Hay instituciones con equipos de trabajo cooperantes en función del progreso de las mismas, con roles simétricos, decisiones consensuadas y respeto mutuo y de la privacidad, y otras que son escenario de la competencia y la rivalidad que, influenciadas por subjetividades particulares (de cada sujeto) y sumadas a falencias en la coordinación de las mismas, caen en una lucha de poder que a largo plazo obstaculiza el desempeño óptimo de las organizaciones.
Aquel que considera que competir dentro del propio ámbito es liderar explicita en su accionar necesidad de reconocimiento, valoración y, por qué no, adulación. Protagonistas de esta índole buscan alianzar simpatizantes obsecuentes de su misma falacia; este tipo de conductas generalmente animadas por algún "cerebro" que se cree "todopoderoso", rey de omnipotencia, afecta por la torpeza de errores observables la imagen colectiva de la institución.
Lamentablemente hoy en día estamos en el auge de las "duplas", en este caso, de aduladores recíprocos que hacen gala del mismo espíritu complaciente y de sus propias fantasías produciendo la afectación de aquellos que no son adherentes a su discurso. Los competitivos afectados por el virus "juntos lideramos" y alienados por "el fin justifica los medios" (Maquiavelo) deciden en reuniones que rondan en lo íntimo (del dúo) atropelladamente por el resto. Con su discurso hipócrita de trabajar en pos del bien común van dejando secuelas en el ámbito que son irreparables y avivan la fragmentación, produciéndose una división tajante en subgrupos.
Podré permitirme entonces decir que, como tantas otras veces, estamos ante un doble atropello a la institucionalidad, cayendo en una política que lejos de su fundante estructura humanitaria es desvirtuada por complot. Las consecuencias podrían manifestarse en un retroceso en la libertad de opinión, un clima de hostilidad, un déficit de lectura de la realidad y mucho más.
El manejo desatinado de situaciones como ésta conlleva una lucha novelesca entre "el bien y el mal", sustentada por ineptos que, lejos de saber trabajar en equipo, impulsan una lucha interna por conseguir satisfacer ambiciosamente de forma inconsciente necesidades del orden de lo íntimo en un campo donde no debería perderse la objetividad. Es así como administran el tiempo para demostrar eficiencia, capacidad y actitud que quedan totalmente obsoletas como norma de cooperación.
Dúos con este discurso atravesados por celos sin fundamento especulan con el error ajeno promoviendo la desigualdad de condiciones y el desequilibrio, y cuando se percatan de que se les ve la hilacha se excusan en la buena intencionalidad, tratando de disfrazar su organización morbosa como una posición estratégica de alianza no traumática, para mejorar.
¡Vamos! ¡Sáquense la careta! Las cartas están sobre la mesa y es evidente la jugarreta. ¡Basta del sentimentalismo farsante! Ya nadie les cree; sólo seguimos el juego para ver hasta dónde llega su mentalidad mediocre.
Víctor Esteban Valverde
DNI 4.766.636