Por depender tanto la evolución de las diversas economías de la confianza de los inversores, empresarios y consumidores, sería de suponer que todos los gobernantes y los funcionarios internacionales influyentes tratarían de convencer a la gente de que lo peor ya pasó y que por lo tanto el crecimiento no tardará en reanudarse. Será por eso que hace poco el ex presidente y virtual ministro de Economía nacional, Néstor Kirchner, afirmó que el país no está en recesión como dicen muchos especialistas y el presidente norteamericano Barack Obama juró ver señales de esperanza, si bien insistió en que aún será preciso superar algunas dificultades. En cambio, el director gerente del FMI, el francés Dominique Strauss-Kahn, se encargó de echar un balde de agua fría sobre los optimistas que creen que la crisis no será tan terrible como dicen los agoreros aseverando que el 2009 será un "año horrible" afeado por una recesión mundial muy profunda y que "nadie se escapará". Aunque es de suponer que Strauss-Kahn ha basado su pronóstico lúgubre en datos concretos, el que lo haya formulado de manera tan impactante no podrá sino incidir en la conducta de una multitud de agentes económicos que, informados de que les aguarda un período acaso prolongado de carestía, serán aún más reacios que antes a invertir, gastar y crear empleos.
En muchos países voceros oficiales han acusado a los medios de difusión de agravar la situación al concentrarse en las malas noticias y pasar por alto las que harían pensar que la economía local ya ha tocado fondo y la tan ansiada recuperación está en marcha. No se equivocan por completo: en circunstancias como las actuales, es muy fuerte la tentación de describir el panorama existente en términos apocalípticos y buscar en el léxico palabras adecuadas para calificar el revés más reciente. Mientras que hace apenas un año la mayoría de los comentaristas y, no hay que olvidarlo, economistas profesionales hablaba maravillas de la ola de prosperidad que inundaba a los países ya ricos y mejoraba los ingresos de decenas de millones en China, la India y otros pobres, desde el colapso del banco de inversión Lehman Brothers casi todos han preferido hacer gala de su pesimismo. Así, pues, parecería que quienes contribuyeron a inflar la burbuja cuyo estallido provocó la crisis actual están resueltos a asegurar que el derrumbe resultante sea igualmente espectacular. Entre los optimistas de ayer que se han transformado en pesimistas están Strauss-Kahn y los integrantes de su equipo técnico, ya que el FMI había previsto que el 2009 no sería del todo "horrible" sino, por el contrario, bastante ameno puesto que en el peor de los casos la economía internacional se desaceleraría levemente luego de una etapa de crecimiento frenético. No se cumplieron aquellas previsiones fondomonetaristas; es de esperar que las recién formuladas por el director gerente también resulten equivocadas.
Que con escasas excepciones los políticos profesionales no entiendan muy bien lo que está sucediendo puede considerarse lógico, pero es desconcertante que los economistas mismos se hayan dejado sorprender tanto por el final abrupto del boom que, según parece, fue posibilitado por la voluntad de los consumidores norteamericanos de endeudarse hasta el cuello para comprar cantidades inmensas de bienes producidos en China. Aunque la consternación que sienten casi todos los economistas -salvo aquellos pocos que, como siempre ocurre cuando los mercados caen estrepitosamente, se han hecho famosos porque lo previeron- puede servir de consuelo para algunos, hará aún más difícil la salida de la crisis. Frente al desprestigio de los expertos, los políticos estarán aún menos dispuestos que en el pasado a prestar atención a sus advertencias, lo que aumenta el riesgo de que cometan errores que tengan consecuencias muy negativas. Asimismo, el que tantos parezcan decididos a asumir una postura presuntamente "realista" vaticinando años de recesión mundial, cuando no una depresión severa, acarrea el peligro de que los demás que a pesar de todo siguen confiando en su capacidad para prever el rumbo que tomará la economía internacional opten por prepararse para un período largo de austeridad, lo que condenaría a centenares de millones de personas a recaer en la pobreza.