Hacia los años sesenta y la década inmediata del siglo XX los estudiosos del peronismo estuvieron demasiado atentos a explicar la emergencia del vínculo de "sentidos", de esa comunidad de intereses y valores establecida entre Juan Perón y el movimiento obrero. La polémica entre Gino Germani y sus detractores se resolvió mayormente a favor de los segundos. El peronismo era algo más que masas de migrantes del interior sin cultura política previa y en disponibilidad "capturadas" por un líder carismático pronto a consumar una dictadura cercana a la experiencia del fascismo europeo.
En los años ochenta y noventa hubo una suerte de retorno al problema de los orígenes pero desde el lado de la difusión territorial. Nuevos estudios reconocieron que el peronismo había tenido un "nacimiento simultáneo", comprendía la mayor parte del espacio nacional. Hubo entonces un mayor conocimiento acerca de los primeros tiempos de lo que genéricamente podríamos identificar como los prolegómenos del "peronismo federal". Los estudios sobre esos peronismos -del centro, norte y también del sur del país- permitieron tener un cuadro más completo que proponía la idea que igualaba peronismo con clase trabajadora del litoral pampeano. En esos "interiores" de la Argentina la construcción del primer peronismo y su continuidad se debían a la presencia de elementos sociales variados. Conformaban su base social trabajadores rurales, indígenas, mineros, chacareros, pequeños comerciantes, etcétera. A esa Argentina plebeya se sumaban otros sectores sociales un poco más acomodados con sus identidades conservadoras, radicales, socialistas.
Paralelamente los análisis sobre la conformación de las estructuras neoperonistas -en Neuquén, Mendoza, Jujuy, La Pampa y Buenos Aires, entre otros escenarios- permitieron ver la continuidad de ciertas lógicas cuasiconservadoras, de sesgo "parroquial". Estos "peronismos" más recientes -para la óptica del estudioso- parecían empresas nuevas que contaban con similares bases sociales. También en condiciones de perdurar. Muchos de esos "neos" si bien habían surgido como parte de un pacto de fideicomiso -resguardar la herencia peronista interdicta a partir del golpe de 1955- tuvieron un derrotero que resultó competitivo respecto del líder aún en vida. Pocos prosperaron. La excepción fue el neuquino MPN. La mayor parte siguió perteneciendo al peronismo federal. Y lo hicieron aun después de la muerte de Juan Perón.
Ciertos estudios más recientes parecen haber dejado atrás aquellas preocupaciones centradas en los orígenes y la solidez del vínculo durante la vida del mismo Perón. Movilizados por la crisis de los partidos, la excesiva personalización de la política y el triunfo de la actual democracia de audiencias, tratan de explicar el persistente éxito electoral del peronismo. Ese desempeño no es menor si se cuenta que ha sido dominante en casi dos décadas del ya superado cuarto de siglo de democracia electoral sin interrupciones. Y en los momentos en que le tocó perder su piso de sufragio resultó sorprendentemente alto. Por eso quienes están abocados a comprender este "misterio" intentan explicar el piso electoral del peronismo más allá de las capacidades blindadas por el dominio de prácticas clientelares. Más aún: no son pocos quienes quieren erradicar el término "clientelismo" -igual que el de "populismo"- del léxico del discurso politológico no tanto por su adecuado uso descriptivo sino por el frecuente tono negativo recurrente en el lenguaje político.
Tampoco se buscan explicaciones en la permanencia de una "identidad" popular -la identidad peronista- que fraguada hace sesenta años se resiste a morir.
Ninguna de esas dos fórmulas parece explicar el desenvolvimiento del peronismo contemporáneo, que merece ser calificado de "electoral" por su adecuación a la democracia electoral que nos rige desde 1983. Este peronismo ha dejado de lado las rutinas partidarias, aquellas que van desde la reunión de militantes y congresos hasta la elección de dirigentes y candidatos por medio de elecciones de sus afiliados. El peronismo de estos tiempos cuenta con sólo la autoidentificación dentro de la tradición. El propósito: el lanzamiento de candidaturas mediáticas en condiciones de sumar una bolsa de votos suficientes para encumbrarse en posiciones de poder y, si esto no resulta, obtener para sí cierta capacidad de veto en condiciones de poner límites a un liderazgo constituido.
Es posible hablar de un peronismo electoral. Tanto porque gana elecciones como por la extraordinaria versatilidad de los peronistas y el desapego a rutinas institucionalizadas, a excepción de aquella que dice que el ciclo eleccionario debe mantenerse vigente. La ingeniería planeada para los próximos comicios -adelantamiento de elecciones parlamentarias, entre otras cuestiones- es sólo un ejemplo de su carácter electoral. Lo mismo que la realizada hace seis años con tres peronismos en competencia.
Sin embargo hay algo más en ese peronismo que lo que nos sugieren aquellas prácticas y por ende dicha adjetivación. Esto es visible en la apelación -que también es interpelación- a una base social "peronista", ya sea como sentido de pertenencia, promesa de realización o distanciamiento identitatario. Aunque resulta ello una fórmula circular -el peronismo se explica por los peronistas-, sólo debemos observar el recorrido de campaña de los principales contendientes de la provincia de Buenos Aires.
En un artículo reciente publicado en Desarrollo Económico, Silvia Sigal -quien ha realizado interesantes aportes sobre el discurso peronista junto a Eliseo Verón- decía que la persistencia del voto peronista es "heredera de un pacto de creencia". Su última afirmación resulta contundente: "el peronismo sigue habitado por la promesa, imposible y por lo tanto plena, de un destino equitativo para el pueblo". Si la contienda actual es calificada de una disputa intraperonista, deberíamos seguir muy de cerca la ausencia de esa "promesa" en otras fuerzas políticas. En definitiva la reducción del peronismo a lo electoral termina ocultando tanto las razones de su éxito como su propia "naturaleza" histórica y, eventualmente, su continuidad.
GABRIEL RAFART (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Profesor de Derecho Político en la UNC