otras latitudes.

Aunque es innegable que las medidas anticrisis emprendidas por el gobierno kirchnerista se parecen a las ensayadas en el mundo desarrollado y en China, esto no quiere decir que la situación en que nos encontramos sea la misma. Por desgracia, el gobierno de los Kirchner no está en condiciones de permitirse tantos lujos como sus homólogos en el exterior, que cuentan con recursos mayores y, a pesar de todo lo ocurrido a partir del otoño boreal pasado, aún son considerados lo bastante competentes como para pilotear la economía en medio de una tormenta financiera y comercial feroz. Además de la caída del superávit fiscal que durante años fue motivo de orgullo para un gobierno que lo tomaba por evidencia de su sentido de responsabilidad, se han desplomado las importaciones, las que en mayo apenas llegaron a la mitad de las registradas en el mismo mes del 2008, y se ha intensificado todavía más la huida de capitales, que en el primer trimestre del año nos privó de 3.627 millones de dólares. Se trata de un fenómeno preocupante, puesto que conforme a las cifras oficiales el año pasado la pérdida neta fue de casi 12.000 millones de dólares. Si bien los voceros oficiales tienen forzosamente que hacer gala de su optimismo, ni siquiera los más triunfalistas podrían tomar la sangría así supuesta por evidencia de que "el modelo" disfruta de buena salud. Otra diferencia entre nuestro país y "el mundo" consiste en que los encargados de manejar las economías de los países más ricos no tienen por qué preocuparse por la inflación. Aunque según algunos gurúes les espera un tsunami inflacionario, por lo pronto sólo se trata de un peligro hipotético, no de una realidad existente que está socavando los ingresos de sectores cada vez mayores de la población y difundiendo una sensación de gran incertidumbre.

A juicio de todos salvo los irremediablemente comprometidos con la gestión kirchnerista, la razón principal del deterioro de las cuentas oficiales no consiste en los problemas provocados por la crisis externa, cuyo impacto en nuestra economía no ha sido muy fuerte, ya que aun antes de que estallara los vínculos de la Argentina con el sistema financiero internacional eran tenues y, por lo demás, los precios de commodities exportables como la soja se han mantenido relativamente altos, sino en las necesidades electorales de los Kirchner. Como sucedió en el 2007, al acercarse las elecciones el gobierno ha aumentado mucho el gasto público con el propósito de arañar más votos. Aunque los funcionarios del gobierno están procurando hacer pensar que sólo es cuestión de medidas anticíclicas equiparables con las que están en boga en los países ricos, la mayoría de los economistas independientes y empresarios da por descontado que después de las elecciones vendrá un ajuste recesivo. Puede que andando el tiempo los gobiernos de Estados Unidos y Europa también se vean constreñidos a dejar de inundar los mercados de cantidades inmensas de dinero, pero mientras tanto su margen de maniobra seguirá siendo mucho más amplio que el nuestro.