Jueves 23 de Abril de 2009 18 > Carta de Lectores
Hay que tomarlo en serio

La arenga virulenta antiisraelí, rebosante de odio, que pronunció el presidente iraní Mahmoud Ahmadinejad en el transcurso de una conferencia de la ONU en que se suponía que los delegados presentes se dedicarían a hablar contra el racismo, no fue exactamente una sorpresa. Todos los asistentes sabían de antemano que el "negacionista" más notorio del mundo aprovecharía una nueva oportunidad para atacar con su vehemencia habitual al "ente sionista" que en diversas ocasiones ha dicho sería "borrado de la faz de la Tierra", razón por la que Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Alemania, Holanda, Polonia e Italia, además de Israel, boicoteaban un encuentro que, como previeron, le serviría de plataforma para que formulara una de sus diatribas características. Sin embargo, otros países, incluyendo al nuestro, optaron por prestarse a la farsa. Aunque una veintena de representantes europeos y también el marroquí terminaron abandonando el recinto en protesta contra las palabras de Ahmadinejad, muchos otros las aplaudieron, recordándonos, si fuera necesario, que en casi todos los países musulmanes los regímenes suelen distraer la atención de su propia brutalidad, intolerancia, ineficiencia y corrupción haciendo gala de su hostilidad hacia Israel.

En buena parte del mundo occidental se da por descontado que personajes como Ahmadinejad no hablan en serio cuando aluden a su deseo de ver a Israel totalmente destruido y que las amenazas genocidas aún más feroces de los voceros de organizaciones subvencionadas por Irán como Hamas y Hizbollah son meramente retóricas y, de todos modos, atribuibles a la agresividad israelí. Es en buena medida por suponer que islamistas como Ahmadinejad y los ayatollahs, que llevan la voz cantante en su país, son en el fondo hombres sensatos que nunca pensarían en correr demasiados riesgos, que la "comunidad internacional" parece haberse resignado a que dentro de poco Irán logre dotarse de armas nucleares. Puede que la conducta en Ginebra del presidente iraní haya servido para convencer a algunos de que sería peligroso confiar en que a pesar de sus palabras incendiarias lo que realmente quiere es la paz, pero en verdad resulta poco probable. En el Occidente es tan fuerte el deseo de creer que los horrores del pasado no podrán repetirse, que la mayoría prefiere apostar a que en el caso de que Irán entrara en "el club nuclear" sus dirigentes se limitarían a disfrutar del prestigio resultante.

Por motivos comprensibles, muchos israelíes se sienten sumamente preocupados por las ambiciones iraníes. Saben muy bien que entre sus enemigos están hombres que no vacilarían un solo momento en iniciar una matanza generalizada con el propósito de eliminar de una vez la presencia judía en una tierra que consideran para siempre musulmana. Y, como no pudo ser de otra manera, la experiencia atroz del nazismo les ha enseñado que sería un error suicida negarse a tomar al pie de la letra las amenazas proferidas por quienes se afirman resueltos a matarlos a todos.

Puede entenderse, pues, que el gobierno del primer ministro Benjamin Netanyahu se haya encargado de advertirles a los demás países que a menos que la "comunidad internacional" -es decir, Estados Unidos- haga cuanto resulte necesario para impedir que Irán se dote de los medios para concretar las amenazas vertidas por sus dirigentes, las fuerzas de defensa israelíes no tendrán más opción que la de intentar hacerlo. En vista de la alternativa, es lógica la voluntad israelí de correr los riesgos enormes que supondría atacar las instalaciones nucleares de Irán: su propia existencia, y la de sus habitantes, está en juego. Para que dicha catástrofe no ocurra, sería necesario que el presidente norteamericano Barack Obama aceptara que, si bien siempre es bueno tratar de negociar, en ocasiones resulta mejor que un agresor en potencia entienda que los costos para él de persistir en un curso determinado serían tan altos que sería insensato negarse a modificarlo. Hasta ahora, Obama ha sido reacio a entender dicha realidad, razón por la que sus intentos de establecer una relación más amistosa con Irán no han reducido el riesgo de una conflagración cuyas consecuencias serían con toda seguridad nefastas sino que, por el contrario, lo han aumentado mucho.

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