La inflación como la inseguridad han pasado a integrar la categoría de las sensaciones para el universo de la Casa Rosada. Ya no importa la realidad o cómo pueda impactar en la población y, por más que los fenómenos existan, pasan a habitar en ese estrato oficial.
Una como la otra son fenómenos concurrentes y hasta casi simultáneos. Es más, uno y el otro se van retroalimentando y, a la irrupción de uno, le sigue el otro en un proceso espiralado.
Ambos tienen también en común orígenes parecidos y matrices similares. Pero la inflación y la inseguridad son las hijas de este modelo, fruto de una relación incestuosa entre el aumento del gasto público y la emisión monetaria.
¿Cómo es posible que un modelo que se dice de producción y crecimiento haya producido semejantes frutos? Ya no es posible maquillar las cifras de inflación ni ocultar la cantidad de crímenes que sufre la sociedad. Hasta ahora, lo que el gobierno llama modelo -no es más que un conjunto de variables favorables- produjo un efecto ilusorio sobre la población, al punto tal que los argentinos se habituaron a vivir con parámetros de consumo extraños para una sociedad que venía de la peor crisis económica de su historia. Era como el espejismo del cuento de "La Cenicienta". Pero en rigor, y mientras el gobierno sumergía a la sociedad en ese espejismo, fomentaba la pervertida cópula entre gasto y emisión. Esta relación tiene un germen que la administración regente se encargó de mantener oculto para construir su estructura de poder: el desempleo.
El gran desafío para la dirigencia política luego de la crisis del 2001 fue cómo disminuir la elevada proporción de desocupados y subocupados que, por entonces, mostraba que dos de cada cinco personas no contaban con una fuente de trabajo.
Las opciones no eran muchas. O se planteaba un programa de austeridad y se regeneraba la confianza, luego del default, o se buscaban mecanismos artificiales para que todo luciera en orden. La primera era una vía áspera, difícil y más dilatada en el tiempo, algo que conspiraba contra las apetencias de poder. La segunda estaba al alcance de la mano y alimentaba la voracidad política. Una era una tarea titánica; la otra era como barrer la basura bajo la alfombra para que todo brillara como nuevo.
Al mismo tiempo, el abundante ingreso de divisas de exportaciones alimentó el encanto y permitió seguir con la fiesta. La fórmula era fácil y estaba al alcance de la mano: tipo de cambio alto, aumento del empleo público, subsidios, emisión monetaria para financiarlos y, si faltaba, más deuda. Así hasta que el boom de los commodities aguantara.
Pero la crisis financiera internacional resultó ser como las doce de la noche para la Cenicienta y puso al desnudo la fórmula oficial.
El espejismo se acabó y la relación promiscua de gasto y emisión sigue con su descendencia. A mayor gasto público, más emisión se necesita; esto genera inflación y caída de ventas que se traducen en mayor desempleo que requiere más emisión y por ende más inflación... y así sucesivamente hasta otro estallido.
Es la medianoche y el encanto de la Cenicienta se esfumó. Ya no entran dólares, no hay inversión y el desempleo comienza a salir de abajo de la alfombra. El modelo va camino a una difícil encrucijada, vivir con la realidad, inflación, inseguridad, desempleo.
Mientras esta realidad avanza, el gobierno está enfrascado en una estéril batalla por la ley de Radiodifusión y en una puja electoral que le asegure el mantenimiento de los superpoderes y la emergencia económica, dos institutos de esencia autocrática.
MIGUEL ÁNGEL ROUCO (*)
DyN
(*) Periodista económico.