Domingo 26 de Abril de 2009 Edicion impresa pag. 40 > Cultura y Espectaculos
Egberto Gismonti y la esperanza del lenguaje musical
El talentoso músico brasileño viene a la Argentina de gira. Antes de llegar al país habló en exclusiva con "Río Negro".

Egberto Gismonti, enorme compositor y multiinstrumentista brasileño, nació en Carmo, 190 kilómetros al norte de Río de Janeiro, el 5 de diciembre de 1947, hijo de un padre siciliano y una madre libanesa. Vaya mixtura.

Gismonti comenzó a experimentar con el piano formalmente con apenas seis años y después de formarse en música erudita durante una década y media marchó a París para estudiar orquestación y análisis con Nadia Boulanger y con el compositor Jean Barraqué, discípulo de Arnold Schönberg y Antón Webern. Al regresar a su país vivió varios meses con los indios xingú del Amazonas, que le ayudaron a ver una realidad musical más amplia que la del mundo clásico.

Su creación tiene influencias que van desde Maurice Ravel, Heitor Villa-Lobos, las bazucadas y el choro hasta el jazz. Estudió guitarra de seis cuerdas y luego de ocho y diez. Durante años experimentó con diferentes afinaciones y timbres utilizando flautas indígenas, kalimbas, voces, campanas...

Mediodía de martes en Duque de Caxias, ciudad del área metropolitana norte de Río, a orillas de la Bahía de Guanabara, que lo ve caminar tranquilo por sus calles sombreadas. Egberto, dispuesto a charlar con "Río Negro".

En cualquier arte del globo a sus recitales van mujeres, hombres de todas las edades y niños cautivados por una música que emana paz.

En la vereda de enfrente la muerte asoma entre los escombros del terremoto en Italia, el ex presidente peruano Fujimori es condenado por violaciones a los derechos humanos, explota un coche bomba en Bagdad, un choque deja quince heridos en la carretera BR101, asaltantes matan a cuatro personas en una hacienda del pequeño municipio de Silva Jardim...

"Esta definición de que hay seguidores para toda la música, incluso la mía, desde algún tiempo atrás, fue el motivo principal que me llevó a tomar decisiones como, por ejemplo, luchar para conseguir los derechos de comercialización de mis grabaciones producidas por multinacionales. Esto aconteció cuatro, cinco años atrás, y desde entonces vengo luchando por algo que hace tres o cuatro meses contractualmente se volvió posible, que es esto que acabas de describir. Yo usaría tus palabras y agregaría unas pocas más. Todas las veces que subo a escena, sea en Argentina, en Brasil, en Tokio, no importa dónde, puedo reconocer que hay padres y madres de mi generación con sus hijos de veinte y no sé cuántos años y algunas veces ellos están casados y van con su niño en brazos", dice el músico.

"Más que una sensación de reconocimiento, de tener públicos diferentes en edades en todas partes, siento que estas personas, a través de su permanencia y frecuencia en los conciertos, fueron responsables de mi vida artística, musical, en la medida en que crearon en mí la posibilidad de contradecirme con ideas que fueron buenas o no tanto, o malas, pero siempre presentes dándome un cierto crédito también a través de lo que hacía y hago. Una sensación de buena expectativa de vida", agrega Gismonti en su Río de Janeiro.

"O sea, creo que la función principal del lenguaje que yo hago, que construyen los músicos, etcétera, es brindar a las personas un poco de expectativa o de inclinación a algo que proporcione una vida mejor, con esperanza de que puede haber más consideración no sólo por la naturaleza sino, y sobre todo, entre las personas. Es una idea que me persigue desde hace mucho tiempo y he llegado a hacer un disco que se llama "Música de sobrevivencia" hace ocho, diez años, no recuerdo (1993, exactamente). Persigo esto siempre, procurando una forma de reconocimiento no para mi música, no para mí como artista, sino para agradecer de forma explícita y objetiva. No sé como retribuir a las personas que posibilitaron que mi vida se justificase a través de las contradicciones, de las expectativas, de la experimentación, de la búsqueda, sobre todo de la amistad entre seres tan diferentes como somos nosotros los sudamericanos, los norteamericanos, alemanes, japoneses. Me hace muy bien comenzar a charlar contigo tocando un punto tan importante en mi existencia. Gracias por eso".

-Pensaba en esa palabra que no apareció aún y funciona en la relación entre tu trabajo, el de tus compañeros músicos y nosotros público: respeto.

-Sabes que hay una experiencia que ya cité muchas veces, no hoy pero sí en otros lugares, en otros países, con personas que me preguntaron dónde o en qué país me sentía más respetado. Y yo dije que acontece en casi todas partes pero en algunos países he vivido un momento de exclusividad donde el respeto a la música, no a la persona que represento, se mostró de manera evidente. Y una de las situaciones más tocantes y emotivas que viví fue tocando en Buenos Aires, en el Teatro Colón (el 21 de abril de 2003), piano, durante una hora y cincuenta minutos ante casi cuatro mil personas. No quiero hacer referencia a que tuve mucho público; quiero decir que dentro del Colón, con una capacidad semejante, se sentía en todas partes un ambiente, una atmósfera de respeto a la música. No a Gismonti (sonríe) sino a los sonidos que estaban oyendo y que tenían como cómplices de sus vidas. Ese momento representa los extremos de los sentimientos humanos. Fue uno de los más importantes, felices, agradables y al mismo tiempo, desafortunadamente, muy triste, porque el Teatro Colón no permitió que esto se transformase en un CD o un DVD, aunque lo intenté de todas las maneras, excluyendo cualquier posibilidad de recibir royalty por los discos. Poco me importa ya esto, después de hacer sesenta y tres o sesenta y cuatro. No estoy realmente interesado en estas cuestiones, un royalty más o menos no cambia nada. Entonces, intentamos a través de abogados, durante meses, un diálogo para conseguir la autorización del teatro para lanzar esos discos, particularmente del DVD, ya que el concierto fue filmado. El Colón es una de las catedrales del mundo para la música. No tengo duda de que existen cinco, seis espacios similares con importancia en la historia del desenvolvimiento musical, por su acústica y demás. Y por falta de suerte no conseguimos un acuerdo. Pero eso es lo de menos; lo importante es que no pretendo hacer política contra el teatro, porque ese concierto representa un monto altísimo de alegría en mi vida. Después de tocar en Argentina veinte veces, no preciso hacer más política con nadie (risas).

-Leí sobre tu acercamiento a los aborígenes del río Xingú en Amazonia. Que ello haya sido posible exige también respeto hacia el otro distinto.

-Estás hablando de algo que tiene una importancia muy grande en mi existencia. Si hablamos de Amazonia, estamos refiriéndonos a una cultura que llamamos (silabea) primitiva y que yo diría, debería servir como referencia de respeto a todo lo que es vivo. Hace muchos, muchos años, cuando conocí a los indios del Xingú, a finales de los ´70, quise hacer un disco dedicado a ellos que se llama "Sol de mediodía". Lo grabé en Alemania y fue lanzado en cuarenta países: trae un agradecimiento a ellos pero no utiliza ninguna melodía, ninguna música xingú, nada que pueda significar una violencia de mi parte por hacer uso de una cultura que no es la mía y que no conozco suficientemente. Como consecuencia de ese trabajo o de esa reacción de respeto, de finales de los ´70 para acá, en el Brasil tenemos siete jefes de tribus que llamamos payé. Cada tribu tiene su propio payé y todos los siete tienen un enorme importancia, no por una cuestión de elección pública. Todos los xingú eligieron siete como representantes de su pensamiento, comportamientos, gestos. De ellos, tres frecuentan mi vida y mi casa cuando vienen a Río de Janeiro. O sea, es una gratitud muy grande que tengo, a través de la música, de tener la amistad de esos payés que continúan siendo valiosísimos para mí en cuanto al punto de vista, la orientación, el comportamiento, las lecciones, que no se traducen con palabras de forma muy simple. Si tuviese que resumir lo que más experimento con los payés que conozco, es que he aprendido a ver cosas que yo no veía, a sentir cosas que no sentía, y a apreciar sobre todo lo que no puedo tocar o ver, cosas fundamentales de la vida que no conseguimos ver pero sí sentir. Eso es lo valioso, no el resto. Por más que yo sea una persona dedicada a la lectura, estudiosa de algunas materias, me siento un aprendiz cuando hablamos de respeto, de reverencia y sobre todo de la conciencia de la propia ignorancia. He estado muchos años pretendiendo conocer más profundamente, rompiendo con todos los conflictos de escuelas que frecuenté, de música o no, y poco a poco descubro que la conciencia de la ignorancia es el primer paso hacia el respeto humano.

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