Jueves 18 de Junio de 2009 18 > Carta de Lectores
Una grieta pequeñita

En muchas partes del mundo desarrollado empresas, asociaciones, universidades, burocracias y hasta gobiernos acusados de discriminar contra minorías étnicas o contra las mujeres suelen procurar aplacar a sus críticos abriendo las puertas a un número limitado de representantes de los grupos sistemáticamente perjudicados. Del mismo modo, los regímenes dictatoriales deseosos de hacer pensar que no son tan represivos como dicen sus enemigos pueden liberar a un preso político que por algún motivo es internacionalmente conocido o, en el caso del cubano, permitir que una neurocirujana jubilada salga de la isla para visitar a sus familiares que viven en la Argentina. Como es habitual en tales ocasiones, los medios gráficos han dedicado páginas enteras a informarnos de las vicisitudes recientes de Hilda Molina, de sus opiniones sobre la dictadura de la que durante décadas fue una partidaria entusiasta, de su relación personal con los hermanos Castro y así por el estilo. Con todo, parecería que la médica entiende muy bien que sería un error tomar su propia liberación pasajera -ya que se sintió obligada a jurar que volverá a Cuba- por evidencia de que se ha iniciado un proceso de deshielo, puesto que ha afirmado que presionará a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, la que según parece tuvo mucho que ver con la decisión del régimen de darle su pasaporte, para que pida a los Castro que los demás cubanos también sean "libres sin tener que pedir permiso a nadie".

Es de esperar que nuestro gobierno acepte hacerlo aun cuando plantee el riesgo de un enfrentamiento con el habitualmente locuaz y vehemente ex presidente y en la actualidad líder espiritual revolucionario Fidel Castro, ya que cuando es cuestión de los derechos humanos no es suficiente defender a un puñado de figuras simbólicas, como Hilda Molina. Si bien es importante preocuparse por el destino de personas renombradas cuyas experiencias pueden considerarse representativas, nunca hay que perder de vista los sufrimientos de miles de otras víctimas de la represión y los efectos asfixiantes sobre el resto de la población del desprecio indisimulado que sienten los funcionarios de la dictadura por las libertades individuales.

Por depender tanto del "carisma" truculento de Fidel Castro y la portación de apellido de su hermano Raúl, el presidente actual, hay muchos motivos para suponer que la dictadura cubana tiene los días contados. Los dos son ancianos y el dueño del carisma revolucionario está tan enfermo que no está en condiciones de gobernar con el vigor de otros tiempos. Aunque es de prever que después de la salida definitiva de los Castro los integrantes de la nomenclatura privilegiada que detenta el poder en Cuba traten de conservarlo, resistiéndose a permitir una apertura auténtica que, de más está decirlo, tendría que incluir la convocatoria a elecciones libres, no les sería nada fácil hacerlo por mucho tiempo sin la ayuda del glamour de Fidel, un personaje que a pesar de -tal vez, a causa de- parecerse más que cualquier otro gobernante latinoamericano a los dictadores militares que afeaban buena parte de la región hasta hace apenas un cuarto de siglo, todavía disfruta de cierto prestigio residual entre quienes se creen progresistas.

En la reunión de la OAS que se celebró hace poco en Trinidad y Tobago, los mandatarios latinoamericanos se mostraron más dispuestos a solidarizarse con la dictadura cubana que con el pueblo de la isla. Fue su manera de rendir homenaje a la distinción tan cara a la izquierda nostálgica entre los dictadores presuntamente buenos, porque son anticapitalistas y antinorteamericanos, y los irremediablemente malos que toleran el capitalismo y tratan, a veces con éxito, de congraciarse con el gobierno norteamericano de turno. Pero sólo es cuestión de pormenores. En última instancia, lo que más importa es el respeto, o la falta de él, de los gobernantes por todos los gobernados y no sólo por aquellos que por una razón u otra han cobrado notoriedad. Que Hilda Molina haya podido venir a nuestro país es claramente positivo; lo sería mucho más que también pudieran viajar libremente, además de participar de elecciones libres, todos los habitantes de la isla que quisieran gozar del mismo derecho.

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