Según el ex presidente Néstor Kirchner y su esposa, en las próximas elecciones legislativas se decidirá el destino de la Argentina, ya que se trata de optar entre el oficialismo y el caos -es decir, otro intento de suicidio nacional-, pero parecería que, la pareja gobernante y un puñado de admiradores interesados aparte, muy pocos creen encontrarse ante una alternativa tan dramática. En opinión de buena parte de la ciudadanía, a lo sumo se trata del destino de los Kirchner mismos. Por motivos que tendrán más que ver con su propio afán de protagonismo -la egolatría es bastante común entre los políticos profesionales- que con el deseo natural de seguir contando con el apoyo casi automático de la mayoría de los senadores y diputados, ahorrándose así la necesidad de negociar con legisladores de la oposición, los Kirchner se han encargado de hacer de las elecciones un plebiscito personal. Si bien los dos han tenido éxito en dicha empresa, corren el riesgo de que su presencia mediática constante les resulte contraproducente al fastidiar tanto al electorado que una proporción sustancial de los votantes aproveche lo que para ella será una oportunidad destituyente irresistible.
Si fuera cuestión de elegir entre las distintas listas, el Frente para la Victoria podría hacer una buena elección, aunque sólo fuera por las deficiencias de sus rivales, pero por tratarse de emitir una opinión sobre la gestión de Cristina y, más aún, el papel que está desempeñando su cónyuge, sus posibilidades de triunfar por un margen adecuado se han visto reducidas. Dadas las circunstancias, al gobierno le hubiera convenido más continuar conviviendo con la confusión propia de un orden político sin partidos coherentes en que los legisladores están acostumbrados a pactar personalmente con el Poder Ejecutivo de turno que simplificar todo para que los resultados dependieran por completo de la popularidad de un matrimonio que, según las encuestas, cuenta con la aprobación de apenas la tercera parte del electorado.
De acuerdo común, la etapa inicial de la campaña, la dominada por la conformación de las respectivas listas partidarias, ha sido deprimente. Además de los esfuerzos de Néstor Kirchner por mejorar las suyas llenándolas de candidatos meramente decorativos, los ya tristemente famosos "testimoniales", de este modo denigrando a quienes eventualmente ocupen los escaños que están en juego, las negociaciones febriles de quienes buscaban un lugar "expectante" en las listas de las agrupaciones opositoras se han caracterizado por los prejuicios personales de los presuntamente capaces de atraer a los votantes en cantidades suficientes. Hasta ahora, ninguna agrupación se ha dado el trabajo de formular propuestas comprensibles. Mientras que los kirchneristas acusan a los opositores de querer restaurar "el neoliberalismo" que según ellos fue responsable de provocar todas las desgracias más recientes del país, los adversarios del gobierno actual se han limitado a hablar pestes de su autoritarismo arbitrario y sus muchos errores sin decirnos lo que sería necesario hacer para que el país se recuperara. Puede que en las semanas que nos separan de las elecciones nuestros dirigentes políticos se dignen a hablar de algo más que sus propios méritos y lo malos que son sus adversarios, pero es poco probable. Tal y como están las cosas, es de prever que los oficialistas sigan rabiando contra "el neoliberalismo" y "los años noventa" para entonces reivindicar con fervor lo que llaman "el modelo", o sea, el statu quo. También lo es que los opositores sigan concentrando su fuego en la corrupción, la mendacidad y la falta de visión estratégica que a su entender son típicas de la gestión de los Kirchner.
Mientras tanto, la economía nacional, debilitada por la desconfianza generalizada, continuará hundiéndose, se agravará el desastre supuesto por el aumento rápido de la pobreza extrema, se multiplicarán las huelgas y las manifestaciones públicas de protesta y seguirán produciendo episodios truculentos que, como es lógico, servirán para intensificar la sensación difundida de que la sociedad está en vías de desintegrarse sin que la clase política nacional, obsesionada como está por sus propias prioridades, tenga mucho interés en frenar el proceso degenerativo que está en marcha.