Lunes 11 de Mayo de 2009 12 > Carta de Lectores
El polvorín paquistaní

La esperanza del presidente norteamericano Barack Obama de que su mera presencia en la Casa Rosada sirviera para mejorar la relación de Estados Unidos con el mundo musulmán ya ha resultado ser una ilusión. Lejos de mostrarse dispuestos a abandonar su programa nuclear, los líderes iraníes han redoblado sus esfuerzos por adquirir la capacidad para dotarse de un arsenal atómico propio, lo que plantea el riesgo de que en cualquier momento Israel opte por intentar impedirlo o, si no lo hace, que los países árabes de la región decidan procurar adquirir armas similares. Todavía más alarmante, si cabe, es la situación en Pakistán, una potencia nuclear que corre el peligro de caer en manos de fanáticos religiosos. Según el jefe militar norteamericano en la región, el general David Petraeus, los talibanes podrían derribar al gobierno paquistaní en las semanas próximas. Aunque las milicias islamistas no están en condiciones de derrotar al ejército paquistaní, éste contiene elementos que simpatizan con ellos y que por lo tanto podrían negarse a obedecer la orden del presidente Asif Ali Zardari -el viudo de la asesinada Benazir Bhutto- de "eliminarlos" por los medios que fueran. En los días últimos, el ejército paquistaní, presionado por Estados Unidos, ha emprendido una ofensiva en zonas dominadas por los talibanes, provocando el éxodo de centenares de miles de personas. Y como si esto no fuera suficiente, los paquistaníes acusan a los norteamericanos de provocar la muerte de 130 civiles al bombardear una aldea. Puesto que en Pakistán la mayoría propende a creer que el estado desastroso en que se encuentra su país se debe a las actividades norteamericanas, los únicos beneficiados por los "daños colaterales" son los extremistas religiosos, aun cuando se haya tratado de la consecuencia previsible de su costumbre de usar a los no combatientes como escudos humanos.

Obama ya se ve ante un desafío aún mayor que los enfrentados por su antecesor George W. Bush. Entiende muy bien que permitir que Pakistán degenere en un Estado fallido, regido por fundamentalistas islámicos y señores de la guerra, equiparable con Somalia, plantearía una amenaza intolerable a Estados Unidos y la India, además, claro está, del mundo en su conjunto, pero por motivos comprensibles no quiere asumir una postura belicosa. Sin embargo, las opciones de las que dispone son limitadas. En vista de lo que está en juego, tiene que asegurar que extremistas religiosos no consigan apoderarse de las bombas nucleares paquistaníes o la capacidad para construirlas. Durante la visita oficial a Washington de Zardari y su homólogo afgano, Hamid Karzai, Obama afirmó que confía plenamente en que los paquistaníes mismos logren derrotar a los fanáticos, pero no puede sino estar preparado para lo que tendría que hacer en el caso de que fracasara la ofensiva actual. Por riesgoso que resultara ser para Estados Unidos una intervención militar aún más directa en el embrollo paquistaní, quedarse con las manos cruzadas y apostar a que no sucederá nada grave no constituiría una alternativa.

Obama ya ha dejado saber que su gobierno está más interesado en la seguridad que en el futuro de los gobiernos aún democráticos de Pakistán y Afganistán. A diferencia de Bush, que al iniciar su segundo período en la Casa Rosada se afirmó resuelto a impulsar la democratización de los países del "Gran Medio Oriente" por entender que a la larga sería mejor para todos, incluyendo, desde luego, a los norteamericanos, Obama ha optado por una actitud menos idealista y por lo tanto muchos sospechan que preferiría que Pakistán y, de agravarse todavía más la situación interna, Afganistán, estuvieran bajo regímenes militares a su juicio confiables que gobiernos de origen democrático como los actuales que están batiéndose en retirada frente a los islamistas. De estar en lo cierto "los realistas" que piensan de este modo, el gobierno de Zardari tendrá los días contados, ya que no parece estar en condiciones de mantener un mínimo de orden en su país convulsionado. En cuanto a la reputación internacional de Obama, se vería perjudicado si, por circunstancias que no está en condiciones de modificar, se siente obligado a resucitar la política tradicional de Estados Unidos de apoyar a dictadores por considerarlo el mal menor.

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