Todos o casi todos los chicos de un jardín de infantes se plegaron al festejo del 25 de Mayo, sabiendo poco o nada de lo que significa pero de algún modo empezando a descubrir esto de la bandera, la escarapela, el 25 de Mayo o el 20 de Junio. Bailaron con muchas ganas una zamba y de regalo para los padres que estábamos allí, una chacarera con todo el entusiasmo.
Aplausos y más aplausos, fotos del baile y por separado fotos de los chicos con vestimenta distinta a la de todos los días. Pañuelo al cuello, el que pudo alguna boina y si había en casa, una bombacha de gaucho.
Después vinieron los padres, apenas tres de una comunidad bastante más numerosa se animaron al baile, reconocido después por el resto con aplausos y algún viva la patria muy tímido.
Esto que cuento lo viví días atrás y me lleva a pensar que en realidad hay poco apego a estos festejos y una distancia grande de la gente con los festejos patrios. Me pregunto si los padres deben sumarse o no, si de verdad no tienen ganas. Claro, nadie los va a obligar y, si así fuera, dejaría de tener sentido, pero esta realidad desnuda la necesidad de un debate más profundo en un tema instalado en las tradiciones como algo sagrado.
Me pregunto si sirven y en todo caso para qué sirven estos festejos, si esos mismos chicos cuando crezcan serán los que no se animarán a bailar en público y menos que menos estarán dispuestos a decir viva la patria. A esto de la patria hay que sentirlo y expresarlo como a cada uno le guste, porque no se quiere más o menos a la Argentina por bailar una zamba o una chacarera.
En definitiva, será cuestión de revisar de qué modo se pueden recordar fechas importantes para la patria sin poner en aprietos a padres o chicos, porque ni uno ni otro están cómodos a la hora de un baile forzado que sólo se hace cuando llegan tres o cuatro fechas importantes para la historia de este país.
No es responsabilidad de los docentes, es en todo caso un debate para insertar en el calendario escolar, es ver el costado festivo más ameno que se pueda encontrar para recordar gestas que de ningún modo deben ser olvidadas.
La idea no es dejar de conmemorar ni olvidar parte de nuestra historia, tampoco dejar de enseñarla, simplemente es rever esto de los actos patrios que poco suman y que en definitiva se convierten en un ámbito para las fotos de niños con caras largas que bailan sin ganas.
Habrá modos de expresar amor a la patria, como lo hizo Borges en su tiempo, quien definió la patria como "tantas cosas queridas. El joven amor de mis padres, la memoria de los mayores, los rostros y sus almas, una vieja espada, las agonías, los destierros, una mano que templa una guitarra, el olor de la madreselva, una enciclopedia, las galerías de una biblioteca por las que anduvo Paul Groussac, el sabor de una fruta, la voz de mi padre, la voz de Macedonio Fernández, una casa en la que he sido feliz o en la que he sido desdichado (lo mismo da), un ocaso que ya no tiene fecha, un daguerrotipo, el arco de un zaguán, el aljibe... Eso escribí. La Patria es ahora todas las patrias, todos los árboles que me dieron su sombra, todos los libros que he leído para mi bien, todos los hombres de buena voluntad, que serán y fueron y son. Creo ser un buen argentino, un buen europeo, un buen cosmopolita, un buen ciudadano de esa Utopía, clara y remota que nos librará de fronteras y batallas".
La idea no es dejar de conmemorar, la idea es hacerlo de otro modo, es ponerle otro acento a estos festejos escolares que cada vez tienen menos seguidores. Que la fecha patria sea motivo de alegría, que los actos inviten a todos a asistir, que no sea el eterno compromiso.