Siempre fui “hincha” de los antihéroes, de aquellos nobles personajes que convencidos de sus acciones eran capaces de aceptar las más humillantes derrotas. Alguna vez, creo que escuchando a Dolina, reforcé esta idea, el concepto era simple, cualquiera es capaz de luchar si sabe que tiene más o menos a mano el dulce sabor de la victoria, pero los verdaderos luchadores son aquellos personajes que aun con la derrota garantizada resultan capaces de dar lo máximo de sí. Me surge el recuerdo del heroico Aníbal, el cartaginés, en su lucha contra Roma o del más mundano y hollywoodense, el último samurai.Mucho se ha escrito, incluso yo mismo, acerca de los ideales y los valores de este gran hombre, que supo interpretar el sentimiento de un pueblo y llevarlo a cabo sin importarle que muchos de quienes lo acompañaron en el principio de su batalla hubieran de abandonarlo a mitad de camino.Alfonsín tenía una quimera; quería pasar, sin escalas, de un país autoritario a un ejemplo de la democracia, creía muchísimo más en la democracia que en la política y eso lo condenó. Yo soy de esas personas que veinticinco años más tarde creen que con la democracia se educa, se come y se cura, y en este momento me inunda la emoción.Lamentablemente sus derrotas políticas lo llevaron a tener que adaptarse a la arena de la política del poder, vacía de valores y llena de ambición, ése no era su ámbito. Sus soldados más leales como Dante Caputo y Juan Carlos Pugliese eran la excepción y muchos de sus hombres y la gran mayoría de la oposición empezaron a tener intereses que atendían más lo urgente que lo importante.Supo metamorfosearse y convertirse en un gran estratega político a partir de la caída de su gobierno; el pacto de olivos, la generación de la Alianza y el golpe a De la Rúa lo pusieron a la altura de lo que hoy estamos acostumbrados a admirar en política, o sea maquiavelismo.Juan Pablo Serra DNI 24.136.111 - Roca |