Dicen que el mal de muchos es consuelo de tontos. Pero cuando uno necesita imperiosamente un consuelo para no suicidarse, cualquiera le viene bien. Es lo que me propongo poner en práctica en esta nota, después de desistir de escribir sobre los millones de desocupados e indigentes porque de nada sirve recorrer las cifras que, de tanto en tanto, se publican al respecto.
Me da lo mismo, después de encontrarme con esos datos durante muchos años, que, por ejemplo, los desocupados no paren de aumentar de dos millones a cinco y de cinco a diez. Y que parejamente aumenten la delincuencia, el narcotráfico, los precios, los crímenes cometidos por menores, los menores que mueren en incendios de viviendas precarias, el déficit de viviendas, los cortes de rutas que preocupan a Jorge Sapag, la prostitución, la corrupción, los políticos que despliegan cautivantes sonrisas y besan niños pobres, las encuestas que favorecen a quien las paga, los curas pedófilos y las chicas y chicos que desaparecen.
Se me ocurre, y aquí viene el consuelo del tonto, que estos males aquejan también, pero en una dimensión mayor, a países cuyas economías arrojan buenos resultados, como China y la India. Ni hablar de otros países africanos y asiáticos donde las hambrunas son algo natural como la lluvia o el viento.
Es, no obstante, un pobre consuelo si nos comparamos con países de esas latitudes, porque la Argentina, vamos, es un país europeo. Y como los países europeos están lejos hoy, asediados por la crisis global y la invasión migratoria, de ser un modelo, basta con mirarlos para sentirnos un poco mejor.
De migración europea, aquí tenemos de todo. Mucho más en estas provincias patagónicas, donde se abrió el camino a los inmigrantes cuando el Ejército acabó con los indios rebeldes, la Iglesia convirtió al catolicismo a los que se sometieron y la inversión -externa e interna- construyó ferrocarriles, diques y canales de riego. Pero, como cualquiera sabe, el mayor número de los que huyeron de sus países fueron españoles e italianos.
De Italia, comenzando por el Imperio de César y Augusto y pasando por el Renacimiento, Federico Fellini y Vittorio Gassman, teníamos de sobra para enorgullecernos. Pero ahora, con Silvio Berlusconi votado por la mayoría del "popolo" para gobernar el país, quienes descendemos de abuelos que vinieron aquí a "hacer la América" no podemos menos que enrojecer de vergüenza. Pero nos sirve de consuelo el saber que cualquiera de nuestros presidentes es un santo comparado con "il cavaliere".
De Carlos Menem hay muchas habladurías -y cada vez más- pero nunca que pagaba chicas para que participaran de orgías en Anillaco, como lo hizo Berlusconi en su villa Certosa de Cerdeña, a dos mil euros más pasajes y gastos cada una. Todo lo más que podrá decirse de nuestros primeros mandatarios es que uno que otro -como, tal vez, De la Rúa- tuvo mucho éxito con las mujeres, pero nunca que haya faltado a la ética conyugal.
En la otra patria, la primera, nada tenemos que decir de su jefe de Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, a la vez líder del partido fundado por Pablo Iglesias que todavía, por inercia, se llama Socialista Obrero. Tampoco, en lo personal, hay motivos para objetar a su antecesor, José María Aznar, cuyo look no le da para galán. Sí, mirándolo bien, su pertenencia a un partido heredero del pensamiento del Caudillo de España por la Gracia de Dios, el Generalísimo Francisco Franco, único caso en Europa en que uno de esos dictadores de la primera mitad del siglo XX haya dejado cría.
Del terror sembrado por el Generalísimo resulta hoy, a más de 30 años de su muerte, que según una lista que hizo publicar el juez Baltasar Garzón haya 144.000 desaparecidos en España, todos presuntamente fusilados y sepultados en fosas comunes. Una investigación del gobierno catalán nos dice ahora que sólo en Cataluña se han localizado 179 de esas fosas, en las que yacen los huesos de nueve mil republicanos. Con sólo el voto en contra del partido de Aznar, todos los demás votaron una ley que propicia la localización e identificación de esos desaparecidos.
Eso, un año después de que el parlamento español aprobara la ley de Memoria Histórica, también con el voto en contra del partido Popular, que como podemos imaginar sin demasiado esfuerzo habló a favor de la reconciliación y la paz con el apoyo de la jerarquía clerical de la península. Con la recuperación de la memoria se podrá llegar a la verdad. No a la justicia, porque ya es tarde.
Por el contrario, en este precario país podemos querernos un poco porque, después de tanto gritar por la verdad, el juicio y el castigo, algo hemos logrado. Es un tesoro del que muy pocos pueblos pueden disfrutar.
JORGE GADANO
jagadano@yahoo.com.ar