Mi hijo, que este mes cumple 22 años, se encuentra en Buenos Aires trabajando de 9 a 16 por un sueldo mínimo para poder estudiar la carrera universitaria que a él le gusta de 18 a 22. El domingo anterior a Semana Santa fue apuñalado por dos menores que portaban una faca. Él quería conocer un local bailable de Costa Salguero con su novia, cosa que no llegó a hacer. Lo sucedido ocurrió en un tramo de tres cuadras, entre la parada del colectivo y el lugar en cuestión, zona supuestamente custodiada por la guardia urbana, a la que vieron al bajar del micro. En un momento dado se les acercaron dos menores de edad, uno de los cuales intentó agarrarlo de la manga de la campera diciéndole "Pará, pará" mientras en la otra mano portaba algo escondido que intentaba clavarle en el abdomen.
No lo consiguió inmediatamente porque, por suerte, él tenía los reflejos defensivos aprendidos alguna vez cuando era chico en la práctica de aikido. Cuando uno de ellos se abalanzó hacia la novia, que había tomado distancia presa de un ataque de nervios, él se desesperó para defenderla y quedó de espaldas a quien finalmente lo tomó y le clavó algo entre la costilla flotante y el esternón, aunque por suerte no tocó ningún órgano vital. Finalmente le sacaron la cartera a la chica, que sólo tenía un celular común, el documento y 11 pesos.
Al quedar solos, en medio de la desesperación de ver que él estaba bañado en sangre y conocer las posibles consecuencias de una puñalada de ésas, intentaron pedir ayuda a quienes pasaban por la avenida en coche pero ninguno frenó, cosa que entiendo porque uno no sabe si es un truco para que uno pare y asaltarlo o no. Lo que no entiendo es que haya pasado una camioneta con muchos jóvenes muy alegres que se burlaban y reían de verlos en esas condiciones y que tampoco pararon. Por último, hubo un taxi que se detuvo pero que les dijo que los podía llevar al hospital sólo si tenían plata, si les habían robado todo él no podía llevarlos gratis. Como algo de dinero les había quedado, pudieron subir. Tuvieron que buscar primero un policía en algún lado para que se hiciera responsable de la situación, para terminar la odisea en el hospital Pirovano, donde fue excelentemente atendido y contenido y por lo cual a cuyo personal agradezco enormemente.
Sin intentar hacer una carta sensiblera detallando los sentimientos que a uno lo atraviesan al saber que un hijo pasa por una situación así a 1.200 kilómetros de distancia y durante el eterno viaje en que a uno le pasa por la cabeza la vida entera torturándose con el análisis de los posibles desenlaces, quisiera hacer una reflexión.
Lo que le ocurrió a mi hijo, si bien es la primera vez que lo lesionan, no es la primera vez que le pasa, ya que nos han asaltado en varias oportunidades. Estando en Buenos Aires me di cuenta de que a todas las personas con las que hablé algo les había pasado, y no en el Gran Buenos Aires sino en el centro. Al volver a Neuquén todos los conocidos comenzaron a comentar las cosas que les habían sucedido aquí.
Yo quiero decirles a quienes nos gobiernan que las personas comunes no necesitamos que nos cuenten en los noticieros esas terribles cosas que pasan todos los días, porque no nos influye verlo 20 veces al día, porque no somos tarados y nos damos cuenta de que fue un solo hecho. Lo que nos da la real perspectiva es lo que nos pasa a nosotros mismos y lo que les sucede a nuestros vecinos todos los días, y eso no lo cuenta nadie y parece ser que tampoco nadie lo advierte o a nadie le interesa.
Es cruel plantearse si uno trabajó 22 años equivocadamente por haberle enseñado a un hijo a lucharla, a intentar progresar por esfuerzo propio, a sobreponerse a las situaciones, para terminar pensando en un momento extremo que tal vez eso no tenía valor, que a mi sociedad no le importan los sacrificios y no le interesa nuestro tipo de gente. Tal vez tendría que haber sido más permisiva y no tendría que haberle puesto tantos límites en la vida ni haberlo alentado a estudiar y sí a juntarse en las esquinas a tomar cerveza y a drogarse. Quizá, si se hubiera hecho delincuente andaría con más de 20 pesos en el bolsillo, se habría divertido en vez de estar encerrado en un aula y se sentiría protegido, no sólo porque andaría armado sino porque el sistema judicial entero estaría a su favor.
No pido pena de muerte porque estoy a favor de la vida ni más cárceles y más policías en la calle porque lo que debe haber son menos delincuentes, sino que el sistema judicial defienda los derechos de todos y que el que cometa un delito pague su deuda con la sociedad, tenga el color político que tuviere y venga de donde viniere.
Margarita Patricia Valicente de Kuber
DNI 18.162.188 - Neuquén