Puede que no incida mucho en las elecciones legislativas del 28 de junio la polvareda que se ha levantado a raíz de la decisión del presidente venezolano, Hugo Chávez, de nacionalizar tres empresas siderúrgicas de capitales argentinos, ya que en las zonas depauperadas del Gran Buenos Aires pocos se habrán interesado por el asunto, pero es indiscutible que ha servido para desprestigiar todavía más a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y su marido a ojos de sectores muy importantes, y muy influyentes, de la ciudadanía. Si bien los Kirchner parecen estar mucho más preocupados por el estado de su relación personal con Chávez que por la defensa de los intereses de la industria nacional, ya se ha hecho evidente que el caudillo bolivariano no comparte sus prioridades. Para él, las perspectivas ante los Kirchner son lo de menos. Habrá sido por eso que, el martes pasado, el venezolano dejó saber en el transcurso de una visita breve al Brasil que en su opinión la Argentina es un país de segunda, diciéndole a su homólogo, el presidente Luiz Inácio "Lula" da Silva, que "estamos en una fase de nacionalización de empresas en el país, menos las brasileñas".
En otras palabras, Chávez entiende muy bien que no le convendría en absoluto arriesgarse apoderándose de las empresas de una potencia regional que está en condiciones de ocasionarle graves dificultades, pero carece de motivos para inquietarse por una eventual reacción argentina. A la luz de la actitud comprensiva que fue asumida por nuestro gobierno, el que, a través del ministro del Interior, Florencio Randazzo, reivindicó el derecho soberano de Venezuela a estatizar empresas extranjeras, Chávez no tiene motivos para inquietarse. Para colmo, la presidenta Cristina dio a entender que simpatiza con Chávez al atacar a Techint por haber colocado los primeros 400 millones de dólares de "la bonita suma" de 1.970 millones fuera del país, aseverando que son "argentinos para pedir, extranjeros para depositar", de este modo procurando hacer pensar que al gobierno no le correspondía intentar ayudar a una empresa tan mala. Huelga decir que en boca de la mujer de un hombre que, cuando era gobernador de Santa Cruz, no titubeó en depositar fondos más millonarios aún de la provincia en un banco suizo, tal afirmación no pudo sino resultar urticante.
Alarmados por la indiferencia evidente del gobierno de los Kirchner ante los problemas enfrentados en el exterior por la multinacional argentina más exitosa, y convencidos de que Chávez les había advertido antes de lo que iba a hacer, los empresarios del país han cerrado filas para asumir una postura claramente opositora. Lo mismo que muchos productores rurales que, luego de haber votado a favor de Cristina en las elecciones presidenciales del 2007, con escasas excepciones los empresarios se han dado cuenta de que a los Kirchner les importa sólo el estado de "la caja" y sus propios intereses políticos, no el destino de los distintos sectores que conforman la economía nacional. Temen que al ver reducirse tanto el poder que manejan como el dinero del que disponen se sientan tentados a emprender una aventura chavista con la esperanza de mantenerse a flote en la confusión resultante. Aunque no sería demasiado probable que los Kirchner avanzaran mucho en el "proyecto" que se les atribuye, a esta altura nadie ignora que de encontrarse en dificultades serían capaces de provocar una multitud de problemas. Después de todo, ya lo han hecho. Merced a la destrucción del INDEC que privó al país de estadísticas confiables, las arengas demagógicas contra el FMI, la expropiación de los fondos de jubilación privados que agravó la sangría de capitales, al aumento irresponsable del gasto público por motivos electoralistas y a la política insensata de estimular el consumo sin preocuparse en absoluto por la inflación, los Kirchner se las han arreglado para asegurar que la Argentina esté entre los países latinoamericanos peor afectados por la crisis financiera internacional. En el caso de que estén en lo cierto aquellos empresarios que advierten que después de las elecciones los Kirchner se pondrán a imitar a su amigo venezolano, Chávez, a la economía -y a los aproximadamente 40 millones de personas que dependen de su desempeño- le aguardan algunos años sumamente turbulentos de los que la inmensa mayoría saldrá perdiendo.