Se acerca el día de las elecciones y ello constituye, siempre, un punto de inflexión, un tiempo en el que cada quien debiera elegir, libremente, de acuerdo con su conciencia, si continuar en la misma senda o cambiar el derrotero.
Para votar, ejerciendo un derecho antes que cumplir apenas con una obligación, sólo hace falta ensimismarse, recogerse sobre sí mismo, pensar y luego, autónomamente, tomar una decisión que, para bien o para mal, habrá de sostenerse durante varios años; ello, y no otra cosa es -en última instancia- el ejercicio de la democracia.
Reflexionemos entonces un poco sobre estas cuestiones; para hacerlo, para pensar y sobre todo para poder enunciar nuestros pensamientos debemos valernos de la expresión, ya oral, ya escrita. Nos dirán, y es cierto, que existe el pensamiento sin palabra, pero éste es siempre incompleto en la medida en que su autor no lo expone o que, en realidad, la persona no se expone al no dejar traslucir sus ideas.
En este cometido de estructurar nuestras ideas a través de la palabra, resulta sumamente útil recurrir al diccionario, esa herramienta que nos permite conocer el significado exacto de cada término.
Veamos entonces qué nos dice este instrumento respecto de ciertos vocablos, usados indistinta y erróneamente en más de una ocasión:
I - Condición: es la naturaleza, propiedad o índole de las cosas o las personas; condición potestativa: aquello cuyo cumplimiento depende de la voluntad de la persona interesada.
II - Habitante: cualquiera de las personas que forman la población de un barrio, ciudad, provincia o nación.
III - Ciudadano/a: el habitante de las antiguas ciudades o de Estados modernos como sujeto de derechos políticos y que, ejercitándolos, interviene en el gobierno del país.
Vemos así que hay una abismal diferencia entre ser un simple habitante de nuestro país, que lo somos todos cuantos en él residimos de manera habitual, o un verdadero ciudadano; este último no sólo goza de derechos que no tiene el primero sino que, para ser verdaderamente ciudadano, debe -indefectiblemente- ejercer los mismos. Caso contrario, degrada su estatus, su condición potestativa.
Es naïf, asimismo, pensar que existan ciudadanos de primera y de segunda categoría, como erróneamente se sostiene con asiduidad; ya vimos claramente que sólo hay ciudadanos y habitantes.
El concepto de condición potestativa, no demasiado utilizado en el lenguaje cotidiano, y tal como nos señala el mismo diccionario, se refiere a aquellas condiciones que no resultan ajenas a nuestra esencia, que no son extrañas a nuestra voluntad sino que, muy por el contrario, dependen, solamente, de nosotros, de nuestras propias fuerzas y convicciones.
Ejercer el derecho al voto, al tiempo que cumplir con nuestra obligación y forjar así los destinos de una gran nación, es misión para verdaderos ciudadanos, comprometidos con su país y con los diversos y graves problemas que lo agobian, y de los cuales todos nosotros, habitantes o ciudadanos, nos quejamos a diario.
Sin embargo, no nos asiste ningún derecho a expresar tibias y plañideras lamentaciones ante las diversas catástrofes que nos azotan cuando, a la hora de decidir, de sufragar, no sólo no lo hacemos según los más elevados dictados de nuestra conciencia sino que, peor, en muchas ocasiones lo realizamos impulsados por el temor o compelidos por promesas de ventajas diversas o dádivas vergonzosas desde diversos sectores partidarios.
Dijo en su momento José Saramago que "si pensamos mal, hablamos mal"; a ello agregamos nosotros que, también, si pensamos mal, o si directamente no pensamos, obramos mal; y en ese hacer mal, no sólo nos comprometemos nosotros, sino a futuras generaciones.
Nos hemos preguntado, en muchas ocasiones, si el voto debe ser calificado y, en caso afirmativo, cuáles debieran ser dichas calificaciones.
Sostenemos que no todos los votos deben valer lo mismo; pero este valor diferencial no debe fundarse en razones socioeconómicas o de otra índole material; sólo debe basarse en la condición de habitante o ciudadano que cada uno elija: ya vimos que hay cuestiones que son sólo atribuibles a la esencia misma de la persona; ser habitante o ciudadano es uno de dichos temas y allí, sin forzar la razón, debe residir la primera calificación del sufragio emitido.
Claro que establecer una diferencia valorativa del voto sobre esta base, implica aceptar que la misma sólo depende de la persona, de su propia valoración como tal; así entonces, estas líneas no son -como tantas otras que se leen por estos días- un llamado a votar por uno u otro partido, por tal o cual candidato, sino sólo un estímulo a emitir nuestro sufragio como ciudadanos, como personas que ejercemos nuestro derecho a intervenir en el gobierno de nuestro país, por nosotros y por nuestros descendientes. En otras palabras, nada más que un llamado al orgullo de ser argentinos.
ALEJANDRO A. BEVAQUA (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Médico. Especialista en Medicina Legal
bevaquaalejandro@hotmail.com