Los seres humanos no son los únicos que se han visto afectados, para bien o para mal, por la globalización merced a la cual virtualmente todo, trátese de una moda cultural, un fenómeno como el terrorismo de raíz religiosa o una crisis financiera, puede adquirir dimensiones mundiales en un lapso asombrosamente breve. También han sabido aprovecharla los virus que, además de ser capaces de mutarse con frecuencia, burlándose así de las defensas antibióticas erigidas por el hombre, pueden viajar de un continente a otro en una cuestión de horas. Es por eso que de enterarse la Organización Mundial de Salud de la aparición de una nueva variante en una remota aldea asiática, como sucedió hace algunos años con la gripe aviar, las autoridades de todos los países tuvieron que ponerse en alerta. Felizmente, hasta ahora las previsiones más lúgubres que se formularon sobre el peligro que en teoría podría plantear la gripe aviar han resultado ser exageradas: la cantidad de muertes que ha causado no supera 400, todas en Asia y Egipto. Es de esperar que también hayan sido exageradas las advertencias sobre las posibles consecuencias del brote de gripe porcina que acaba de producirse en México, donde ya se han registrado muchos casos mortales atribuibles a la enfermedad y que en muy poco tiempo parece haber llegado no sólo al vecino Estados Unidos sino también a España, Francia, Israel, Nueva Zelanda y otros países, traída por personas procedentes de México.
Aunque los estragos causados por el virus en México son alarmantes, se informa que en Estados Unidos los presuntamente infectados se han recuperado muy pronto. La diferencia así supuesta podría reflejar la superioridad de los servicios médicos estadounidenses, pero también podría deberse sólo a que han sido muy pocas las personas afectadas y que todas disfrutaban de buena salud y contaban con defensas naturales adecuadas. Sea como fuere, los epidemiólogos norteamericanos están tomando muy en serio la posibilidad de que el virus, el que según ellos es un híbrido porcino, aviar y humano de características aún desconocidas, termine infectando a millones tanto en su propio país como en el resto del planeta. Lo que más temen es encontrarse ante una reedición de la pandemia terrible de "gripe española" que en los años que siguieron a la Primera Guerra Mundial cobró aproximadamente 50 millones de vida. Por fortuna, a partir de entonces los servicios médicos de casi todos los países han mejorado muchísimo y contamos con armas científicas que son mucho más eficaces, pero esto no quiere decir que podamos cantar victoria en la lucha contra los virus, ya que, la evolución mediante, ellos también se las han arreglado para "modernizarse".
En México, un país cuya economía se ha visto golpeada con dureza excepcional por la crisis económica que se originó en Estados Unidos para después transformarse en una pandemia mundial, el brote de gripe porcina amenaza con tener un impacto catastrófico. No puede sino incidir en el turismo, el cual constituye una fuente importante de ingresos: por razones evidentes, muchos norteamericanos y otros han optado por postergar los viajes que tenían planeados a los centros turísticos mexicanos.
Asimismo, en todas partes del mundo la presencia de visitantes mexicanos está provocando sospechas: de agravarse la situación, el gobierno de Estados Unidos podría sentirse obligado a cerrar la frontera o, cuando menos, a forzar a quienes quieren cruzarla a someterse a un examen médico. Mientras tanto, en Ciudad de México, donde viven más de 20 millones de personas, las autoridades están tomando una serie de medidas drásticas con el propósito de limitar los contactos, prohibiéndole al público concentrarse en lugares como los estadios, pidiéndoles a los dueños de bares y locales nocturnos que cierren por diez días, repartiendo máscaras quirúrgicas e incluso desaconsejando los apretones de manos y la práctica de dar besos a las mejillas. Si bien la contundencia de las medidas dispuestas habrá ayudado a que la gente tomara más precauciones, existe el riesgo de que también sirvan para difundir una sensación rayana en el pánico que tendría consecuencias imprevisibles, pero con toda probabilidad negativas, en una sociedad que ya tiene motivos para sentirse desmoralizada por los crecientes problemas económicos.