El suspenso sobre la candidatura de Néstor Kirchner a diputado nacional por la provincia de Buenos Aires se mantuvo hasta la noche de ayer. ¿Y si no es? ¿Y si se baja? Este impulso que tiene el personaje por ser el centro del universo, lo que lo hace jugar siempre al misterio y, por qué no, la ansiosa pasión de los argentinos por desentrañar enigmas hicieron cambiar, durante los últimos días, el foco de las miradas hacia el próximo 10 de diciembre.
¿Asumirá o no asumirá?, se comenzó a plantear y así apareció una nueva incógnita alrededor de Kirchner, después del culebrón que rodeó su postulación a un cargo que le queda definitivamente grande a un ex presidente.
Cuesta mucho imaginar que una tan avasallante personalidad de animal político pueda dedicarse únicamente a hacer sonar una campanita de orden desde el estrado de la Cámara baja si el Frente para la Victoria logra conservar la mayoría y allí lo consagran como su titular. A la inversa, si la mano viene cambiada, el mismo Kirchner se debe haber preguntado cómo hacer para dirigirse a Felipe Solá, si le toca al ex gobernador bonaerense presidir las sesiones y decirle: "Pido la palabra, señor presidente".
Igualmente, desde la Cámara o desde el llano otra vez, el ex presidente será siempre el que marque los tiempos del gobierno, aun a riesgo de actuar como una mampara de opacidad que siga enturbiando la visibilidad de la propia presidenta de la Nación.
No obstante, el matrimonio se ha mostrado unido en ciertas convicciones básicas que tienen que ver con la defensa a ultranza del llamado "modelo", a no reconocer ninguna dificultad del mismo, ni siquiera defectos de la gestión. Sin achicarse, hasta la propia presidenta se ha atrevido a mojarles la oreja a sus adversarios diciéndoles que no se les cae una idea para discutir el modelo.
Y esto es verdad y es extraño que no ocurra, porque si hay algo que se observa con claridad es que el esquema económico-social sobre el que el gobierno apuesta a sostenerse es que resulta llamativamente vulnerable por derecha y por izquierda.
Por ejemplo, desde el progresismo se le achaca su mínimo apego a una distribución más justa del ingreso, a no avanzar contra el trabajo en negro, a la instauración estructural de una mayor pobreza y hasta a lo que consideran que es la poca injerencia del Estado en sectores estratégicos y la falta de redireccionamiento de los recursos hacia una mayor contención social. En cambio, desde una óptica más noventista se le critican al "modelo" sus ineficiencias, la falta de institucionalidad, la política de aislamiento del mundo, el no pago a los deudores, la desidia en cuestiones energéticas y el mal manejo del conflicto con el campo y, sobre todo, el avance del Estado sobre la actividad privada.
En el fondo, toda la oposición en su conjunto abomina de las formas y del estilo kirchnerista y cree que el "modelo" poco tiene que ver con la producción y sí con el populismo.
Entonces, ¿por qué no confrontan los opositores, en debates abiertos, modelo contra modelo? Probablemente, porque intuyen que lo que el "modelo" gubernamental oculta en el fondo es el apego de una buena parte de la sociedad hacia sus estructuras, la pretendida protección que otorga el Estado (incluidas las jubilaciones), el empleo público, los subsidios, las prebendas, las tarifas baratas, el dedo que asigna los recursos y todo lo que ha sido mamado por sus integrantes desde hace muchas décadas, lo que para algunos es la causa del deterioro y el lastre que le impide a la Argentina despegar.
En tiempos de crisis y en afán de conservar lo poco que se tiene, ¿qué otra fuerza política se atrevería a opinar en contra de lo que parece que quiere la gente? Y ¿hasta dónde los votantes privilegiarán su bronca hacia las formas de los Kirchner, antes que la seguridad de que las cosas no van a cambiar?
En medio de estas elucubraciones electorales y de las virulentas y, en algún caso, hasta bochornosas peleas por el armado de las listas que se dio en casi todas las estructuras partidarias, queda también en el debe del actual proceso la falta de rigurosidad de las leyes para acomodar las internas al voto de los afiliados y no al dedo de los que se erigen en iluminados conductores.
La decisión del gobierno de adelantar las elecciones les dio la excusa perfecta a casi todos para no encontrar fechas a tiempo, para realizar así las primarias dentro de cada partido o alianza.
En este punto, también la sociedad tiene una gran responsabilidad porque a diario y aun en las situaciones más insignificantes demuestra su poco apego por las leyes y, en cuestiones institucionales, consiente de modo pasivo y evita participar en procesos que hacen a su futuro y al de las próximas generaciones.
Es probable que esa falta de interés tenga como origen también aquel lavado de cerebro que viene de tan lejos, como un chip de memoria que le impone la necesidad primaria de buscar siempre un líder que le diga qué hacer para afrontar cada situación, un proceso que, combinado con la falta de educación y con la exclusión de capas muy amplias de la misma, le impide reflexionar en conjunto sobre su futuro, más allá de que haya comicios cada dos años.
Y eso no es una elección, apenas es una opción entre parecidos.