Viernes 19 de Junio de 2009 Edicion impresa pag. 26 > Debates
K y la Argentina del primer centenario
A pesar de que el ex presidente cuestiona el orden conservador de principios de siglo XX, muchas de sus prácticas políticas se le parecen.

Por MARCELO PADOAN

mpadoan@fibertel.com.ar

En la última parte del siglo XIX, la Argentina llevó adelante un exitoso proceso de modernización, el cual fue tramitado por un grupo de hombres conocido como la generación del ´80, cuya figura política más importante sin duda la representó el general Julio A. Roca. Esos hombres tuvieron un sello ideológico invariable: "Eran liberales, admiraban el pensamiento de Alberdi, aborrecían la anarquía y el despotismo, creían en las virtudes de la educación, deseaban abrir el país a los capitales, los hombres y las ideas del exterior para colocar a la Argentina en el ritmo del progreso contemporáneo". Así los definió Félix Luna en su ya clásica biografía "Soy Roca".

Por lo tanto, la Argentina arribó a su primer centenario habiéndose convertido, en el término de una generación, en un país moderno. Dejaba atrás, de esta forma, un pasado caracterizado por el atraso económico y social.

Con este avance, el país tomaba distancia de sus vecinos latinoamericanos pero también superaba a muchos países europeos -como España, por ejemplo-, que todavía no poseían el grado de desarrollo que hoy los caracteriza.

Las fiestas del primer centenario trajeron a innumerables visitantes extranjeros. Uno de ellos fue el profesor español Adolfo Posada, quien en su libro La República Argentina plasmó su impresión sobre nuestro país.

La mirada de Posada, por cierto, es una mirada maravillada sobre ese proceso de modernización que tan exitosamente se había llevado a cabo en estas tierras. La Argentina se convertía, según su parecer, en un ejemplo a seguir para esa España todavía retrasada en la carrera del progreso.

Unos pocos años más tarde nos visitó también José Vasconcelos. Su mirada sobre la Argentina puede seguirse en su libro La Raza Cósmica, cuya primera edición es de 1925. Demos la palabra a este escritor mexicano, quien así describía a la ciudad de Buenos Aires:

"El tráfico nutrido se desborda por un centenar de avenidas y confirma la impresión de la gran ciudad, impresión que para un mexicano es motivo de consuelo y de orgullo: de consuelo porque nos demuestra que puede haber civilización aun allí donde no se habla inglés, donde no hay nada o casi nada del Norte, y orgullo porque es aquél el centro del continente latino, la capital de la raza, la sucesora de Madrid, la que no se verá superada en muchos años por ninguna ciudad de habla española y por muy pocas de lengua extraña".

A esta etapa de la Argentina, tan exitosa, es a la que se refiere casi todas las tardes Néstor Kirchner en sus actos del conurbano bonaerense. Su mirada, sin embargo, no se caracteriza por el encantamiento de los visitantes extranjeros del primer centenario. Según Kirchner, la Argentina de esos años fue un país dependiente económicamente, que sólo producía materias primas y en el que la población llegó a padecer hambrunas. La simplificación de la narrativa histórica del matrimonio Kirchner resulta, por cierto, sorprendente.

Se ha sostenido, por otra parte, que si la Argentina de esos años avanza en el terreno económico-social queda rezagada, como contrapartida, en el plano de las prácticas políticas. Resulta conocida la esquematización de que los integrantes de la elite dominante de fines del siglo XIX habrían sido liberales en economía y conservadores en el ámbito de lo político.

Pero, precisamente, 1910 fue el año de la llegada al poder de Roque Sáenz Peña y de un sector de la elite, conocido como modernista o reformista, partidarios ambos de la apertura política. Esa democratización del régimen político se concretó en 1912 con la sanción de la denominada ley Sáenz Peña que estableció la vigencia del sufragio universal, secreto y obligatorio.

Kirchner y el "orden conservador"

A pesar de que Kirchner habla muy mal de la Argentina de fines del siglo XIX y de principios del siglo XX, puede considerarse que muchas de sus prácticas tienen un parecido de familia con la manera de hacer política de esos años.

A diferencia de un país como México, que vivió el prolongado régimen de Porfirio Díaz, en la Argentina primaron las instituciones de la Constitución Nacional, especialmente en lo referido a la imposibilidad de reelección inmediata que ésta establecía para el primer mandatario. Los presidentes, según la Constitución de 1853, una vez cumplido el mandato de 6 años, debían volverse a su casa.

Sin embargo, el pathos del poder buscó la manera de saltar este escollo que imponía la Constitución. Emergió, sobre todo a partir de 1880, la figura del presidente elector: quien salía imponía un candidato, invirtiéndose de esta forma la pirámide electoral que tenía en su base al pueblo. Este último, en todo caso, sólo venía a ratificar un candidato ya elegido. El seleccionado debía ser, a su vez, poco dotado para la vida política, para que el poder del presidente elector subsistiera. Pero la historia siempre terminaba mal. El elegido al final se rebelaba contra su elector. Fue el caso, por ejemplo, de Juárez Celman con Roca.

En su libro Enfermedades de la política argentina, de 1905, Rodolfo Moreno llamó a esto "la patada histórica".

Más acá en el tiempo, lo mismo haría Kirchner en relación con su elector, Eduardo Duhalde. Finalmente, Néstor Kirchner tampoco se ha privado de elegir un sucesor.

Lo extraño en él es que, por la reforma constitucional de 1994, sí podía reelegirse para un segundo mandato. En la elección de sucesor, eso sí, fue sutil e innovador: eligió a su esposa. Por eso, de perder las próximas elecciones en la provincia de Buenos Aires, es difícil que Cristina se independice del poder de Néstor, reeditando una vez más el fenómeno de la patada histórica.

Debería mediar para ello un divorcio.

(Investigador en Historia de las Ideas Políticas, profesor en la UNC)

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