Cuando mi hermana Margarita me entregó esta carta -ajada, sin sobre- mi primer impulso, como me pasa con la pila de cartas que recibió mi familia cuando estuve detenida en Villa Devoto y otros "obligados retiros espirituales", como decía el padre Lombardi, que en paz descanse (que fue párroco de mi ciudad en algún momento de esos "retiros"), mi primer impulso, le decía, fue guardarla. Estos presentes de mi pasado me queman en las manos.
Por alguna razón esta vez resistí pretextar "la leo después" y afronté mi propia letra, chiquitita, porque había que usar al máximo las dos hojas permitidas, y lo primero que me impactó fue la fecha: 21 de setiembre de 1981. Exactamente un mes después yo trasponía esos muros y cruzaba la calle y me abrazaba con mi hermano en medio del tránsito. Del otro lado, en el barcito donde por años esperaron horas y horas la visita, estaba mi madre.
En el texto se percibe esa urdimbre de alegría e incertidumbre porque, según escribí, ya se ha reunido el "cónclave", entidad formada por los servicios de inteligencia, el director de la cárcel, el cura -sí, el cura- y otros que no sabré nunca, y que me han dicho que mi libertad estaba en consideración. "Esperemos como siempre, mezcla de esperanza y prudencia, que nos ha hecho durar hasta ahora".
Y aquí viene lo que creo es un mensaje para mi hoy, que afronto la posibilidad de cambios significativos y reconozco la urdimbre de esperanza e incertidumbre. Con un detalle, no menor: esta vez decido yo. Lo cual es, si se quiere, terrible. Erich From lo trató, y es hermoso, en "El miedo a la libertad". Se lo recomiendo.
Esto le digo a mi madre en esa carta: "Me han ayudado mucho y me ayudarán este tiempo que falta, esas hermosas palabras tuyas: preparate para dejar allí tus momentos ingratos, y que tu carga sea de todo lo que rescataste de positivo".
Le juro, me estaba hablando del cambio que afronto, me estaba alentando y como me ha pasado tantas veces con esta sabia mujer, Margarita Isabel, en determinadas circunstancias una expresión suya vuelve a mi conciencia y dice algo. (¿Es sólo una expresión? ¿Están todos los tiempos juntos y sólo un artilugio de la mente, una necesidad de cordura, los ordena y les pone tiempos verbales? A veces creo sentir...)
Así que he recibido una carta de mi madre -ella sí que estoy segura de que descansa en paz, del cura ése no sé- y ¡qué hermoso es recibir una carta! La última fue de mi sobrina Clarita, una carta que fue un deber escolar, y me eligió a mí, y el correo me trajo un sobre con letra manuscrita y un corazón dibujado, oh, qué maravilla es recibir una carta así, cuando todos los sobres que llegan son cuentas, informes, apercibimientos... dígame, ¿cuánto hace que no escribe, que no recibe una carta carta?
Y ahora, mientras le escribo, miro mi preciosa enredadera de mil colores, una gloriosa estampa de otoño, verde, rojo, naranja, amarillo, la miro porque será, quizá, una de esas imágenes que irán en mi mochila de lo positivo. Apenas empezada la mañana me llamó mi cuñada-hermana Marcela, y cuando le cuento mis planes me aporta otro mensaje, también de su madre -que afortunadamente está en este presente- tan sabio y claro como el otro: "Vos dale para adelante, que lo de atrás sale solo". ¿No es precioso? Mensajes, mensajes.
Y me voy despidiendo, de a poco, de usted y de este espacio que fue -es aún- mi hogar, voy cargando en la mochila todo lo hermoso que he vivido aquí y voy dejando, piedra a piedra, miedo a miedo, otros momentos que albergaron estas paredes, momentos tristes y terribles, como entonces, en aquellos años duros.
Le hice caso a mi madre: cuando rememoro Devoto, Rawson, La Floresta, Olmos, están las compañeras y sus risas y las mías y la solidaridad compartida y entonces la mochila se convierte en alas. Como ahora.
MARÍA EMILIA SALTO
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