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  Martes 23 de Junio de 2009  
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  El lenguaje  
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El 1 de junio, Héctor Ciapuscio inauguró el mes con una irónica crítica de la vulgarizada sociedad inglesa. "Nuestra cultura -¿qué nos ha quedado de ella?"- se pregunta Anthony Daniels ante la invasión de la vulgaridad en la fina cultura de la atildada aristocracia británica. Alguien definía a un gentleman inglés como un señor que, estando solo en el desierto, pide perdón por estornudar. En cambio ahora, la vulgarización, la vulgaridad de las masas se ha apoderado de la fina e hipócrita cultura victoriana. ¿Quién hubiera creído posible que 120 años después de que Oscar Wilde fuera condenado a trabajos forzados por ser homosexual, se hubiera podido casar con su amante Bosie? ¿Quién, hace cincuenta años, hubiese imaginado a los hooligans futboleros armando lío y dejando tal mal a la tradicional flema inglesa? De paso, ¿a dónde fue a parar esa flema?

Las sociedades cambian con los tiempos y no solamente en Gran Bretaña -también entre nosotros y entre los cultos europeos-. Los estadounidenses no, su cultura siempre fue vulgar? Las sociedades cambian, en muchos sentidos: en cualquier sentido. El orden y la elegancia imperaban en las clases altas cuando la así llamada democracia estaba en manos de los patrones, que decidían a lo bruto lo que el peón debía votar. Luego, ya no eran los patrones, ni había una ley que definía a los propietarios como los únicos ciudadanos con derecho a voto -a partir de entonces comenzó a predominar el clientelismo-. En Inglaterra fue igual: cuando se creó el Parlamento más antiguo del mundo con la aceptación del rey Juan sin Tierra de la Magna Carta en 1215, los miembros de ese órgano eran los nobles, la democracia resultaba muy relativa, aunque el poder del Parlamento debía ser tenido en cuenta por el rey e hizo posible la revolución burguesa de Oliver Cromwell en 1648, que ocurrió ciento cincuenta antes y fue mucho menos sangrienta (y conocida) que la Revolución Francesa de 1789. Esa revolución, claro, también le costó su cabeza al rey Carlos I, como más tarde a Luis XVI. En cambio, sentó las bases para que, aprovechando los doblones robados a los españoles que, a su vez, se los habían robado a los amerindios, Inglaterra empezara su revolución industrial 100 años antes de las demás potencias, una ventaja que resultó decisiva.

Decimos que la de Cromwell fue la primera revolución burguesa aunque sus actores casi todos eran nobles; así como la revolución francesa fue burguesa aunque sus actores, esta vez, fueran los pobres. Así es cómo la burguesía actúa: aprovechando los líos creados por los demás. Lo mismo no ocurrió en la conquista de América: no se puede decir que los conquistadores fueran burgueses, sino aventureros con un tremendo coraje físico pero sin entrañas morales. Como eran aventureros y no comerciantes, malgastaron o se dejaron robar casi todo, como aquel que dilapida su fortuna mal adquirida con putas y alcohol. Pero los españoles no sólo fueron corajudos: también supieron aprovechar estratégicamente las desavenencias que existían en el seno de las civilizaciones americanas.

Todos querían ser gentilhombres, hidalgos. Recién los jacobinos -incluso los que defendían las tesis de aquellos en una América de la que sólo conocían sus capitales- intentaron, con mucha sangre pero sin éxito, imponer los lemas de la Revolución Francesa y la cultura europea. Sea ello como fuere, se tardó varios siglos más hasta que el yugo cultural burgués fuese quebrado a partir del fin de la Primera Guerra Mundial y más aún, de la Segunda, que con el fracaso cultural de la Revolución rusa trajo al centro de la escena la comercialización de la vulgaridad.

Esta comercialización no fue espontánea. He dicho repetidas veces que el subdesarrollo surge de una cultura dominante mal digerida, que destruye la cultura autóctona pero no la reemplaza sino que la hibridiza. Más allá de eso, las culturas evolucionan, una vez que se les suelta el cinturón de castidad que el régimen colonialista impone a los colonizadores -que deben dar el ejemplo- como a los colonizados, a quienes impone un molde de los que es "civilizado" a la imagen de los colonizadores. No es que de esa imposición no puedan surgir maravillas como el "barroco colonial" introducido sobre todo por los jesuitas.

Sin embargo, la vulgaridad estaba implícita en el surgimiento de una cultura popular subdesarrollada, que surgió a la luz una vez quebrada, primero la sociedad autóctona americana y después la sociedad oligárquica europeizante por la sociedad de masas a la que hacía referencia Ortega y Gasset. Pero el arte espontáneo de las masas populares -tanto las europeas como las latinoamericanas o africanas- no era vulgar, sino popular. Pero lo que nos fue impuesto por la sociedad mediática no fue la cultura popular sino un híbrido mediocrizado.

Este molde se rompió, pero fue reemplazado por uno aún peor: el molde comercial. Éste es mucho más efectivo que el molde colonial, porque no sólo sofoca las expresiones populares sino que les superpone una matriz tecnológica omnipresente peor que la conquista militar: la conquista cultural. No se trata de la supresión de la cultura popular, sino su reemplazo por una cultura foránea que se oculta detrás de adjetivos locales y logra su objetivo mejor que el colonialismo cultural, porque lo hace desaparecer de la conciencia. Su representación típica es el engendro del "rock nacional". Éste es una forma de expresión artística basada en la historia cultural de los EE. UU. Al ponérsele un adjetivo, queda nacionalizado. Eso sí que destruye definitivamente la cultura popular, por suerte el renacimiento del tango y aun la "cumbia villera" le hacen frente.

La grosería chabacana es otro de los moldes rotos. El uso de groserías y la pobreza del lenguaje en los medios es cada vez más notable y, junto con la pésima educación formal que los jóvenes reciben en la escuela formal, destruye el lenguaje así como el resto de la cultura. Un aspecto no menor es la proliferación cada vez más indecente de palabras inglesas en nuestro lenguaje. Muchas veces, esas palabras ni siquiera son correctas, porque son consecuencia del snobismo y del entreguismo, no de la infiltración o de la conquista. Una liquidación ahora es "sale" y un descuento, "off" como un conocido insecticida. Es un fenómeno común en Centroamérica, tan cerca de los EE. UU., donde cuando se estaciona un vehículo, se "aparca el carro". Pero, tal como el rock, ahora nos ha alcanzado.

Los "medios" tienen una culpa enorme en este fenómeno de desculturización. La ortografía ya pasa a segundo plano y los docentes ni se toman el trabajo de corregirlas, tal vez porque ellos mismos la ignoran. Pero como los diarios economizan correctores, puede pasar cualquier cosa.

No se trata, en general, de una popularización del lenguaje. Es evidente que, en muchos casos, se trata de un sinceramiento. En Argentina usamos el "vos" y no el "tú" y tanto en la escuela como en la televisión y en los envases de los productos de almacén se impone el lenguaje popular. Este tipo de derivas ocurre en todos los idiomas, y el "tú" o el "usted" desaparecerán del dialecto argentino así como el "thou" desapareció del inglés.

Los lenguajes evolucionan, y en realidad ello es normal. Cicerón seguramente se hubiese escandalizado al saber que del latín habían surgido lenguas tan diferentes como el portugués, el español, el catalán, el francés, el provenzal, el italiano, el ladino, el romance, el rumano? cada una con influencias germanas, eslavas, gaélicas? Igualmente el castellano latinoamericano, donde un chileno puede hablar con un argentino sin entenderse. "Propongo una cosa caballa", dice el chileno: "hagamos una vaca para comprar una burra y sacar a pasear a las cabras". ¿Cachái? Y sin embargo, le dicen "gásfiter" al plomero. ¿Aún hablamos el mismo idioma?

 

TOMÁS BUCH (*)
Especial para "Río Negro"

(*) Tecnólogo generalista


TOMÁS BUCH

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