Expresado por las máximas autoridades nacionales, el gobierno -devengado de la producción agropecuaria a través de las retenciones- invierte en construir escuelas, hospitales, caminos rurales y ayuda a los que menos tienen, y ahora también refuerza las coparticipaciones provinciales y municipales.
En función de ello, es bueno destacar entonces la notable contribución al país de esta actividad fundamental, tan primitiva y tan generosa.
Siento la necesidad de agradecer y admiro a esos hombres y mujeres que con su dedicación, su inversión, bajo sus riesgos, con su esfuerzo y su trabajo están posibilitando atender la educación, la salud, la ocupación, además de estar presentes con exclusividad en el cotidiano tendido de todas las mesas argentinas. Agradecer a quienes vigorizan ese pulmón que oxigena industrias, comercios, turismo, transporte, deportes y fundamentalmente actúa como disparador ocupacional indispensable ahora y en todos los tiempos.
Pero se empaña mi entusiasmo cuando compruebo que mi enfoque está divorciado del de otros que, en su insaciable sed de recursos, ven en la producción agropecuaria y en todas sus formas -cerealera, ganadera, lechera y también en nuestras frutas- un objetivo fácil de saquear. Son los que pregonan democracia y viven de ella pero, en su afán de imponer, no quieren negociar. Son los que no dan quórum cuando los productores, con ejemplar ética democrática, acuden al Congreso nacional intentando defenderse del despojo desmedido al que se los somete, aun sabiendo que todavía están allí los que en actitud deleznable de obediencia debida y traicionando sus propias bases intentaron aprobar la aplicación de la tristemente célebre resolución 125. Pero también son los que hoy se regodean con la promesa de recibir dinero proveniente del saqueo al campo, sean gobernadores o intendentes, pero no se los ha escuchado nunca en este largo conflicto aportar alguna idea o gestión a favor de los que producen.
Ejerciendo mi derecho de opinión, sugiero a estos señores que promocionen la actividad agropecuaria, que la apoyen y la defiendan no para indefinidamente intentar quitarle sino para que crezca más y, en función de su crecimiento, tribute más. Que exijan una auténtica federalización de la distribución de esos recursos y así serán receptores nobles de un dinero limpio y genuino, alejados de la plata sucia proveniente del saqueo, que mancha y envilece.
Hugo Néstor E. Santarelli, LE 7.560.816 - Fernández Oro