Al papa Benedicto XVI le llovieron las críticas tras haber desaconsejado el uso de preservativos para prevenir el sida en su visita al África el 19 de marzo. Pero lo cierto es que la Iglesia Católica sigue sosteniendo que el mejor método anticonceptivo es la abstinencia. El problema del obispo y presidente del Paraguay, Fernando Lugo, es que no siguió el método anticonceptivo pregonado por su Iglesia. Si, al menos, hubiera ignorado la recomendación del sumo pontífice sobre el no uso de preservativos, su situación política sería ahora menos embarazosa (o "embarazada").
El presidente del Paraguay, frente a los sectores políticos que reclaman su renuncia, ha manifestado que "a él no van a enseñarle moral quienes robaron el país". Sin embargo, el dilema que debe resolver no es consecuencia del afán pedagógico de sus enemigos políticos, sino de los comportamientos que habría tenido durante su desempeño como obispo de San Pedro, una de las regiones más pobres del Paraguay. Al haber accedido al poder apoyado en un discurso en el que condenaba la falta de ética y la hipocresía de las clases dominantes, su prédica no parece coherente con la actitud de un hombre que se desentiende de las obligaciones jurídicas derivadas de la paternidad.
Frente a la serie de denuncias de mujeres que dicen haber quedado embarazadas, Lugo ha acudido a una suerte de disculpa histórica. "Yo, persona humana imperfecta, fruto de procesos históricos, perfil de mi cultura, asumiré con todas responsabilidades presentes y futuras aquellas situaciones que me conciernen", dijo en el Palacio Casa de López, sede del gobierno paraguayo. Era una referencia al hecho de la aceptación social de la poligamia en Paraguay como subproducto de la guerra librada contra la Triple Alianza que provocó una catástrofe social y demográfica. Según Pacho O´Donell, antes del inicio de la guerra (1864), la población del Paraguay era de 1.300.000 personas; al final del conflicto sólo sobrevivían unas 200.000, de las que sólo 28.000 eran hombres, la mayoría niños, ancianos y extranjeros.
Sin embargo, frente a la influencia de factores históricos, existe otra cuestión, de índole teológica, que debe ser considerada. Nos referimos a la obligación de celibato que la Iglesia Católica impone a quienes toman los hábitos religiosos. A diferencia de otras iglesias cristianas, como la luterana, la Católica mantiene una exigencia que no parece razonable en los tiempos actuales. Como sucede con las recomendaciones acerca del uso del preservativo, las posiciones de la Iglesia en esta materia son francamente anacrónicas. Impone la natalidad no deseada a los demás, al tiempo que exige el celibato y la castidad a sus propios sacerdotes y monjas. Como acertadamente señala el filósofo español Jesús Mosterín, "la enfermiza obsesión antisexual que ofrecen los pronunciamientos de la jerarquía católica no sólo choca con la ciencia y la racionalidad, sino que incluso carece de base o precedente alguno en las enseñanzas que los Evangelios atribuyen a Jesús".
"Parece como si las autoridades eclesiásticas estuvieran haciendo todo lo posible para ahuyentar a las personas para apartarlas de la Iglesia. Hacia fuera pierden credibilidad y hacia dentro dañan la comunión eclesial", afirma el jesuita y profesor de Bioética Juan Masiá Clavel. El debate eclesiástico sobre el uso del preservativo le costó hace dos años a este jesuita su carrera universitaria. Al calificar como "mitad cómico, mitad anacrónico" el debate sobre el uso del preservativo, el Vaticano pidió su cabeza a los jesuitas, que dispusieron su traslado desde la Universidad Pontificia de Comillas en Madrid a la más lejana Universidad de Osaka, en Japón.
El profesor Juan Masiá Clavel es firmante, junto con otros 300 pensadores cristianos, del manifiesto "Ante la crisis eclesial" en el cual advierten que "la pérdida de credibilidad de la institución católica que, en buena parte, es justificada y que los medios de comunicación han convertido ya en oficial, está alcanzando cotas preocupantes". Añaden que "la causa principal de la crisis es la infidelidad al Concilio Vaticano II y el miedo ante las reformas que exigía a la Iglesia". Denuncian "la actitud de mano tendida hacia posturas lindantes con la extrema derecha autoritaria (aunque sean infieles al Evangelio e incluso ateas), y de golpes inmisericordes contra todas las posturas afines a la libertad evangélica, a la fraternidad cristiana y a la igualdad entre todos los hijos e hijas de Dios".
Según estos teólogos católicos, esa incapacidad para escuchar de la Iglesia Católica hace que la institución esté cometiendo ridículos mayores que los del caso Galileo. Añaden que hoy la ciencia parece suministrar datos que la curia prefiere desconocer: por ejemplo en problemas referentes al inicio y al fin de la vida, temas estrechamente relacionados con la oposición de la Iglesia a la despenalización del aborto o la eutanasia. Cuentan que, en cierta ocasión, Napoleón quiso provocar al cardenal Consalvi y le espetó que podía acabar si quisiera con la Iglesia de Roma. El ilustre secretario de Estado de Pío VII, sin inmutarse ante la bravata, contestó: "Sire, nosotros los eclesiásticos lo hemos intentado en los últimos dos mil años y no lo hemos conseguido".
ALEARDO F. LARÍA (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Abogado y periodista