VALCHETA (ASA).- Hay una magia que descansa en las manos de los antiguos pobladores de Valcheta, que va renovando su ímpetu de generación en generación y elige una fiesta popular para dejar en claro que la estirpe de los mejores artesanos eligió las márgenes del pequeño arroyo para perpetuarse.
Las manos de los artistas locales, ya sea que hayan elegido pulsar los hilos de un telar y colorearse junto a sus prendas al teñirlas con los pigmentos que el monte esconde entre sus plantas, o cincelar troncos y maderas sobre las caprichosas formas que la naturaleza les ha dado, parecen presas de la misma actividad incesante que atestigua el murmullo del agua que fluye alimentando la vida del paisaje.
Ese susurro es el que se acrecienta entre los artesanos cuando se les pregunta por sus piezas. Acercándose a su obra activan sus voces y sus manos para develar los secretos de su arte, dejando atrás un mutismo que de otro modo sería imposible quebrantar. Así se entiende que para ellos hablar de sus tejidos o de sus tallas es proyectarse a la infancia, es recordar las recorridas junto a sus hermanos para buscar los yuyos que iban a teñir de amarillo o de marrón la lana surgida del vellón, que nació de la esquila realizada por sus padres, y luego se transformaría en una matra que de sólo mirar aprendieron a hacer, siguiendo las manos de sus madres en el telar.
"Mi mamá tejía primero para nosotros, porque entre varones y mujeres éramos 15 en total, y después para vender en Chipauquil y otros lugares, porque teníamos pocos animales y la lana de las ovejas y los guanacos era la que se usaba para trabajar, teñida con las jarillas que hervíamos hasta que largaba el amarillo en el que remojábamos los hilos, que podían ponerse marrones cuándo usábamos otros yuyos del campo, que mi papá y ella nos enseñaban a distinguir", relata Clorinda Huenchupán, una tejedora de 82 años que fue una de las homenajeadas en la apertura de la tradicional "Fiesta Nacional de la Matra y las Artesanías".
Fue una vecina de un poblado cercano a la meseta de Somuncura -de la que es nativa- la que le hizo descubrir a Clorinda que los sencillos ´listados´ que componían la trama de las prendas de telar realizadas por su madre podían convertirse en piezas únicas, combinando colores y formas de manera insospechada.
"Esa señora nos vino a visitar a caballo, cuándo yo era muy chica; a mí me pidieron que desensille al animal que había traído y cuando fui, vi que cargaba matras con bordados y dibujos. Me quedé un rato largo mirándolas para encontrarles la vuelta de cómo estaban hechas, y después agarré mi telarcito y empecé a probar hasta que pude imitarlas", relata la anciana. Desde entonces Clorinda se convirtió en una tejedora experta y obtuvo su reconocimiento como artesana cuando al enviudar eligió radicarse con sus nueve hijos en Valcheta.
"Primero fui cocinera, planchadora y otras cosas, pero cuándo una señora de la municipalidad me vio haciendo una matra empezó a buscar a otras tejedoras y se armó un taller de artesanías. Un grupo de varones hacía sogas de cuero y tiento y Martina Chico, Dominga Colombín, Sofía Huinca, Justina Raileff y yo tejíamos", cuenta la artesana, recordando así la creación de la primera sede local del ´Mercado Artesanal´ de la provincia.