Tomo un taxi en el aeropuerto de Washington y el taxista resulta ser un ingeniero iraní que huyó de su país cuando llegó Khomeini. Le pregunto por Barack Obama y me expresa incredulidad. Y acto seguido, para mi sorpresa, me regala una larga reflexión sobre la amenaza yihadista. "Irán y Pakistán, ´these are the threats´,y no lo de Cuba, que ya está caducado". "Hasta que Obama se enfrente a esos enormes problemas no sabremos si es el gran presidente que aparenta".
Llego al hotel y enciendo el televisor. En dos de los canales hablan del mismo tema y, paradójicamente, coinciden con mi taxista. El gran reto de Obama es el polvorín fundamentalista, cuyas bases en Afganistán y Pakistán no paran de crecer. Y cuyo programa nuclear iraní tampoco se frena. "¿Qué política seguirá Obama para afrontar esa amenaza?", se pregunta un periódico, y un amigo de Florida, fiel seguidor republicano, me formula la cuestión de forma sarcástica: "Me encantará ver a Obama charlando amigablemente con los talibanes y dándose besos con el presidente de Irán. Como si esos tipos entendieran el lenguaje de la diplomacia".
En la cena, con personas de diversa índole, la cuestión se convierte en el plato central y nadie parece esperanzado con Obama, a pesar de ser, la mayoría de ellos, votantes demócratas. Lo resumo con la reflexión que hace un periodista de Nueva York: "El fundamentalismo pondrá a prueba a Obama, como lo ha hecho con todos los gobiernos norteamericanos. Y no existe ninguna estrategia buena. Obama no es un mago y lo del fundamentalismo no es un conejo. Me temo que no hay nada en la chistera".
Ciertamente, las noticias son cada vez más alarmantes y estallan en lo que siempre fue el verdadero polvorín del fenómeno, Pakistán, cuya evidente vulnerabilidad ante el avance yihadista preocupa seriamente. No se trata, sólo, de las informaciones que aseguran que los talibanes han llegado a cien kilómetros de Islamabad y cuya contraofensiva del ejército ha matado a decenas de ellos. La preocupación más seria radica en las concesiones políticas que el gobierno de Asif Ali Zardari está haciendo a los extremistas, en un claro alarde de debilidad. El acuerdo entre el gobierno paquistaní y los talibanes, recientemente respaldado por el Parlamento nacional, para aplicar la charia en la región de Malakand es el síntoma más evidente de esta debilidad de Zardari.
Pero si el avance del fundamentalismo estuviera acotado a Pakistán, sería menos grave, a pesar del riesgo de que ello ocurra en un país que tiene la bomba atómica. El problema principal es que está mundializado, presenta una extraordinaria capacidad de seducción y no para de tener éxitos. Veamos algunos de los fracasos más sonoros, en la ardua lucha contra este fenómeno totalitario: Osama ben Laden sigue libre; el presidente de Sudán, Omar al Bashir, se ríe de las órdenes de detención internacional y pasea con honores por los países de Oriente Medio; organizaciones como Hizbollah o Hamas se refuerzan con dinero y armamento; en Egipto, los Hermanos Musulmanes dominan completamente la oposición al gobierno; en Afganistán, los talibanes vuelven a tener un ejército poderoso; en Pakistán, lo dicho; en Somalia, los islamistas de Al Shabaab crecen en número e influencia; en Nigeria dominan el norte del país; su influencia aumenta en las repúblicas musulmanas de la antigua URSS; dominan en Yemen; de la mano de Chávez, Irán ha empezado a influir seriamente en Sudamérica y en el resto de países, incluyendo Europa, el magnetismo fundamentalista crece entre los jóvenes musulmanes.
Si añadimos la impunidad con que se aplica la charia en los países amigos del petrodólar, los informes de la inteligencia norteamericana sobre España como base terrorista y la sangría de atentados que no para, tenemos un cuadro realmente desalentador. Puede que nos interese poco recordarlo, pero el fundamentalismo no para de crecer. En esta tesitura, el alegato de mi taxista está cargado de razón. El gran reto para Obama, y para el mundo, aún está por llegar.
PILAR RAHOLA (*)
Publicado en "La Vanguardia"
(*) Escritora. Ex vicealcaldesa de Barcelona