Domingo 03 de Mayo de 2009 Edicion impresa pag. 43 > Cultura y Espectaculos
Don "Sisto"

A los mismos santiagueños les costaba llamarlo don Sixto, por eso de las "s" que en esa provincia abundan en un idioma casi propio, un estilo inconfundible, muy particular y con sello propio. Don Sixto Palavecino era para ellos don Sisto, porque así sonaba más santiagueño.

Era de esos personajes inmensamente formados, siempre con el humor a flor de labios, sabedor de las tradiciones, "quichuista" como él mismo gustaba llamarse, conocedor de necesidades, de idiomas que dejaban de hablarse, rescatador de lenguas en extinción.

Don Sixto Palavecino era mucho más aún, un cantor de buena letra, porque era eso en definitiva lo que le gustaba hacer, un culto al idioma, a la cultura, a las tradiciones, al país, un cultor del folclore sin límites, un "alternativo" por el simple hecho de estar siempre fuera del molde, un intérprete de un folclore poco escuchado en buena parte del país.

Don Sixto hacía su propio folclore, con los ingredientes propios de su formación, un hombre de una cercanía inmensa con su tierra, un hombre lleno de virtudes musicales. Es que no alcanzan los elogios para don "Sisto" y faltan palabras para describir su obra.

No me propuse escribir una biografía sobre él sino simplemente describirlo, porque nunca una biografía sobre este santiagueño de estilo bien norteño podría estar completa.

Cómo definir su obra si apenas pudimos conocer una porción muy chica de lo que supo hacer, cómo describirla si la mayoría lo conoce por su violín, casi su hermano en largos caminos recorridos pero que en esa sociedad fueron una parte, siempre una parte de lo que son capaces de hacer.

Don Sixto fue violín, fue lengua quichua, fue rescate de tradiciones, don Sixto era el que soñaba, aún con más de 90 años, con salvar su lengua en extinción y se propuso cantar en esa lengua, más allá de que se vendieran discos contados con los dedos de la mano.

Claro, no resultaba atractivo más que para el estudio, no resultaba comercial, no era atractivo, pero sí valioso para la cultura, para un país que dejó de lado lenguas originarias con protagonistas vivos. Don Sixto luchaba a diario contra los que sentían vergüenza de hablar en quichua en público y tomaba la posta, la bandera de la cultura y se ponía en primera fila.

Se planteó vivir y cuidar esos aspectos que harían perdurable por siglos y siglos esta lengua con muy pocos aprendices.

Don Sixto fue más, mucho más de todo lo que se difundió, porque también tuvo la virtud del silencio, de no presumir de lo que sabía sino de ponerlo en práctica. Don Sixto fue sinónimo de Santiago del Estero, pero sin ninguna duda fue un exponente de talla del folclore y la cultura nacional, porque su obra no es folclore solamente, es cultura, es idioma.

Ojalá este país tuviera muchos más Sixtos, pero también ojalá tuviera mucho más reconocimiento a estos exponentes de la cultura que ni cuando mueren tienen el homenaje merecido. Una multitud fue a despedirlo en el sepelio, pero merecía otra cosa, merecía que se hablara de él en las escuelas, que se divulgara su obra, que se escuchara su música, porque eso hubiera significado al menos reconocer que este folclore va más allá de las canciones románticas y mediáticas de todos los días.

Fue, si se quiere, un verdadero creador, simple, sin grandilocuencia pero profundo en sus pensamientos, tan profundo que si este país lo hubiera reconocido como debía, la gloria terrenal debería expresarse con todos los honores.

Este hombre sí que fue un grande, aunque este país siempre lo mirara raro.

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