Roma no se construyó en un día. Lo leí por ahí. Una máxima que, por prolongación, hace entender que tampoco las pirámides se edificaron en un par de horas. Y ese es el consejo último del refrán, la idea que uno debe llevarse como tarea para la casa: los proyectos que importan requieren tiempo. Pero no sólo los proyectos sino que también algunas situaciones ameritan de todo nuestro temple. No cruzas una tormenta en lo que tardas en parpadear.
En las épocas difíciles uno quisiera tomarse el jarabe de la fe. Aunque, claro, tal producto no existe. Apenas si somos dueños de una misteriosa certeza que nos asegura, de tanto en tanto y en susurros, lo vas a conseguir, tu conoces el camino.
Tengo testimonios de primera mano respecto de personas que debieron enfrentar la incertidumbre y la desgracia con el corazón abierto y ubicar la esperanza en algún lugar lejano. Recuerdo a Claudia, por ejemplo, que soportó con estoicismo la larga enfermedad de su hija, hasta que la vio salir adelante, para luego caer ella misma en un pozo depresivo que la tuvo un año en cama. Al final, se levantó con entereza del infierno y a los treinta y tantos comenzó a estudiar psicología. Entre las páginas de los libros encontró una cura para su dolor. Hoy trabaja, sueña entre montañas y regala conversaciones alegres e inteligentes que hacen creer que vivir es una extraña aventura.
Pienso en Guillermo, quien terminó una carrera y luego, sin un centavo en el bolsillo, se decidió a comenzar otra, una que representaba un viejo anhelo. Un día en la calle, extasiado con la noticia de que había sido admitido por una importante universidad, casi lo atropellan. El susto lo obligó a mirar hacia abajo y a sus pies, como un guiño cómplice del destino, descubrió tirado un rollo de dinero con el cual pagó su inscripción y su matrícula. Guillermo ha tenido la gentileza de contarme la increíble anécdota con un entusiasmo que arrasa.
Y pienso en dos amigos que atraviesan terribles enfermedades. De esas de las que sólo se escapa de milagro. Me pregunto si de un modo secreto y callado esperan a que la tempestad deje paso a un cielo azul.
Cruzar el territorio de la enfermedad al de la salud. De la pobreza al bienestar. De la ignorancia al conocimiento. De la soledad a la compañía. Del deseo a la plenitud. Del odio al afecto. Del hastío al perdón. De la ansiedad a la calma. Requiere paciencia. Temple. Fuerzas que nos preceden. No soy capaz de explicarlo pero creo que la energía necesaria para surgir con una piel nueva de este tipo de batallas, ese flujo luminoso que puede abrir la puerta que separa el cuarto en sombras del resto del paisaje, vive al interior de nuestra conciencia. Es un dios a domicilio. Un ángel que se autoexplica en la infinitud y en el vacío. Es una palabra clave que debe ser pronunciada.
CLAUDIO ANDRADE
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