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De cómo vuelan los barriletes en bandada | ||
Desde hace cuatro años, más de 160 chicos de los barrios del oeste comparten cuatro horas semanales en el patio que les presta la Escuela 311. Muchos aprendieron a leer y escribir allí: inventan cuentos y comparten juegos. E imaginan un futuro mejor. | ||
NEUQUÉN (AN).- A las dos de la tarde el aire es dulce aquí adentro y una aparente desorganización gobierna al patio cubierto de la Escuela 311, punto límite entre el barrio Independencia e Hibepa (la unión de Hipódromo, Belén y Paraíso). Estamos en el sector más consolidado pero igual precario del oeste de la capital neuquina, en el patio de la 311 con 60 de los 160 chicos que vienen a contra turno al taller Barriletes en bandada. Cerca del edificio, están las tomas que aspiran a ser barrios, las ocupaciones más nuevas de cantonera, chapa y nailon... Y más allá, el barrio Cuenca XV, que era una toma donde el Estado construyó casas, junto a un enorme cañadón. Lo poco que queda vacío es tierra dura y empinada, imposible de habitar. Aunque nunca está dicha la última palabra. Dos veces por semana y durante dos horas, a doble turno, la Escuela 311 presta su patio. Aquí hay "seños" sin guardapolvo, mamás con bebitos y muchos pibes de cuatro a 12 y tal vez 13. Algunos corren, ríen y empujan. Otros se concentran en juegos y libros. Y en escribir historias. Muchos de estos chicos llevan cuatro años en el taller y al ingresar no habían cumplido los objetivos mínimos en la escuela primaria. Ahora escriben cuentos, usan metáforas, describen problemas serios que les son demasiados cercanos y saben que un seudónimo sirve para proteger, poner en claro, y ayuda a seguir creando. "Mancha Negra" se acerca y ofrece el cuento de "La princesa perdida" para que se publique. Es un pibe de 11. Como muchos chicos no sabían leer ni escribir, las seños -encabezadas por la psicóloga Marta Basile- arrancaron de atrás para adelante. Los pibes contaron sus cuentos y ellas los llevaron al papel y a la compu. Después los leyeron y comentaron. Los imprimieron. Y los cuentos se hicieron de carne y hueso. Así, en cuatro meses, muchos chicos aprendieron a leer. No lo habían logrado en tres o cuatro años. Leer fue la forma de tener, efectivamente, esa obra que les pertenecía. En un año, entre juegos y más historias también aprendieron a escribir. Así, se prendieron las mamás y algunos chiquitos trajeron a sus vecinos y a sus hermanos más pequeños. Hay barriletes que no vuelan, colgados en las paredes. Pero el proyecto de Pensar (una asociación civil) no pasa por las cometas de papel, sino por los pibes, que aquí aprenden a volar.
Melodías sin cuerdas
José Luis toca una guitarra azul sin cuerdas. Me cuenta que es uno de los primeros que se sumó al taller y que así como juega con la guitarra de plástico puede tocar una de verdad, "lo que quiera". El pibe de 12 años está sentado en los escalones que llevan al escenario. Es periodista? –pregunta y tras la respuesta agrega: yo tengo una idea para hacer un taller de radio. Estoy escribiendo algunas cosas y algunas preguntas –dice. También cuenta que una vez habló por una radio, que le hicieron preguntas cuando volvían de un viaje “genial”, a Las Grutas, con todo el grado. –¿Y qué dijiste? –Qué sé yo, que el mar es muy lindo y que todo los chicos tendrían que conocer el mar. El chico vive en el sector Hipódromo y es uno de los que nunca falta. Me invita a la sala de computación, para mostrar el proyecto del taller de radio y algunas entrevistas que prevé hacer. A las tres de la tarde, los chicos que le dan vida al taller están a mil. Algunos juegan a la lotería familiar, otros pintan, más allá escriben y más acá pegan cartones que se transforman en casas. Hay olor a chocolate, bandejas con mermelada, alguna torta y galletitas. La comida es una buena amiga de la inspiración y es parte importante del taller. En una puerta, a poco de la entrada, hay dos mamás. Se sentaron con tres chicos: con un bebé de ojos preciosos que seca una mamadera y con otros dos que prueban y prueban con las 500 piezas de un rompecabezas de Mickey Mouse. A sus espaldas, en cerámicos pegados en la pared, se leen diez poemas de Juan Gelman, donados por el sindicato ceramista. –¿Ustedes escriben? –consulto a las mamás. –Hoy estamos con el rompecabezas pero cuando termine le voy a escribir algo -promete una mamá. Cumplió: “Hoy te voy a contar un cuento” es su obra. José Luis está lleno de energía. Me presenta a una seño y le dice que soy el periodista Hugo Chávez. Río y le aclaro que mi nombre es otro, que Hugo Chávez es mi primo. Ríe y se fascina. No le digo que mi primo Hugo no es el venezolano. Con el chico vamos a la sala de computación, donde está el profe Maxi. Me muestra las preguntas para su taller. Están dirigidas a una de las coordinadoras. –Cuando les propusieron hacer el taller. ¿pensó que iba a ser lo mejor para los chicos? –es una de las inquietudes. –¿Les gusta que los chicos se diviertan y asistan al taller? ¿Por qué? –son otras de las preguntas. Como es hiperactivo, sin dejar de escribir, José Luis presenta e introduce un CD con música que le gusta: “Talento barrio”, indica la portada. La sala se llena de regatón. José Luis está en séptimo y tendrá su viaje de fin de curso a Huinganco. Son las cuatro de la tarde y falta poco para que los barriletes dejen el taller. José Luis escribe algunas preguntas sobre la profesión y, sobre todo, quiere saber por qué estoy interesado en los cuentos que se escriben en el taller. Le digo que es porque me parece muy bueno lo que hacen y que sería muy bueno que la gente sepa de qué se trata. Entonces, mi amigo José Luis, me muestra el cuento que escribió hace poquito, de un cocodrilo y una niña. Sigue una síntesis de la historia de José Luis y acaso una metáfora. “El cocodrilo vivía en un pantano y todos le temían, pero lo único que él quería era ser admirado. Lo encerraron en un zoológico y allí volvió a encontrarse con la niña. Ella perdió el miedo y se hizo amiga del cocodrilo. La niña lo ayudó a ser libre y el cocodrilo nunca más volvió al pantano”.
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