"Cuando los celos se meten en la política, son celos totales. Hacen y deshacen".
La sentencia corresponde a Julio Oyhanarte. Fue el presidente más joven que tuvo la Corte Suprema: 38 años cuando lo designó Frondizi.
En su consideración, a lo largo de la historia argentina hubo cinco hombres que a la hora de luchar por el poder y ejercerlo fueron ajenos a los celos: Rosas, Roca, Justo y Perón. "Sabían -decía aquel jurista- que desde adentro nadie les podía hacer sombra. El quinto fue Arturo (por Frondizi). Su mundo eran las ideas, no el partido, no el comité. Se despegaba del resto de la política desde ese mundo de convicciones y así se independizaba de pasiones inferiores".
El recuerdo viene a cuento de la crisis que jaquea a la sociedad De Narváez-Solá. Es un error creer que esa crisis es la consecuencia de los enojos que ganan a sectores del solismo por lo mal que le fue en el armado de listas. Hay también un problema de celos por parte de Solá.
Se funda en la resignación de cuotas de liderazgo que tuvo que hacer en la conducción del sector. En los hechos, el timón lo tiene De Narváez. Es la cara y el verbo en materia de oposición a los K desde el peronismo disidente. Es más, es posible que de hacer De Narváez un buen papel en la elección se convierta en figura excluyente en ese espacio.
Solá mira esa dialéctica desde su larga pertenencia al peronismo. Fuerza con la que ha sido leal. Tan leal como que participa del núcleo duro y más dogmático del ideario con que se vertebró el peronismo. Porque Solá es movimientista. Respalda al sindicalismo desde aceptarlo como expresión corporativa. Y tiene una lectura de la historia argentina encadenada al llamado "pensamiento nacional".
De Narváez, en cambio, tiene una visión del peronismo más light. Como relato, del peronismo toma lo que le interesa. Busca que le sea funcional a sus intereses de poder. No más.
Y de golpe Solá, en su provincia, donde se batió a cascotes a favor del peronismo y a la que gobernó con desigual eficiencia (basta recordar el déficit que dejó de herencia a Scioli), debe resignar ante De Narváez, que llegó a esa carpa en los ´90. Lo hizo de la mano de Menem. Un entrismo fundado "en lo quilombero que yo era durante el secundario, porque ser quilombero es ser peronista". Argumentación interesante, materia de la antropología. Pero desoladora para Solá. Porque quizá se pregunte sobre cuál fue su déficit en materia de armar lío en toda esa historia para estar donde está: con problemas de poder.