El presidente norteamericano Barack Obama parece estar convencido de que, merced a sus dotes retóricas, podrá no sólo mejorar la imagen de su país en el resto del mundo sino también transformar a enemigos declarados, como los regímenes de Cuba, Irán y Corea del Norte, en "socios para la paz" que, concesiones mutuas mediante, acepten colaborar con su administración para crear un mundo menos conflictivo. Muchos esperan que logre hacerlo, pero el resultado de sus esfuerzos no dependerá tanto de su propia voluntad cuanto de la reacción de los demás. Existe el peligro de que, lejos de decidir que sería de su interés adoptar una postura más amistosa hacia Estados Unidos y limitarse en adelante a procurar alcanzar sus objetivos por medios pacíficos, los integrantes del ex "eje del mal" y otros de talante similar tomen el intento de Obama de reconciliarse con ellos por un síntoma de debilidad por parte del líder de la superpotencia para entonces ponerse a aprovechar la oportunidad que les ha brindado. La agresividad reciente de los norcoreanos parece deberse a la convicción de que Estados Unidos está batiéndose en retirada y que por lo tanto sería reacio a correr riesgos a fin de apoyar a su aliado, Corea del Sur, mientras que los teócratas iraníes descalificaron de antemano el mensaje de Obama a los musulmanes afirmando que lo que querían no eran "palabras dulces" sino acciones concretas. En cuando a la dictadura cubana, si bien festejó la decisión de abrirle la puerta de la OEA como "una gran victoria", negó tener la intención de reintegrar lo que según el diario oficial es un organismo "de historia tenebrosa y entreguista".
El "nuevo comienzo" propuesto por Obama para la relación de su país no sólo con los musulmanes sino también con muchos otros será contraproducente si como resultado los norcoreanos consolidan su arsenal nuclear aún primitivo, los iraníes consiguen emularlos, los muchos musulmanes que están resueltos a borrar Israel de la faz de la Tierra creen que Estados Unidos les permitirá hacerlo y los simpatizantes de la dictadura cubana, entre ellos los gobernantes actuales de Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua, se sienten estimulados a intensificar sus ataques contra sus adversarios internos. Como tantos otros mandatarios norteamericanos, incluyendo a George W. Bush que en su segundo período en la Casa Blanca impulsó políticas muy similares a las reivindicadas, con mayor elocuencia, por su sucesor, Obama supone que en el fondo todos quieren las mismas cosas y que por lo tanto es posible resolver sin violencia todos los conflictos. Por desgracia, hay motivos para pensar que la realidad es más complicada de lo que quisiera creer y que los líderes autocráticos de Corea del Norte, Irán y Cuba, además de sus muchos simpatizantes, seguirán resistiéndose a abandonar su lucha contra el orden democrático occidental y la potencia que lo defiende.
Entre los más preocupados por la voluntad de Obama de apostar tanto a la diplomacia y el diálogo están los miembros del gobierno israelí del primer ministro Benjamin Netanyahu. A diferencia del presidente norteamericano, toman muy en serio las amenazas de sus enemigos y no confían para nada en la sinceridad de aquellos dirigentes árabes que dan a entender que sus congéneres palestinos se conformarán con un Estado viable independiente. La inquietud que sienten los israelíes puede comprenderse. Saben que está en juego su propia existencia y temen que, en busca del objetivo tal vez quimérico de una solución pacífica al embrollo del Medio Oriente, Obama trate de obligarlos a hacer concesiones que, si bien serían denunciadas por insuficientes por sus enemigos mortales, los harían todavía más vulnerables de lo que ya son. Aunque en la alocución que pronunció en El Cairo Obama afirmó que el vínculo de Estados Unidos con Israel es "inquebrantable", sus palabras sobre los sufrimientos de los palestinos a manos de los israelíes y las críticas vehementes de los asentamientos judíos que formuló parecieron indicar que sería mucho más flexible que en el pasado reciente, razón por la que algunos halcones habrán llegado a la conclusión de que no les queda otra opción que la de intentar eliminar o al menos demorar, sin pedir permiso a Estados Unidos, la amenaza existencial que les supone el programa nuclear del régimen iraní.