De entre las sombras, con un escenario apenas iluminado por una vela, aparece Gerardo Salazar. El Solista de la Orquesta Sinfónica de Chile, viene precedido del delicado sonido de un pequeño instrumento, una suerte de calimba. Como un rito donde se festejara el misterioso poder de lo frágil.
Pero no está donde todos lo buscan sino muy lejos de allí: viene del fondo del auditorio, caminando por el pasillo como un sacerdote. Como un mago que quiere envolver con su propia energía la humanidad de su público. No habrá un verdadero suspenso entre este hecho y el resto del recital que se irá encadenando como una novela bien relatada.
La delicada y solitaria cadencia del principio será reemplazadas por la intensidad de las obras interpretadas por Salazar y el Embable de Percusión Fundación Patagonia, apenas unos minutos más tarde. Entonces seremos parte del excepcional volumen que la percusión puede alcanzar cuando se la lleva hasta los límites.
El concierto de Salazar se desarrolló entre paroxismos. En el principio, tenue y sugerente con "Suspicasia" de Francois Lebert, e inmediatamente enérgico con "Remarks made of the cuff" de Adam Waite, "Raptures of undream" de Bruce Hamilton y "Flashbacks" de Efraín Amaya, para luego transcurrir por una obra suya, "Nomade" y, finalmente, "Mudra" de Bob Becker.
Es justo esto lo que un espectador del Festival Internacional de Percusión anda buscando. La posibilidad de ser sorprendido, provocado y trasladado a otros parajes sonoros. La oportunidad de terminar con un signo de pregunta y una sonrisa sobre la cabeza. Es que de la cotidiana cultura pop ya tenemos bastantes ejemplos.
Cambiar el lugar de la mirada, del oído en este caso, es bien en sí mismo. Salazar supo interpretar este deseo general. Escaló cumbres pocas veces vistas. Fue dulce y tirano. Pleno y mínimo. De su reino salieron colores nuevos. Bravo. (C.A.)