La tarde que hundieron el Belgrano Alejandro Belikow acababa de tomar la guardia en los cañones principales del buque cuando lo sorprendió la explosión. "No sabíamos de dónde venía pero fue como una de esas piñas bien pegadas: nos tiró al suelo". El primer torpedo impactó varias cubiertas más abajo y mató a 300 tripulantes. La cubierta blindada del buque, de seis pulgadas de espesor, construida para soportar las bombas de la aviación de la segunda guerra mundial, sirvió de poco: la explosión vino de abajo, desde la sala de máquinas y fue incontrolable. Desde el fondo del océano llegó enseguida otro puñetazo: Belicow y el suboficial que lo acompañaba apenas se habían incorporado cuando ya estaban de nuevo en el suelo. Esta vez el impacto cortó de cuajo 20 metros de la proa y los hizo desaparecer.
Belikow es licenciado en ciencias de la comunicación, casado y con tres hijos. Se fue de la Armada en 1992 pero su primer destino, luego de terminar el viaje de instrucción en la fragata Libertad, fue el crucero General Belgrano.
En febrero pasado el ex marino, hijo de rusos, volvió al Atlántico Sur para hacer de intérprete en el buque de esa nacionalidad que contrató el gobierno argentino para la Campaña Antártica. Allí lo entrevistó "Río Negro".
"Eso de los límites de la zona de exclusión es algo bastante relativo en una guerra, pero el buque nunca estuvo adentro. La noche anterior habíamos recibido instrucción de entrar una diez millas, hacer un patrullaje al sur de las Malvinas y volver, pero al poco tiempo recibimos una contraorden: no entrar y volver a la zona de Ushuaia. Cuando se produjo el ataque del HMS Conqueror hacían más o menos unas 10 horas que estábamos volviendo a Tierra del Fuego.
El ex marino no cree que los ingleses consideraran al crucero un arma muy poderosa a la que fuera preciso neutralizar. Más bien tiende a pensar que el hundimiento del Belgrano fue un golpe de efecto para desmoralizar.
"Después de la explosión subo al puente y empieza a haber una serie de órdenes para averiguar cuál era la verdadera situación del buque. Como estaba ardiendo pero no había humo, tiramos algunas bengalas para que nos vieran desde los otros barcos que viajaban cerca del crucero.
A los 20 minutos de producido el ataque el crucero empezó a escorarse bastante y el capitán Bonzo dio la orden de abandonarlo. "El agua ya estaba sobre la cubierta principal y entré en el mar caminando. Fui nadando hasta una de las balsas, que estaba a unos 20 ó 30 metros de distancia, y ni siquiera me di cuenta de lo fría que estaba el agua. Dos marineros me ayudaron a subir. Eran las 16.25 del 2 de mayo de 1982.
El barco se escoró 90 grados y por efecto del viento se pegó a las balsas, que quedaron a la altura del techo de la torre del cañón. "Pensamos que al hundirse el buque nos arrastraría al fondo del océano y no habría forma de salvarse. Pero se hundió de popa y frente a la proa, donde estábamos nosotros, se produjo el efecto contrario: una ola enorme despidió a las balsas barrenando sobre el agua. El Belgrano se fue a pique ante nuestros ojos en medio de un silencio absoluto".
Las balsas están hechas para llevar 20 personas y en la que le tocó a Belikow habría unas 30, pero eso era mejor porque hacía mucho frío. Con todo, luego aparecieron muchas vacías que se habían inflado automáticamente en contacto con el agua y algunos, entre ellos el joven teniente de navío, se pasaron para no sobrecargar la que estaban. Después, juntaron varias balsas y las ataron entre sí, eso es lo que se recomienda para facilitar la búsqueda.
En las balsas hay algunas señales, agua y alimentos, pero lo que se recomienda es no comer nada el primer día, gastar las reservas y prepararse para aguantar.
En ese momento el tiempo no estaba malo, pero una hora más tarde se desató un temporal, con olas de cinco o seis metros de altura.
"Con la fuerza del viento y del agua los cabos se rompieron y las balsas se dispersaron. El movimiento del mar era como el de una licuadora y la temperatura de afuera era de dos grados, pero la sensación térmica, de 20 bajo cero. En mi balsa, cuando alguien quería hacer pis todos ponían las manos, entumecidas de frío, para calentarlas un poco".
"Llegó la madrugada y cuando asomamos la cabeza estábamos solos en el medio del mar, a unos 150 kilómetros de la isla de los Estados: en 24 horas el viento nos había arrastrado 120 kilómetros al sudeste".
La mañana pasó un poco más tranquila y a eso del mediodía los náufragos vieron pasar el primer avión. "Lanzamos algunas bengalas para que nos vieran y, entonces sí, comimos el primer caramelo".
A las tres o cuatro horas, aparecieron en el horizonte los palos de los buques que venían a rescatarlos. Habían pasado 30 horas desde que subieron a la balsa. "Dicen que después de las 40, por la hipotermia, no encontraron a nadie vivo. Cuando me subieron al barco no me podía parar del frío. Después nos llevaron a Ushuaia. Nos dieron ropa? ¿Que si tuve miedo? Por supuesto: no se puede no tener, es lo que te genera autodefensas".