Murió en su Montevideo que tanto amó. El Montevideo que en los años de exilio le llenaba los ojos de agua cuando lo recordaba.
Murió fatigado de sufrir. Entero ante la degradación propia de la vida cuando la vida va a derrumbarse.
Seguramente le hubiese gustado que la muerte lo tackleara caminando por la rambla. Morir en un atardecer de otoño salpicado por las aguas del "río inmemorial de Borges". Desplomarse sin percibir que, de golpe, la vida de uno es historia. Morir con las manos atrás, acariciando el cinto suelto de ese impermeable azul que en un tiempo de exilio había comprado en el muy madrileño Corte Inglés.
-¡No conoce la tintorería, todavía aguanta! -comentó muy circunspecto una noche de comienzos de los ´90 en la muy porteña "La Paz".
Cuando muere un escritor, un poeta, los periodistas generalmente escribimos de la significación de su obra.
En arbitrariedad muy involuntaria, en todo caso, nos olvidamos del ser. De ese ser existente más allá de la prosa. El ser queda congelado.
Pero con Mario Benedetti ya muerto, tiene que primar el ser a la hora de estas líneas. Como sucedió cuando partió el inmenso Osvaldo Soriano.
-¡Qué me importa lo que escribió! ¡Quiero recordar a Osvaldo exiliado, sufriendo por lo que nos pasaba aquí y por la suerte de San Lorenzo! ¡De eso voy a escribir, carajo! -dijo alguien en "Clarín" el día en que Soriano se fue.
Y ahora aquí, a la hora de la muerte de Benedetti, vale lo mismo. No importa aquí ni siquiera el Benedetti de izquierda y de exilios. Exilios de mucha precariedad material.
Pero exilios que sobrellevó con inmensa dignidad, como cuando vivía en un barrio madrileño de mala muerte.
Importa aquí que con Mario Benedetti se va un humanista. Un ser que exploró el espíritu sin temor a los desgarros que acompañan siempre esa exploración. Cabizbajo siempre. Suave en el trato. Ajeno a las vanidades...
-Para eso están ustedes, mis amigos argentinos -decía mientras la sonrisa le ensanchaba los bigotes y los ojos se transformaban en ojitos.
Culto, cultura de práctica diaria que da el ida y vuelta con la vida. Autodidacta sólido a la hora de formarse para ir a las letras.
Observador fino y silencioso del largo tiempo que le tocó vivir.
Generoso en el despliegue de su saber. Paciente con ese adolescente que le acercaba sonrojado un poema escrito a hurtadillas de sus jóvenes fantasmas.
Se fue Mario Benedetti. Y se fue desde su Montevideo... "que es mi maravilla"...
Pero quizás no se fue.
CARLOS TORRENGO
carlostorrengo@hotmail.com