Domingo 26 de Abril de 2009 22 > Carta de Lectores
Telenovela paraguaya

El paraguayo Fernando Lugo no es el primer jefe de Estado cuya gestión se haya visto perturbada por la aparición imprevista de hijos extramatrimoniales y con toda seguridad no será el último. Tanto en América Latina como en todos los demás continentes es casi rutinario que se revele que un mandatario respetado -por ejemplo, el francés François Mitterrand- mantenía una familia clandestina. Tampoco puede considerarse insólito que un obispo católico haya violado en repetidas ocasiones su voto de castidad, algo que, para desesperanza del Vaticano, sigue ocurriendo con frecuencia desconcertante. Lo que sí es poco común es que, luego de alcanzar la presidencia de su país en base a sus presuntas cualidades morales, un ex obispo haya resultado ser un mujeriego compulsivo con por lo menos un hijo extramatrimonial y tal vez otros de tres o más madres distintas. Aunque Lugo y sus partidarios insisten, sin convencer a nadie, en que se trata de un asunto privado -y dan a entender que la promiscuidad es característica de la sociedad paraguaya, de suerte que a su juicio sería un error juzgar su conducta según las pautas severas que suelen aplicarse en otras latitudes-, el escándalo rocambolesco que acaba de estallar lo ha puesto tanto en ridículo que le será sumamente difícil, tal vez imposible, seguir gobernando con eficacia por mucho tiempo más. Si bien pocos creen que sus adversarios lograrán desensillarlo mediante un juicio político, sorprendería que Lugo no se cansara pronto de ser motivo de burla no sólo entre sus propios compatriotas sino también en el resto del mundo, lo que no sería el caso si no fuera por su larga trayectoria como sacerdote. Mal que le pese al gobierno paraguayo, el escándalo continuará cobrando fuerza hasta que sus miembros se vean constreñidos a cortar por lo sano pidiéndole a Lugo que renuncie.

En cuanto se difundió la noticia de "los deslices" cometidos por Lugo, su nivel de popularidad se redujo a la mitad. Por permisivos que sean los paraguayos cuando es cuestión de las peripecias sexuales de sus dirigentes, muchos no pudieron sino sentirse víctimas de un fraude cínico al enterarse tardíamente de que el hombre a quien habían elegido para ser presidente porque lo suponían un pilar de rectitud no corresponde en absoluto a la imagen que tanto los había impresionado. Asimismo, la mayoría sabe muy bien que de haber confesado Lugo durante la campaña ser padre de un hijo extramatrimonial o de varios, por su condición de ex obispo sus posibilidades de triunfar hubieran sido escasas, ya que lo hubieran aprovechado sus rivales políticos y la jerarquía católica no hubiera tenido más alternativa que la de condenarlo en un intento de minimizar los costos que le supondría un nuevo escándalo de este tipo.

Como ha sucedido con frecuencia últimamente, las revelaciones sobre la conducta de Lugo han puesto en apuros a los defensores del celibato sacerdotal que desde el siglo XII ha distinguido a la Iglesia Católica de otras denominaciones cristianas, como las protestantes y la Ortodoxa que admiten hombres casados. Conforme a los críticos, la regla así supuesta es "antinatural" y son muchos los sacerdotes que caen en la tentación de violarla, de ahí la cantidad notable de episodios que tanto han contribuido a desprestigiar a una institución que ha hecho del comportamiento sexual de los fieles un tema prioritario. Aunque Lugo se vea beneficiado por la propensión actual de muchos católicos a asumir una actitud comprensiva frente a la "debilidad humana" de sacerdotes, otros, incluyendo a aquellos a quienes no les importan del todo las reglas eclesiásticas, serán menos tolerantes por entender que lo que está en juego es la credibilidad de los dirigentes políticos. En sociedades nada puritanas, políticos que mienten o que pasan por alto detalles de interés público son castigados por el electorado porque se da por descontado que no son personas confiables. Es por eso que en este momento muchos paraguayos están preguntándose si Lugo no les tendrá reservadas otras sorpresas desagradables; al fin y al cabo, si está tan acostumbrado a engañar como parece ser el caso, dista de ser el dechado de honestidad que se suponía y por lo tanto podría ser capaz de cometer pecados cívicos indiscutiblemente graves.

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