Están coincidiendo en nuestro país los picos de tres ciclos habituales en nuestra convivencia política. El primero es el ciclo de la política económica. Tuvimos un triste exitismo procíclico durante el auge del precio de los commodities y de la burbuja de crecimiento internacional. Ahora nos quedamos sin instrumentos -ni crédito- para enfrentar el momento de la caída. En esta nueva oportunidad perdida ni siquiera esperamos que la crisis internacional aporte su cuota de inevitabilidad: hicimos las cosas lo suficientemente mal como para desatender los signos de exceso que mostraba la inflación desatada desde fines del 2006.
El segundo ciclo es el de la oscilación entre el "presidencialismo absoluto" al "presidencialismo impotente". Arrancamos con un presidente que se mostraba omnipotente y arbitrario. La bonanza económica abrió expectativas en la población y aportó recursos para asegurar fidelidades en los gobiernos locales y en el Congreso. El poder parecía eterno y se usaba a discreción. Se volvió a un desgastado eslogan: "Al amigo todo, al enemigo ni justicia". Y se inventaron enemigos para justificar el avance absolutista.
Al revertirse el ciclo, ya no quedó plata para fidelizar. Y a los antiguos fieles les resultaba inconveniente acercarse al votante junto a los viejos "absolutistas", tornados "impotentes".
El tercer ciclo resulta más sutil y menos analizado por las ciencias sociales: es el ciclo de la ética. Es lo que se expresó en EE. UU. con las mentiras de Bush. Ninguna sociedad se siente alagada cuando su dirigencia lleva a extremos la idea de que "el fin justifica los medios". En Estados Unidos, cuando se hizo evidente que la famosa "seguridad nacional" ocultaba la destrucción de los valores y las instituciones, dejó de servir para sostener en el poder a los republicanos.
En nuestro caso, la incierta verborragia sobre un "modelo económico" tampoco sirve para justificar transgresiones cuando -por falta de políticas públicas- la inflación y la recesión vuelven a convocar a la pobreza y a la indigencia. Sin "fin" creíble para justificar los "medios", la discrecionalidad en el uso del poder muestra su exclusiva voluntad de dominio.
Los tres ciclos iniciaron su reversión a inicios del 2007 con la intervención al INDEC: la destrucción del Sistema Estadístico Nacional es el punto de encuentro de lo económico, lo político y lo ético. En el ejercicio de la omnipotencia, se ocultaba la inflación y se transgredían la ética pública y las instituciones: un fenómeno económico iba al encuentro de un estilo político y generaba consecuencias éticas.
Pero la sombría diferencia entre la Argentina y los Estados Unidos es que, mientras ellos pudieron exudar a Obama, ninguna figura de la política argentina muestra una voluntad de recuperación de la ética y de la responsabilidad institucional, junto con ideas y capacidad para gestionar políticas públicas.
Nuestros políticos no debaten una salida a las reiteradas encerronas. Viven pensando en las encuestas y en el diario de mañana, y sueñan con su propio ciclo de renovado absolutismo.
LUIS RAPPOPORT (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Licenciado en Economía. Coautor del libro "Presidencialismo absoluto", junto con Ricardo Ferraro.