Jueves 28 de Mayo de 2009 20 > Carta de Lectores
La violencia es inaceptable

Puede que no se haya equivocado por completo el presidente de la Sociedad Rural, Hugo Biolcati, al afirmar que, si bien él personalmente no está en favor de escraches como el protagonizado por los chacareros enfurecidos que el viernes pasado atacaron con huevos y escupitajos al diputado kirchnerista Agustín Rossi, los consideran "una consecuencia lógica" de la actitud beligerante del gobierno hacia el campo, pero también es lógico que sus palabras en tal sentido hayan provocado mucho malestar en las filas opositoras. Acaso lo único que tienen en común los radicales, los miembros de la Coalición Cívica, los socialistas y los peronistas disidentes es el rechazo al intento del ex presidente Néstor Kirchner de intimidar al electorado creando un "clima de crispación" en el país por suponer que lo ayudaría a conseguir los votos de quienes subordinan todo a "la gobernabilidad".

Por lo demás, los líderes opositores entienden muy bien que a partir de mediados del 2003, cuando Kirchner inició su gestión, los impulsores principales de la modalidad anti-democrática del escrache, o sea, el hostigamiento físico de quienes piensan distinto, han sido precisamente los kirchneristas que han respaldado, a menudo con subsidios costeados por los contribuyentes y con puestos en el gobierno, a activistas de la extrema izquierda y de las organizaciones conformadas por piqueteros, so pretexto de que dadas las circunstancias es comprensible que quienes se sienten excluidos luchen así contra "la injusticia" que en los años siguientes el gobierno continuaría atribuyendo a los resabios del "neoliberalismo" de los años noventa. Como el ex presidente se encargó de recordarnos antes de que sus asesores de imagen le aconsejaran bajar el tono, en nuestro país la gobernabilidad siempre corre peligro, motivo por el que le hace falta un gobierno peronista fuerte. Lo que no dijo Kirchner es que quienes en la actualidad plantean la amenaza más grave al orden democrático y a la convivencia pacífica que le es fundamental no son los militares, los hipotéticos "golpistas" del campo o los "generales mediáticos" sino ciertos "militantes sociales" que de un modo u otro están vinculados con el gobierno que efectivamente encabeza.

Al caer en la tentación de emplear métodos que son propios de grupos marginados que, acostumbrados a ser repudiados en las elecciones, procuran abrirse camino "ganando la calle" a través de la violencia, los productores rurales santafesinos que se ensañaron nuevamente con Rossi están ayudando a sus adversarios más resueltos a instalar la sensación de que la paz social sí pende de un hilo y que por lo tanto sería mejor solidarizarse con el gobierno kirchnerista. A juzgar por las encuestas de opinión, dicho temor es un factor de peso en las zonas más depauperadas del Gran Buenos Aires en las que los kirchneristas esperan conseguir los votos necesarios para contrarrestar las pérdidas enormes que les aguardan en el interior agrícola de la provincia. Y como si esto ya no fuera más que suficiente, la violencia de una pequeña minoría de ruralistas podría costarle al campo el respaldo decidido de la clase media urbana, en especial la porteña, que el año pasado le permitió poner fin a la "hegemonía" kirchnerista e impedir que prosperara el "proyecto" de los dos santacruceños que consistió en alternar en la presidencia por varios lustros más.

A pesar de las dificultades sociales gravísimas que ha ocasionado una serie al parecer interminable de naufragios económicos, además de las intervenciones militares y la adhesión de muchas personas a credos políticos voluntaristas, desde 1983 la Argentina ha sido un país relativamente pacífico. Incluso el "golpe civil" que culminó con la caída del presidente Fernando de la Rúa fue mucho menos truculento de lo que pudiera haberse previsto. Con todo, nadie puede ignorar que hay elementos en el país que, por imaginarse en condiciones de aprovechar el caos, estarían más que dispuestos a tratar de provocarlo. Aunque "comprender" los motivos de los violentos no equivale a reivindicar lo que hacen, es una forma de legitimarlo, de ahí el consenso de virtualmente todos los dirigentes opositores -Biolcati aparte, ningún personaje significante intentó minimizar su importancia- de que no hay excusas para lo que ocurrió en Santa Fe.

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