| Como jefe de la iglesia cristiana más poderosa, el papa Benedicto XVI sabe muy bien que los judíos israelíes no son los únicos blancos de la ofensiva islamista que desde hace varios años plantea una amenaza sumamente grave a la paz mundial. También lo son los cristianos, trátese de católicos, protestantes, ortodoxos u otros. En todas las zonas de mayoría musulmana, desde ciertas islas de Filipinas hasta Marruecos, las comunidades cristianas son víctimas de un proceso de "limpieza religiosa" que tal y como están las cosas no terminará hasta que hayan desaparecido por completo. Un siglo atrás, los cristianos constituían por lo menos el 20% de la población del Medio Oriente; en la actualidad, menos del cinco por ciento es cristiano. El arzobispo católico de Bagdad afirmó hace poco que en su opinión el cristianismo está en vías de extinción tanto en Irak como en el resto del Medio Oriente. Los métodos utilizados por los resueltos a expulsar a los "infieles" suelen ser brutales. En Filipinas, el sur de Tailandia, Egipto e Irak los asesinatos de cristianos por motivos sectarios son frecuentes. En Pakistán y Afganistán pueden verse acusados ante la Justicia del crimen capital de blasfemia contra el islam. En cuanto a los musulmanes que se convierten al cristianismo, corren peligro de ser ejecutados ya que según la jurisprudencia islámica se castiga la apostasía con la pena de muerte. Por lo demás, el hostigamiento oficial es constante incluso en países relativamente "modernos": en Egipto los coptos, descendientes de los habitantes preislámicos, cuya historia se cuenta por milenios, acaban de ser golpeados por la orden gubernamental de matar todos los cerdos, de este modo privándolos de una fuente de ingresos muy importante, so pretexto de que se trataba de una decisión destinada a impedir la propagación de la gripe porcina. Para el Vaticano, el futuro de sus correligionarios en la parte del mundo que vio nacer al cristianismo y que dominaba antes del surgimiento del islam es con toda seguridad un tema prioritario. En el transcurso de su gira por la región, Benedicto XVI intentó conformar a los musulmanes al abogar por un Estado palestino sin enojar demasiado a aquellos israelíes que no creen poder convivir en paz con quienes no han disimulado su voluntad de destruir de una vez y por todas "el ente sionista". Como la mayoría de los dirigentes europeos, el Papa parece convencido de que el conflicto entre los israelíes y los árabes es la causa principal de la belicosidad islamista y que un arreglo pacífico basado en concesiones mutuas serviría para tranquilizar definitivamente al Medio Oriente, pero por motivos comprensibles el nuevo gobierno de Israel es reacio a hacer depender la seguridad de su país de la eventual solidaridad de Estados Unidos y la Unión Europea. Con razón o sin ella, teme que sus presuntos amigos no vacilarían en abandonarlo a su suerte si tuvieran que optar entre defender los intereses fundamentales de un pequeño Estado judío y congraciarse con el inmenso mundo musulmán que posee una proporción muy significante de los recursos energéticos mundiales. En diversas ocasiones el papa Benedicto XVI se ha quejado con amargura de la falta de interés en las cuestiones religiosas de la elite occidental laica y escéptica. La desaparición del cristianismo en el Medio Oriente podría ser una consecuencia de la indiferencia así supuesta. Antes de la Segunda Guerra Mundial, las comunidades cristianas de la región disfrutaban de la protección de países como Gran Bretaña, Francia y Alemania, pero hoy en día escasean los dirigentes europeos que estén dispuestos a afirmarse preocupados por lo que está sucediendo, puesto que si lo hicieran serían criticados con virulencia por los representantes de las vigorosas comunidades musulmanas que se han establecido en casi todos los países del "Viejo Continente". Y aunque el Papa se animó a aludir a los conflictos entre musulmanes y cristianos en Nazaret, exhortando a todos a repudiar "el poder destructivo del odio y del prejuicio", parecería que se cuidó de hablar con más franqueza por miedo a que sus palabras enfurecieran todavía más a los que aprovecharían cualquier excusa para intensificar su campaña violenta contra quienes comparten la fe de la cual es el representante más conocido. | |