"Diría que el barroco es aquel estilo que deliberadamente agota o quiere agotar sus posibilidades y que linda con su propia caricatura". La cita pertenece a la edición 1954 de "Historia Universal de la Infamia", que se me dio por repasar en estos días. Por curioso que parezca, asocié ese prólogo de proverbial ironía borgiana -que es conscientemente injusto con el barroco- con las cercanas elecciones, que escaldan las lenguas pero dejan sabor a poco.
¿Se han visto vísperas electorales más recargadas y a la vez más intensamente aburridas que estas, que nos llevarán a las urnas el 28 de junio? Pocas veces he advertido tanto desinterés sanmartinense por unas elecciones -colijo que en el resto del país es parecido-, al punto que ni los interesados se interesan como cabría esperar.
Los políticos en campaña son, sobre todo, persistentes. Se ocupan de que el periodista conozca las más preclaras convicciones del candidato. Y sobre todo, le informan a dónde va a estar a cada rato para que haya un fotógrafo.
Pero en estas elecciones se siente la sensación de que falta convencimiento. Salvo mínimas excepciones, han llegado a la ciudad (y se han ido) candidatos en campaña, que pasaron casi inadvertidos, como si rehuyeran el contacto a cielo abierto.
Se la pasan de reunión en reunión pero hay poco y nada de calle. Como si temieran el cara a cara para ofrecerle a la gente ideas de primera mano.
Quizá, asumen que cuesta cada vez más convencer con ideas a un público frecuentemente hostil con los políticos, y prefieren las reuniones más íntimas y controlables. Vaya uno a saber.
Es conocida la sentencia periodística que dice que "nadie resiste un archivo", pero de seguir así, en breve habrá otra frase igual de lapidaria: "ya nadie resiste un acto en la plaza".
Sin pretender originalidad, me serví de amigotes de café y otros circunstantes, para preguntarles si sabían qué se votará el 28 de junio.
Para mi sorpresa, contrariamente a lo ocurrido en otras latitudes, aquí todos saben que ese día se votará para renovar tres bancas de diputados por la provincia. Pero la segunda pregunta dejó ver la hilacha: nadie, pero que nadie tenía la menor idea de las propuestas de los candidatos, y unos pocos eran capaces de nombrar a más de dos. Recuérdese que en la provincia se oficializaron cinco alianzas y ocho partidos; eso suma 39 candidatos titulares y 39 suplentes.
Desde luego, no hay rigor técnico en esa consulta hecha a la vuelta de una esquina. Pero en ocasiones basta un botón de muestra. ¿Y por qué el barroco, si el panorama que se deja traslucir es más bien de una angustiante pobreza de formas y contenidos, antes que de abusiva exuberancia? Es que Borges le endilga un estilo desmesurado pero vacuo, confuso y propenso al absurdo.
Cuando uno asiste a la danza de acusaciones entre candidatos (sobre todo entre los pesos más pesados de los K y anti-K); cuando se contrasta esa gravedad con el desinterés que se palpa en la calle, queda la impresión de una política grandilocuente, rebuscada, prodigiosa en promesas, pero sólo hecha para salir en la tele y al borde del ridículo.
El voto que tan malamente se intenta seducir es un acto de felicidad democrática que merece otro respeto.