Como el protagonismo logrado por el vicepresidente Julio Cobos luego de votar en el Senado contra su propio gobierno hizo evidente, oponerse a los Kirchner por motivos presuntamente éticos puede ser una maniobra política provechosa. Acaba de confirmarlo el ya ex recaudador de impuestos bonaerense Santiago Montoya. Lejos de verse perjudicado por la decisión del gobernador Daniel Scioli de echarlo por negarse a ser un candidato testimonial a concejal en San Isidro, un distrito en que el kirchnerismo dista de ser popular, Montoya se convirtió en seguida en una de las estrellas del firmamento peronista disidente. El gobernador de su Córdoba natal, Juan Schiaretti, no tardó un solo minuto en ofrecerle un cargo en su gobierno, mientras que el ex gobernador bonaerense y aspirante presidencial, Felipe Solá, afirmó que "me encantaría sumarlo" a su equipo. Puede que no se lo haya propuesto, pero en un lapso muy breve Montoya se ha erigido en un referente político importante, un símbolo de la independencia de criterio y de la negativa, por una cuestión de dignidad, a prestarse al juego engañoso ideado por el ex presidente Néstor Kirchner.
Además de rehusar encabezar una lista en San Isidro -una jurisdicción en la que abundan los sospechosos de evasión impositiva que con toda seguridad no lo quieren-, Montoya se dio el lujo de señalar que "en los últimos tiempos desde el oficialismo hemos perdido parte de la capacidad de escuchar a la sociedad, a los líderes opositores y a los distintos sectores sociales y productivos del país". Tiene razón. Un motivo de la caída estrepitosa de la popularidad de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y su marido consiste precisamente en la sensación difundida de que viven en una especie de universo privado que tiene muy poco que ver con el país de los demás, uno en que los datos confeccionados por el INDEC son auténticos, la recesión representa un mito opositor, el campo es un reducto de oligarcas golpistas, hay que minimizar el peligro planteado por el dengue porque de lo contrario se vería afectada la imagen nacional, y la inseguridad ciudadana es un problema inventado por los medios de comunicación. Como suele suceder cuando alguien se anima a criticar "el relato" oficialista, sus autores, los Kirchner, reaccionaron con furia ante la "traición", de ahí las presiones contra Scioli para que se deshiciera del hereje.
Lo que le sucedió a Montoya no puede sino incidir en la conducta de muchos funcionarios y otros que se han visto obligados por el gobierno kirchnerista a participar de la farsa electoral que tiene en mente. Si bien en el corto plazo cualquier síntoma de "deslealtad" puede resultarles costoso, puesto que se verán expulsados sin miramientos del redil, en el mediano podría suponerles muchas ventajas ya que les permitiría adquirir la reputación de ser personas respetables, de principios firmes, que toman en serio sus responsabilidades hacia la ciudadanía. Conscientes de que para muchos es muy antipático el autoritarismo de la pareja gobernante y de que a Scioli no lo ayuda su subordinación un tanto obsecuente al ex presidente, por lo menos algunos se sentirán tentados a rebelarse acercándose antes de que sea tarde a las huestes de Solá y Francisco de Narváez. Dicho de otro modo, parece más que probable que resulten contraproducentes los esfuerzos frenéticos de los Kirchner por frenar el éxodo que día a día está debilitando su movimiento personal. Por cierto, el ejemplo brindado por Montoya desprestigiará aún más el novedoso esquema electoralista concebido por el ex presidente según el cual las listas de candidatos oficialistas estarán encabezadas por hombres y mujeres que no tendrán ninguna intención de ocupar los escaños por los que en teoría se habrán postulado, al recordarles a los votantes de que se trata de una estafa impúdica. Asimismo, los comentarios del ex recaudador, un funcionario que era considerado eficaz, si bien excesivamente mediático, acerca de la propensión tanto de los Kirchner como de sus colaboradores más leales a aislarse cada vez más del resto del país, cerrando los oídos para no escuchar opiniones que encuentran molestas y resistiéndose sistemáticamente a dialogar, contribuirán a consolidar la impresión generalizada de que el ciclo de los santacruceños está aproximándose a su fin.