Jueves 21 de Mayo de 2009 20 > Carta de Lectores
Giro de casi 360 grados

Con cierta frecuencia se oye la expresión "dar un giro de 360 grados" cuando lo que tenía en mente el responsable de formularla era uno de 180, pero en el caso del presidente norteamericano Barack Obama parece apropiada. A pesar de haberse comprometido a cambiar radicalmente la política de seguridad de su antecesor, George W. Bush, cerrando el centro de prisioneros islamistas en Guantánamo, reemplazando los tribunales militares por cortes civiles y difundiendo fotografías de los abusos de los derechos humanos perpetrados por sus compatriotas, hace algunos días optó por dar marcha atrás. Sus motivos pueden calificarse de pragmáticos. Antes de cerrar el complejo carcelario de Guantánamo tendría que reubicar a los detenidos, pero sucede que pocos países democráticos están dispuestos a abrirles las puertas por entender que muchos realmente son guerreros santos muy pero muy peligrosos. Tampoco los quieren cerca los norteamericanos. Una tercera opción, la de devolverlos a sus países de origen, se ve resistida ya porque en ellos la tortura y las ejecuciones sumarias son rutinarias, ya porque, como ha ocurrido en Yemen, las autoridades los liberarían en seguida para que reanudaran sus actividades yihadistas. También ha planteado dificultades la idea de terminar con los tribunales militares por suponer que la Justicia civil estadounidense sería más que capaz de juzgar a los acusados de terrorismo. Como Obama se ha dado cuenta, los juristas que crearon el código civil de su país no previeron una situación como la actual en que centenares, cuando no millares, de hombres que no han cometido ningún delito en territorio norteamericano han sido acusados de atentar contra los intereses fundamentales tanto de Estados Unidos como de sus aliados. Aunque Obama insiste en que en adelante los métodos utilizados para interrogar a los recluidos en Guantánamo serán menos duros que en el pasado, la verdad es que muy poco cambiará.

Otra iniciativa que Obama se ha sentido obligado a abandonar tiene que ver con la difusión de evidencia fotográfica de la brutalidad de algunos soldados norteamericanos. Según parece, creyó que serviría para mejorar la imagen internacional de Estados Unidos, pero sus asesores le advirtieron que con toda seguridad resultaría contraproducente. Tienen razón. Incluso en países en que los abusos de los derechos humanos son sistemáticos -o sea, en todos los musulmanes y virtualmente todos los latinoamericanos, africanos y asiáticos- las fotos que se tomaron algunos años atrás en la cárcel Abu Ghraib de Bagdad perjudicaron enormemente a Estados Unidos. Si bien en muchas partes del mundo la indignación generalizada que provocó dicho escándalo era hipócrita por ser las prácticas locales todavía peores, debido a las pretensiones morales norteamericanas resultó casi irresistible la tentación de comparar el gobierno de Bush con el de Hitler.

De todos modos, desgraciadamente para Obama y para la reputación de Estados Unidos, merced a la proliferación de cámaras electrónicas e internet, hoy en día es imposible impedir que imágenes atroces se propaguen instantáneamente por el planeta, como en efecto ya ha sucedido al publicar muchos diarios fotos chocantes que el gobierno norteamericano no quiso ver difundidas. Como Bush, Obama se ve ante un dilema nada sencillo. Sabe que la superpotencia que lidera no tiene más opción que la de librar una guerra sin cuartel contra el islamismo militante, pero entiende que una proporción sustancial de sus compatriotas, además de la mayoría de los europeos y otros, no está dispuesta a tolerar que emplee los métodos a menudo atroces que a través de los siglos han sido normales en todas las guerras. Por lo demás, tiene que encontrar la solución al problema así supuesto, si es que hay una, en una época en que, a diferencia de la Segunda Guerra Mundial y otros conflictos igualmente cruentos, los episodios más horrorosos suelen ser registrados en seguida por los medios de difusión internacionales. Así las cosas, es comprensible que muchos occidentales, entre ellos Obama antes de trasladarse a la Casa Blanca, hayan querido convencerse de que no es necesario luchar contra los islamistas más fanatizados pero, en vista de lo que está en juego, negarse a hacerlo no constituye una alternativa.

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