En los países más ricos, es habitual atribuir las deficiencias educativas de la mayoría de los integrantes de grupos étnicos o religiosos determinados a los prejuicios de la mayoría. A primera vista, la explicación así supuesta parece razonable: es innegable que los negros norteamericanos y los gitanos europeos han sido víctimas de la hostilidad implacable de los resueltos a mantenerlos marginados. Pero desafortunadamente para los convencidos de que si no fuera por la maldad de "los blancos" desaparecerían las diferencias entre las distintas colectividades, hay dos minorías que, a pesar de los esfuerzos por impedirles progresar, han logrado destacarse.
Son las conformadas por los judíos askenazíes, que para desesperación de los antisemitas han desempeñado desde hace un par de siglos un papel protagónico en la vida intelectual del Occidente -han ganado más del 20% de los Premios Nobel-, y los asiáticos de origen chino, japonés, coreano e hindú, que en los años últimos se han apropiado de una proporción desmedida de los lugares disponibles en las universidades estadounidenses. También han descollado en otros ámbitos, sobre todo el de la música clásica europea, en que la disciplina, la tenacidad y el perfeccionismo son sumamente importantes. Al igual que los judíos en Europa, en Estados Unidos los asiáticos han tenido que luchar contra los prejuicios ajenos pero, lejos de sentirse intimidados por la actitud de los deseosos de mantenerlos postergados, han reaccionado estudiando con una intensidad que ha dejado boquiabiertos a los anglosajones.
A través de los años, las hazañas intelectuales de los judíos han motivado envidia, rencor y en ocasiones una furia genocida. Las más recientes de los asiáticos deberían motivar temor, ya que presagian un cambio radical de las jerarquías internacionales a las que nos hemos acostumbrado. Hay menos de 12 millones de judíos askenazíes en el mundo, pero se cuentan por miles de millones los asiáticos de los grupos que en Estados Unidos están abriéndose camino a un ritmo insólitamente rápido, dejando atrás no sólo al grueso de los integrantes de las minorías negra e "hispana" sino también a todos los demás salvo los más talentosos y aplicados. Puede que quienes se animan a emigrar a Estados Unidos o Europa constituyan una elite, pero entre los que nunca han pensado en estudiar fuera de China, Corea del Sur, la India u otros países que comparten el mismo fervor educativo se encuentran decenas de millones de jóvenes igualmente capaces y ambiciosos. Por lo tanto, es de prever que dentro de muy poco el Occidente, y el Japón, perderán por completo la ventaja intelectual que les ha permitido alcanzar un nivel de desarrollo económico que es llamativamente superior a aquel del resto del mundo.
Todos los interesados en el desarrollo concuerdan en que hay una relación directa entre la educación y el desempeño económico relativa de las diversas sociedades, que aquellas en que abundan los productos de colegios y universidades exigentes suelen ser las más ricas. Si bien los beneficios no son inmediatos, andando el tiempo los países que más invierten en educación y que, es innecesario decirlo, cuentan con poblaciones que entienden muy bien que su propio futuro y el de sus hijos dependerá en buena medida de su voluntad de aprender serán mucho más prósperos que los demás.
No siempre ha sido así. Hace relativamente poco, los recursos naturales eran decisivos, pero a partir de la revolución industrial ha importado cada vez más el progreso tecnológico posibilitado por la investigación científica. En la "edad del conocimiento" que apenas se ha iniciado, poseer recursos naturales valiosos como el petróleo podrá considerarse una desventaja porque sirve para difundir una mentalidad parasitaria. Es sin duda en parte por eso que los países árabes y, si bien en menor medida, los latinoamericanos se han hecho notorios por la pésima calidad de sus instituciones educativas. A menos que emprendan un esfuerzo heroico por recuperar el terreno perdido, tendrán que acostumbrarse a formar parte de una especie de proletariado mundial en un orden internacional que sea mucho más competitivo, y mucho menos caritativo hacia los reacios a esforzarse, que el actual.
El que la llegada de la gran crisis económica que está provocando dificultades inmensas tanto en los países desarrollados como en los atrasados se haya producido justo cuando China y la India comenzaban a cosechar los beneficios de sus inversiones gigantescas en el "capital humano" que les suponen muchísimos millones de jóvenes inteligentes resueltos a esforzarse más que sus equivalentes occidentales, nos dice mucho sobre los cambios que nos aguardan en los años próximos. A diferencia de los habitantes de Estados Unidos y la mayoría de los países europeos, antes de estallar la crisis los chinos e indios no se habían habituado a endeudarse a fin de poder vivir por encima de sus medios. Al contrario, ahorraron, razón por la que pueden enfrentar el futuro con más confianza. Aunque los ingresos de los chinos e indios que trabajan en los sectores modernos de sus respectivas economías han subido mucho en los años últimos, en promedio son muy inferiores a los que percibirían por hacer lo mismo en países acostumbrados a la prosperidad generalizada, lo que les brinda otra ventaja decisiva.
Sólo los ilusos pueden creer que la implosión financiera seguida por la reducción abrupta de lo producido por la "economía real" llevará a la domesticación del capitalismo salvaje. Lo más probable es que nos espere una etapa signada por la competencia despiadada entre quienes lucharán por conservar la posición privilegiada que conquistaron a partir de la revolución industrial de comienzos del siglo XIX y los decididos a compartirla, cuando no a monopolizarla desplazando a los ocupantes actuales. ¿Podría la Argentina enfrentar con éxito el desafío así planteado? Con tal que la sociedad en su conjunto emulare a las asiáticas para hacer de la educación, y del esfuerzo de cada uno, una prioridad, sí podría, pero en vista de las actitudes permisivas y sensibleras características tanto de las elites dirigentes como de una parte sustancial de la población lo más probable es que se resigne a un destino que a lo mejor será de segunda pero que, tal y como están las cosas, será de tercera o peor.
JAMES NEILSON