Sábado 02 de Mayo de 2009 Edicion impresa pag. 28 > Sociedad
"Dos barras grandes de chocolate"

Vicente Gennaro siempre tomaba la guardia tarde. Pero esta vez no pudo dormir la siesta y se dispuso a llegar temprano. "No tenía un peso partido al medio pero fui a la cantina y compré dos barras grandes de chocolate Aero. Hice un vale y pensé: total, esto no lo voy a pagar nunca. Después armé un bolso de supervivencia y llegué a mi puesto casi 10 minutos antes. Por eso todavía estoy vivo: el torpedo impactó en el dormitorio".

De todas formas, al cabo segundo de la Armada, que entonces contaba apenas 18 años, el estallido lo encontró en la sala de máquinas de proa y lo hizo volar cuatro metros. El impacto se produjo a la misma altura del buque donde se encontraba, sólo que en un compartimiento separado por un grueso tabique metálico y la onda expansiva se proyectó hacia arriba.

El crucero quedó totalmente a oscuras y en pocos segundos se produjo la segunda explosión. Cuando el joven suboficial logró incorporarse decidió bajar con otros cuatro tripulantes hasta la sentina para ver si había heridos y verificar los daños. Habrían pasado cinco minutos del último impacto pero cuando llegaron, ayudados por linternas, el agua helada les llegaba a la cintura. Volvieron a su puesto, liberaron de vapor las máquinas para que no explotaran si el buque se hundía, verificaron que no quedara nadie y subieron como pudieron a la primera cubierta. El buque ya estaba escorado 35 ó 40 grados. "El piso estaba inclinado y yo tenía los zapatos empapados en combustible, resbalé varios metros hasta que me detuvo la pared. No me podía incorporar, y si no hubiera sido porque me tendieron un brazo en la oscuridad tal vez me hubiera quedado ahí".

"Nos dirigimos a la balsa de goma que se nos había asignado y cuando dieron la orden de abandonar el buque la lanzamos al mar. Pero estábamos a estribor y el buque estaba totalmente escorado a babor. No podíamos tirarnos al agua porque nos hubiéramos estrellado contra el casco".

El y sus camaradas resolvieron el problema con la ayuda de una soga y al poco rato estaban alojados en la balsa, que de todas maneras tenía adentro 20 centímetros de agua.

Los botes inflables no son insumergibles pero resisten bien a flote aunque tengan agua adentro. Algo que, en definitiva, permitió soportar la fuerte tempestad que se desencadenó una hora después. En todo caso, los enemigos eran la posibilidad de que la balsa se diera vuelta, lo que ocurrió con varias, y la hipotermia, que combatieron haciendo ejercicios de a dos, con el que tenían enfrente.

Gennaro y sus compañeros estuvieron 26 horas a la deriva, arrastrados por el fuerte sudeste que sacudía el Atlántico Sur.

"¿Cómo me sentí? Como mirando una película; como si lo que estaba viviendo no me sucediera realmente a mí".

Durante aquellas horas el cabo, que ahora es mecánico de autos y vive en Neuquén, no probó bocado. "Ni se me ocurrió. Cuando nos subieron al barco que nos rescató, metí la mano en la mochila que había llevado conmigo y en el fondo encontré las dos barras de chocolate".

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