Domingo 31 de Mayo de 2009 Edicion impresa pag. 34 > Sociedad
La yerra y la pialada, una vuelta a la tradición campera
La gente del campo recupera una tradición en el marco de una sequía que devasta. El encuentro también sirve para desarrollar vínculos y valorar la vida campestre.

Para muchos es como un regreso a la niñez, para otros una alternativa para enfrentar la crisis con una sonrisa, que sirva al menos para mitigar las penas ante las irreparables pérdidas.

El reencuentro con la tradición más auténtica del trabajo rural, reúne a decenas de hombres de campo alrededor del corral en el que por un rato se mezclarán la faena y el entretenimiento.

La yerra, practicada como en los viejos tiempos, permite que sólo por un rato, la preocupación quede a un lado; que se reaviven por unas horas las esperanzas de que al fin acaben las épocas de "vacas flacas".

Entre "pialada" y "pialada", no faltan los comentarios acerca del impacto de "la seca" fenomenal que desde hace por lo menos cuatro años agota campos, diezma haciendas y golpea a este sector clave de la economía regional.

"Ya ni los encargados de los molinos quedan porque tampoco hay cómo pagarles", cuenta uno de los participantes. El campo de Javier, uno de los promotores de estas reuniones, goza de cierto privilegio porque tiene costa de río y siempre hay algo de verde para que los animales pasten. Cerca del mar, a pocos kilómetros de allí, también se mantiene un poco de humedad y crece algún verdín.

Pero en los alrededores, la falta de lluvia golpea con una fuerza inusitada. Hacia el norte, camino a Río Colorado, hay muchos campos cerrados y la incertidumbre reina y al sur de la provincia de Buenos Aires la desertificación es una flagelo de dimensiones insospechadas.

Por, eso en esas "yerras" la distensión permite la calma. La interacción con otros en similar situación ayuda a compartir tristezas. Y el resurgimiento de aquellas prácticas que en la actualidad parecen ancestrales es como una vuelta a los orígenes. Esa vuelta que hacen necesaria las catástrofes, los golpes indescifrables de la naturaleza y los cachetazos del destino. Esos avatares de la vida que obligan a replantearse su propia esencia.

Desde hace algún tiempo, un grupo de campesinos del Valle Inferior y de la costa atlántica camino a Pozo Salado empezó a reunirse nuevamente para llevar adelante, con cierta frecuencia, estos trabajos folclóricos. Cuando llega el momento de "apartar" y "marcar" a los terneros se extiende la invitación a los puesteros y propietarios cercanos para compartir la jornada.

Cada uno llega con su lazo y su experiencia a cuestas. Todavía es noche cuando las camionetas y los autos se acercan al casco.

La "mateada" ya está en marcha y a medida que la luz transforma las sombras en arbustos, los campesinos ensillan sus caballos, estiran las sogas de cuero trenzadas y enjabonadas y se preparan para la tarea que, en el fondo, es un juego y una competencia.

La yerra tiene su fin específico: la marca de los animales los hace reconocibles. Es una labor obligada en el campo pero fruto del supuesto progreso y de la necesidad de darle ritmo al trabajo, se dejó de lado la tradición y el encanto de la "pialada". Lo común es ahora encerrar y "marcar" a medida que los vacunos pasan por la "manga". Pero Javier, Juan, "El Negro" Andrés, Mario y otros campesinos de la zona decidieron volver a la práctica de la enlazada, que no por antigua pierde su atractivo.

Las vacas y sus crías están encerradas en sus corrales desde el día anterior. Cuando el sol ilumina un poco el lugar se enciende el fuego donde se pondrá "al rojo" la marca. Sueltas ya las vacas, quedan los terneros y ante la mirada de todos empieza la faena. Los primeros intentos fallan, mientras los brazos entran en calor y la memoria trae al presente aquellos secretos y mañas del pasado.

"Yo por lo menos hace 15 años que no voy a una yerra así", dice uno de los hombres que no puede ocultar su emoción ante el recuerdo de aquellos tiempos. "Antes participaba la familia entera, las mujeres hacían pastelitos y empanadas y los chicos ayudaban en todo, se juntaban decenas de familias en cada campo, siempre para esta época", cuenta Mario Sacco, uno de los impulsores de reeditar estos encuentros.

El es justamente en el grupo uno de los más damnificados por "la seca". Todos lo saben y le preguntan por su situación. Perdió cientos de animales en estos meses. "Estos asados nos dan la posibilidad de contarnos lo que nos pasa, la situación es terrible, pero cuando llegamos acá nos olvidamos un poco y recuperamos el optimismo", dice, mientras la "pialada" sigue y los hombres ríen viendo un ternero escaparse a los saltos de los lazos que se cierran atrapando el vacío.

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