Que el mundo fue y será una porquería", proclamaba Enrique Santos Discépolo hace tres generaciones. Y pronosticaba acertadamente que en el 2000 sería igual. Desde entonces hemos agregado bastantes elementos a su descubrimiento, algunos buenos y muchos malos.
La superpoblación fomentada por doctrinas medievales e instintos ancestrales, las armas atómicas, químicas y biológicas; la destrucción de la naturaleza original y su cambio por la pesadilla a corto plazo del "desierto verde", la contaminación de todos los ambientes, la constante creación de basura con la que no sabemos qué hacer, el permanente peligro de una guerra sin límites aun con armas convencionales, la falta de agua y de combustible, el predominio del narcotráfico, las crisis financieras provocadas por la especulación, la acumulación de millones de campesinos expulsados del campo en las villas miseria de las grandes ciudades -algo llamado orgullosamente "urbanización"-, la inanición de millones y su muerte violenta en condiciones inenarrables de brutalidad en medio de una precaria pero escandalosa sobreabundancia para otros millones, los genocidios, el fanatismo religioso medieval en medio de un mundo hipermoderno, el terrorismo suicida, el renacer de enfermedades olvidadas como la tuberculosis y la sífilis, la difusión de la pornografía y de la prostitución (en especial la infantil), una crisis mundial que nadie entiende, la destrucción de vidas por las armas o por las drogas. Tenemos el mundo en internet pero es un mundo que aún es bello y se transforma en horrible. Un mundo en el que inundamos la belleza para obtener energía hidráulica y en el que construimos ciudades que destruyen a sus habitantes y agravan el calentamiento global. En el que acidificamos los mares y los vaciamos de su fauna y lloramos por las ballenas, nunca por las merluzas y pocas veces por los corales.
También hay cosas buenas, siempre que tengamos plata para pagarlas. La medicina ha logrado milagros y el 50% de los cánceres es ahora curable y los elementos de diagnóstico son fabulosos. Conocemos cada vez mejor las intimidades de la materia, del universo y de la vida. Nos podemos desplazar por el mundo en horas en vez de meses. En algunas partes del mundo las mujeres han conquistado parte de sus derechos. Nos podemos comunicar de muchas maneras diferentes y yo conozco a mi nieta de París solamente por la pantalla de la PC; sin ella, nunca la habría visto y a gatas sabría de su existencia, pues sólo tiene dos meses. Tenemos el mundo entero ante nuestros ojos al toque de un teclado.
Sin embargo, priman lo negativo y lo peligroso. Según nos explicaba recientemente Héctor Ciapuscio, Martin Rees no estima en más de un 50% la probabilidad de que nuestra especie sobreviva al siglo. No es probable que nos extingamos como los dinosaurios y como millones de especies que vivieron antes que nuestro miserable millón de años. Pero sí lo es que la vida de nuestros nietos sea como la que describe la serie cinematográfica "Mad Max": una incultura sin perdón ni misericordia, una lucha de todos contra todos.
¿Y la solución, según los millonarios? La emigración. El viaje hacia las estrellas. ¡Qué romántico!
Ya hemos visto esto, y en la Argentina más que en otros lados: los que ya no podían vivir en Europa por la intolerancia mortífera o por la falta de trabajo venían a nuestras costas acogedoras. Algunos prosperaron y otros no. No es éste nuestro tema de hoy.
Ahora se propone abandonar un planeta, no un continente. Para que sobreviva la especie.
Suena a ciencia ficción, pero también a disparate. Sumamos más de 6.000 millones y cada día somos más, sin que nuestro autoconcedido apelativo "sapiens" tenga la suficiente sabiduría para asignar recursos. Sería relativamente sencillo que no fuéramos más que lo que el mundo puede sostener si no hubiese personas con poder que dicen lo que no deben donde menos deberían decirlo (1). Con una fracción de lo que gastamos para destruirnos externamente con armas de todo tipo o internamente por drogas a las que recurrimos porque la vida ya no nos ofrece nada podríamos construir un mundo para todos, si solamente nos propusiéramos resolver los problemas básicos: comida, techo, educación y salud. Pero para todos, cuidando no sobrepasar los límites racionales de la población que la Tierra puede sostener dignamente. En cambio, preferimos ganar dinero, aunque sea a costa de la vida de millones (2). Aunque la persona verbal está mal empleada: no preferimos, prefieren ganar dinero. Dos obsesiones -la de la gula y la de la avaricia- ya fueron calificadas de pecados mortales por la misma civilización que ahora hace de esos pecados su guía y su única divinidad. Ahora esas obsesiones nos llevan al Apocalipsis, pero no sólo a los culpables; ellos probablemente serán los que pueblen los cohetes a vaya a saber dónde porque podrán pagarse el pasaje. Por ejemplo el señor Soros, a quien tanto le gusta la astronáutica.
Arthur Clarke denunció el Complejo Militar-Industrial, como lo había hecho el presidente Eisenhower, pero no propuso su imposible destrucción: propuso que malgastaran sus fortunas en la exploración espacial en vez de resolver los problemas reales de los miles de millones de humanos que viven cada vez peor, aun en los países "desarrollados", o sea, los ricos. Que ahora ven su propio cielo acosado por los nubarrones que creían reservados para los pobres. Que los habrá siempre, decían los más religiosos con la vista dirigida hacia arriba mientras daban una moneda de cobre a un mendigo y seguían camino de un banquete donde se gastaba más plata que la que quedaba para la caridad. Que se portaron mal en encarnaciones anteriores, pagan su karma y lograrán mejorar su destino portándose bien otras 3.576 reencarnaciones.
Nos iremos, pues, de la Tierra que logramos destruir. No cualquiera logra destruir el único planeta habitable que se conoce. El mismo Sr. Soros, que también becó a físicos atómicos rusos para que no se sintieran tentados a trabajar para patrones indeseables como Irán o Pakistán, dijo una vez que un sistema en el que personajes como él pudieran existir -personaje que por puro instinto especulativo se transformó en uno de los hombres más ricos del mundo sin trabajar jamás- no tiene viabilidad. Una frase digna de Groucho Marx pero absolutamente cierta. Ése es el mundo que se está derrumbando a nuestro alrededor y del que quisiéramos escapar. Pero ¿quiénes y a dónde? ¿Quién será el encargado de elegir quién viaja? Esta propuesta suena fuertemente a eugenesia, esa derivación enfermiza de una falsa lectura de Darwin.
La romántica visión de los uranófilos, los enamorados del cielo, huele demasiado a otras cosas que se diferencian bastante del amor al cielo: exceso de dinero, soberbia suficiente como para olvidarse de los problemas de mil millones de desnutridos, ganas de ser ellos los que viajen a las estrellas, subestimación de las distancias del cosmos, falta de conciencia de que ya no hay tiempo ni siquiera para esperar poder transitar por el hiperespacio por el que circulan las naves que van a velocidades mucho mayores que la de la luz para llegar a alguna parte.
Creo que la humanidad tiene muchas más probabilidades que el 50% de sobrevivir. La pregunta es: ¿en qué condiciones lo hará? Allí es donde las cosas empiezan a sonar bastante diferentes de la romántica "huida hacia las estrellas". Los casquetes polares y los glaciares desaparecen, los mares suben de nivel y ahogan las ciudades costeras, el petróleo se acaba, los desiertos avanzan, las pestes vuelven, el agua ocasiona guerras, los miles de millones se hacinan cada vez más y el hermano combate contra el hermano. Los cuatro jinetes del Apocalipsis ya están entre nosotros. Que el Sr. Soros entre tanto se vaya a la Estación Espacial Internacional; claro, alguien le llevará comida de vez en cuando. Con champán.
(1) Benedicto XVI acaba de condenar una vez más el uso de profilácticos, pero esta vez lo hizo en África, el continente donde hay países en que más del 15% están infectados por el HIV, a quienes la miseria condena indefectiblemente a la muerte por sida, dejando tras sí miles de huérfanos, tal vez infectados ya desde el vientre de sus madres. Esto también es una forma de regular la población, su santidad. La peste es uno de los jinetes.
(2) Hace más de 30 años la Fundación Bariloche hizo un estudio matemático llamado "Catástrofe o nueva sociedad" cuya publicación se prohibió de inmediato pero que se reeditó comentado en el 2004 y que está en su integridad en internet: http://www.idrc.ca/es/ev-58758-201-1-DO_TOPIC.html. Ese trabajo fue una respuesta al tipo de visión que presentan los que dan por perdido nuestro planeta. Su conclusión: en 1970 bastaba proponerse resolver los problemas básicos de la humanidad y dedicar los fondos a ese fin para que todos los habitantes de la Tierra tuviesen lo necesario para vivir una vida digna de seres humanos. Se prefirió prohibir el estudio y seguir el camino hacia la destrucción.
TOMÁS BUCH (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Tecnólogo generalista