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A cien años del nacimiento de Javier Villafañe, maestro titiritero | ||
Rodó por el mundo de la mano de sus muñecos y sus historias. Su genialidad hace que siga siendo un referente de la cultura nacional. | ||
Titiritero, poeta y narrador que se recreaba a sí mismo como personaje, Javier Villafañe, que este miércoles habría cumplido cien años, rodó por el mundo de la mano de sus muñecos y sus historias. Había nacido en Buenos Aires el 24 de junio de 1909, hijo de madre soltera y culta, que desde chico le supo transmitir el encanto de la literatura oral leyéndole los relatos de "Las mil y una noches". En sus escapadas del colegio conoció en el puerto de La Boca los pupi sicilianos, aquellas pesadas marionetas que representaban gestas épicas medievales ante los inmigrantes italianos. Unos años más tarde, se cruzó con otro poeta y titiritero, ya consagrado: Federico García Lorca visitaba Buenos Aires a fines de 1933 para presentar "Bodas de sangre" y realizó en el hall del teatro una histórica función para amigos -entre ellos Villafañe- de sus célebres títeres de cachiporra. No fue el único artista influido por el carisma lorquiano, pero para Villafañe significó un impulso adicional para echar a rodar "La Andariega", la carreta que ya había adquirido junto a un amigo poeta para salir a recorrer el país como titiritero. El retablo ambulante tirado por una yegua lo llevó a esparcir por todas las latitudes argentinas las historias presentadas por Maese Trotamundos, su alter ego titiritesco y maestro de ceremonias de las funciones de "Juancito y María", "El caballero de la mano de fuego", "El pícaro burlado" y tantas otras de sus obras devenidas en clásicos del repertorio de los titiriteros. En estas giras puso en movimiento -tal como García Lorca lo hiciera con él- a jóvenes que se convirtieron en referentes de la segunda generación de titiriteros argentinos, entre ellos a los hermanos Héctor y Eduardo Di Mauro, en Córdoba, y en Mendoza a Ariel Bufano, creador luego del Grupo de Titiriteros del Teatro San Martín de Buenos Aires. Más adelante, el espíritu trashumante que ya no lo abandonaría más -y un premio literario que le permitió mecanizar el carro- llevaron a Javier Villafañe a saltar fronteras, a Chile, Bolivia, Paraguay y después Perú, Ecuador y Colombia. Siguieron los saltos oceánicos para recorrer Europa e incluso llegar con sus títeres a China. Una de las tantas dictaduras argentinas, que había censurado uno de sus libros, siempre irreverentes, lo empujó a radicarse en 1967 en Venezuela, donde formó nuevos titiriteros trabajando para la Universidad de Los Andes. Sus títeres conocieron entonces el Caribe y el Amazonas. Juntos planearon títeres y titiritero una nueva gira en carromato, en uno del año 1700, siguiendo las huellas de un antiguo personaje de similar pasión por la aventura: el Quijote de la Mancha. La mula Montañesa arrastró esta nueva versión de La Andariega por los caminos manchegos, partiendo de Armagasilla, donde supo escribir las primeras páginas de su obra maestra Miguel de Cervantes, estando preso por deudas o por piropear a una joven, para seguir por Tomelloso y los pueblos de molinos al viento que había recorrido el Caballero de la Triste Figura. De retorno en la gran urbe madrileña, Villafañe fue recibido por el rey Juan Carlos. El titiritero admitió ante el monarca que era la primera vez que tocaba a un rey de verdad, a pesar de haber manejado en su vida muchos reyes, princesas, diablos y ángeles. "Es mi oficio, Su Majestad", dijo el titiritero. El rey, que algo intuía también de los avatares del oficio de su interlocutor, le dijo al despedirse que como seguramente no poseía coche, le ofrecía el suyo, con su chofer, para salir de La Zarzuela. Villafañe le pidió al conductor pasar por el barrio tocando bocina, para que los amigos lo vieran convertido en personaje real, pero era la hora de la siesta y ninguno vio esa escena. De retorno a la Argentina, tras instalarse la democracia en 1983, pasaba de escenario a escenario con sus retablos ambulantes más despojados, el "Teatro que camina" y el "Teatro Paraguas", montados en torno a su propio cuerpo, desplegando siempre su singular don narrativo y la maestría de la manipulación del títere de guante, con su impronta fugaz y a la vez contundente. "Un titiritero puede abandonarlo todo, pero nunca, jamás a sus títeres", decía. Javier Villafañe emprendió su último viaje, seguramente con Maese Troramundos, el 1 de abril de 1996. Fuente: DPA
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