Como ya es habitual, todos los integrantes de la llamada comunidad internacional, incluyendo a los gobiernos de Estados Unidos y China, condenaron vigorosamente el ensayo nuclear más reciente de Corea del Norte, pero aunque el Consejo de Seguridad de la ONU celebró otra reunión de emergencia en que los representantes de los países miembros dieron rienda suelta a su indignación, resultaron incapaces de adoptar una estrategia común capaz de obligar a los norcoreanos a abandonar sus esfuerzos por dotarse de un arsenal atómico que les permitiría chantajear al resto del mundo. Frente al desafío muy similar planteado por Irán, la actitud de las potencias principales es virtualmente idéntica. Todas dicen estar en contra de la proliferación nuclear, pero esto no es óbice para que países como Estados Unidos, Rusia y China, los únicos que realmente cuentan, sigan privilegiando sus propias prioridades geopolíticas. Como resultado, Corea del Norte, una dictadura salvaje regida por individuos que con cierta frecuencia amenazan a sus vecinos con una guerra cataclísmica, ya posee armas nucleares y misiles de largo alcance. Dentro de poco los líderes de Irán también estarán en condiciones de llevar a cabo su amenaza de borrar Israel de la faz de la Tierra. Mientras tanto, aumenta el peligro de que el arsenal nuclear de Pakistán caiga en manos de fanáticos religiosos que son aún menos respetuosos de la vida ajena -o la propia- que los iraníes y los norcoreanos. Es de prever, pues, que en los próximos años ingresen en el "club nuclear" países gobernados por personas que por motivos ideológicos o religiosos podrían preferir una guerra apocalíptica a la paz. Para que ello no ocurriera, sería necesario que los norteamericanos, rusos y chinos se comprometieran a ir a cualquier extremo para frenar la proliferación de armas de destrucción masiva, lo que ofendería a quienes insisten en que por ser todos los países hipotéticamente iguales todos tienen derecho a adquirirlas, pero que en vista de la alternativa sería la única forma de impedir que el mundo siguiera deslizándose hacia una catástrofe sin precedentes.

En el caso de Corea de Norte, le correspondería a China tomar la iniciativa, puesto que podría cortar la ayuda energética que precisa la frágil economía norcoreana, pero no quiere hacerlo porque, lo mismo que Corea del Sur, sus líderes temen que el eventual colapso de la dictadura de Kim Jong Il, acaso la más cruel del planeta, desate una convulsión en la región al tratar de escapar de la miseria decenas de millones de refugiados. Asimismo, no les gusta la idea de compartir una frontera con Corea del Sur donde están estacionados fuertes contingentes militares norteamericanos. Por lo demás, tienen que tomar en cuenta la posibilidad de que antes de irse la elite norcoreana provocara una guerra devastadora, atacando a Corea del Sur y a Japón. A diferencia de Irán, que aún no ha probado ninguna bomba nuclear y no posee fuerzas convencionales capaces de ocasionar estragos en gran escala, Corea del Norte ya es una potencia militar significante, razón por la que nadie está proponiendo un ataque preventivo.

Aunque los riesgos que plantearía una ofensiva económica contra el régimen de Kim Jong Il -o un intento por parte de Israel o Estados Unidos de desarmar militarmente a Irán antes de que sea demasiado tarde- serían horrendos, los supuestos por permitir que siga la proliferación de armas nucleares serían claramente mayores. Si la historia reciente nos ha enseñado algo, esto es que en circunstancias determinadas bandas de energúmenos de mentalidad apocalíptica pueden resultar capaces de resignarse a su propia destrucción con tal que muchos otros las acompañen a la muerte. En los últimos años, el resurgimiento del extremismo islamista, que ha hecho de la bomba humana una de sus armas preferidas y rinde culto al martirio religioso, además de las actividades de los feroces gobernantes de Corea del Norte, nos han recordado que la paz dista de ser una aspiración universal, pero parecería que la mayoría de los líderes mundiales se resiste a entenderlo, de ahí su pasividad frente a los esfuerzos de regímenes peligrosísimos por conseguir los medios que, creen, les permitirían concretar sus fantasías más alarmantes.