Hace pocos días falleció Ralf Dahrendorf, filósofo y politólogo nacido en Hamburgo (Alemania) y gran defensor de las ideas liberales. Como genuino representante de la modernidad y verdadero cosmopolita, fue capaz de ser ciudadano alemán y ciudadano británico al mismo tiempo. Director de la famosa London School of Economics durante muchos años (1974-1984), como político había sido viceministro de Exteriores de Alemania por el Partido Liberal alemán y luego aceptó ingresar en la Cámara de los Lores por los liberales-demócratas ingleses. En el plano ideológico demostró que es posible conjugar el liberalismo con una visión social de la economía.
Una de las ideas más fecundas desarrolladas por Dahrendorf fue la del "autoritarismo progresivo" que, aunque referida a Europa, es muy útil para interpretar ciertos fenómenos políticos recientes en América Latina. Analizando los casos de Italia con el primer mandato de Berlusconi y de Gran Bretaña durante la gestión de Tony Blair, Dahrendorf encontraba en estos gobiernos unos rasgos populistas comunes consistente en líderes que despreciaban la política, los partidos y el debate parlamentario porque preferían hacer referencia al pueblo para reivindicar su legitimidad. Ambos políticos actuaban como si la base de su legitimidad consistiera en la relación directa con el pueblo en lugar de utilizar la mediación de las instituciones de la democracia.
Es evidente que este modo de actuar se halla en sintonía con una tendencia bastante extendida en la modernidad, consistente en convertir a los líderes políticos en celebridades mediáticas, donde importa más el atractivo popular que las ideas. El peligro que veía Dahrendorf era que estos modos de ejercer el poder conducen lentamente a una situación de "autoritarismo progresivo". No es algo que pase en un instante, en el momento en que el líder conquista el poder, sino que es un proceso lento durante el cual el pueblo comienza poco a poco a aceptar que las decisiones no se tomen a través del debate parlamentario sino de modo menos transparente y muy personalizado.
Dahrendorf establecía una distinción importante entre totalitarismo y autoritarismo, señalando que no deben ser confundidos. El totalitarismo ha utilizado en el pasado técnicas análogas para llegar al poder, pero luego ha utilizado el poder para movilizar al pueblo por otros métodos. Justamente, el término "totalitarismo" fue empleado originariamente por el fascismo italiano -y luego por el nazismo- para hacer referencia a estos movimientos que pretendían englobar la totalidad del pueblo. En cambio en la actualidad, más que fenómenos totalitarios enfrentamos situaciones de autoritarismo, que deviene en progresivo en la medida en que va encontrando cada vez menos resistencia en la ciudadanía.
El autoritarismo progresivo se apoya en la apatía de una ciudadanía que acepta sin protestas la debilidad creciente de las instituciones que se diseñaron para protestar, como los parlamentos, los partidos de oposición o los medios de comunicación independientes. Apatía, señala Dahrendorf, no significa que la gente no vaya a votar; significa más bien que no ejerce un control informado, cotidiano y permanente sobre los asuntos públicos. Por consiguiente nos encontramos con una combinación de desinterés colectivo hacia la política con liderazgos populares que acumulan cada vez más poder.
Dahrendorf pensaba que esta tendencia era de larga duración y podía llevar al silencio del debate democrático. "Vivimos en sociedades que cada vez más pueden calificarse de ´democracias sin demócratas´ -afirmaba-, es decir donde los ciudadanos no ejercen su papel de ciudadanos". Una verdadera democracia hace difícil la vida de los que están en el poder, mientras que una democracia autoritaria les pone las cosas demasiado fáciles a los que mandan. De esta manera nos instalamos lentamente en un círculo vicioso, dado que la apatía alienta los comportamientos autoritarios por parte del poder y esto agudiza el declive de la cultura democrática.
La tendencia hacia el "autoritarismo progresivo" no se ha consolidado en Europa, donde el sistema parlamentario, propiciando partidos políticos fuertes, evita esos riesgos. Sin embargo, favorecida por nuestro presidencialismo, es hoy bien visible en algunos países latinoamericanos, entre los cuales Venezuela es tal vez el caso más elocuente.
Existe un eje de países próximos a la "revolución bolivariana" en los que lentamente se imponen las prácticas autoritarias. En otros, en cambio, como Chile, Brasil y Uruguay, la preocupación por una mayor equidad social no lo ha sido en desmedro de las formas y comportamientos democráticos. Para los observadores internacionales, la Argentina permanece en el medio, en una situación indefinida. No nos ven junto a Venezuela pero tampoco junto a Brasil. Sería un avance terminar con esta ambigüedad.
ALEARDO F. LARíA (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Abogado y periodista