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Obama y Cuba | ||
Puesto que en términos políticos el embargo comercial estadounidense contra Cuba ha resultado contraproducente, ya que merced a él la dictadura castrista y sus simpatizantes han podido atribuir el estado penoso de la economía de la isla al imperialismo yanqui, la decisión del presidente Barack Obama de suavizarlo puede considerarse muy positiva. Aunque sólo se trata de un cambio táctico, no estratégico, porque el embargo que fue ordenado hace casi medio siglo por John F. Kennedy y mantenido por sus sucesores, incluyendo a sus correligionarios demócratas Jimmy Carter y Bill Clinton, sigue en pie, el que en adelante los norteamericanos de origen cubano puedan visitar a sus familiares con mayor frecuencia y enviarles más remesas será tomado por un gesto de buena voluntad hacia el pueblo cubano pero no hacia el régimen comunista. Como subrayaron los voceros de la Casa Blanca, lo que quiere hacer el gobierno norteamericano es impulsar la democratización de Cuba, o sea, apurar la eventual caída de la dictadura, además de asegurar un mayor respeto por los derechos humanos básicos de la población. Así lo entendió el ex presidente cubano Fidel Castro, quien reaccionó afirmando que "Cuba no extenderá jamás sus manos pidiendo limosna". A diferencia de sus antecesores en la Casa Blanca que esperaron que el aislamiento sirviera para asfixiar la dictadura, Obama ha apostado a que una forma más eficaz de debilitarla consistiría en estimular las comunicaciones entre Cuba y Estados Unidos, de ahí el anuncio de que empresas norteamericanas podrían ayudar a "aumentar el flujo de información entre cubanos y entre éstos y el mundo exterior" invirtiendo en cables ópticos, servicios de telefonía móvil y enlaces satelitales. Se trata de un desafío a un régimen que siempre ha estado aún más resuelto que el gobierno estadounidense a mantener aislados a quienes viven en Cuba por miedo a que, como los alemanes de la ex "República Democrática", encontraran irresistible el atractivo de la floreciente sociedad capitalista vecina. Si los hermanos Castro rehúsan permitir la apertura planteada por Obama, no cabrá duda en cuanto a los responsables de impedir que los cubanos aprovechen las ventajas brindadas por las comunicaciones globalizadas, pero si la aceptan, correrán el peligro de verse desbordados por la voluntad popular de disfrutar las libertades que tienen no sólo sus parientes de Estados Unidos sino también la mayoría abrumadora de los demás latinoamericanos. Por supuesto que no ha sido casual que el gobierno norteamericano haya optado por atenuar el embargo días antes de celebrarse en Trinidad y Tobago una nueva edición de la Cumbre de las Américas. Para la mayoría de los gobiernos de la región, la "solidaridad" latinoamericana tiene menos que ver con las relaciones entre los distintos pueblos que con las meramente gubernamentales. Aunque casi todos dicen estar en favor de la democracia, muy pocos han sido reacios a hacer gala de la simpatía que sienten por la dictadura primero de Fidel y últimamente de Raúl Castro. Se supone, pues, que en Trinidad y Tobago muchos procurarán convencer a Obama de la conveniencia de levantar por completo el embargo -nunca fue un "bloqueo" ya que otros países han podido intercambiar bienes y servicios con Cuba sin tener que enfrentar a la Armada estadounidense-, pero no es demasiado probable que prosperen sus esfuerzos en tal sentido. Los integrantes del gobierno norteamericano son tan conscientes como el que más de que hay un peligro de que los cambios que acaban de anunciarse puedan servir para prolongar la vida de un régimen anacrónico y a menudo cruel que por motivos no tanto ideológicos cuanto de orgullo nacionalista se las ha arreglado para depauperar a sus compatriotas que, antes de la revolución comunista, gozaban de un nivel de vida que estaba entre los más altos de la región, equiparable con el de la Argentina de cincuenta años atrás, además de pisotear los derechos humanos con la misma brutalidad que las dictaduras militares de retórica derechista, pero frente al fracaso evidente del embargo que fue intensificado por Clinton y, más aún, por George W. Bush, es lógico que hayan optado por una variante menos rígida que, es de esperar, resultará ser mucho más eficaz. | ||
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