Hace poco más de un mes y medio, unos delincuentes asesinaron a un amigo de Susana Giménez. La diva montó en cólera y dijo que "el que mata debe morir". Alguna gente del espectáculo -el cantor de tangos Cacho Castaña por ejemplo- adhirió a ese pensamiento bíblico derivado del proverbio "el que a hierro mata a hierro muere", pero la dirigencia política se pronunció en contra. Susana quiso entonces -tal vez pensando en el rating de su programa de tevé- volver sobre lo que había dicho, pero como ya estaba metida en el pantano lo logró sólo a medias. En San Juan, donde había viajado para "amadrinar" una llamada "Fiesta Nacional del Sol" (también tienen en esa provincia astronómica el Valle de la Luna), explicó que no estaba de acuerdo con la pena de muerte. Lo que pasó fue que "estaba recaliente y dolida" por la muerte de su amigo y por eso dijo más de lo que quería decir.

Pero no paró ahí. Como para hacer ver que ella estaba muy lejos de los extremos arremetió contra "los de los derechos humanos", recomendándoles que fueran a las villas (que ella, al parecer, visita cotidianamente) "donde se venden las drogas que enloquecen a los chicos".

Excavando hasta lo más hondo en la profundidad de su pensamiento, intentó una digresión sobre lo que está pasando en la Argentina diciendo que "el pueblo argentino siempre ha sido muy manso" y que "en otros países la gente reacciona más".

La estrella -a la que todavía no se le ha ofrecido ninguna candidatura- sentenció que la mayoría del país piensa como ella, y en una clara demostración del barullo cerebral que se le desató, insistió en que el que mata debe morir pero señalando que "eso no es la pena de muerte"(¿?).

Eso sí. Susy dijo que ella es católica. Como tal, no perdió la oportunidad de ocuparse de los menores que delinquen. Se le pasó decir que "entran por una puerta y salen por la otra" (todavía no existe el juzgado con una sola puerta), pero protestó indignada: "No quiero la pena de muerte, pero tampoco quiero que si un tipo es un sádico y mata, tenga un mes de cana porque tiene 18, 15 ó 16 años".

Ella no conoce mucho del tema de la imputabilidad de los menores. No sabe, por ejemplo, que un menor de 18 años es imputable, con lo cual si mata con sadismo le pueden dar perpetua. Pero hay que ser indulgente con la gente del espectáculo, porque en ese espacio de la cultura hay que ser superficial si lo que se busca es el éxito.

A favor de Susana hay que rescatar los contenidos premonitorios de su programa, porque si bien omitió a los menores de 15 en su alusión a los sádicos que matan, también abordó el tema. Y hace dos días, el coro represivo se volvió a alzar porque un chico de 14 mató a balazos a un padre de familia en Valentín Alsina, partido de Lanús, cuyo intendente será candidato "testimonial" (o sea que será pero no será) a diputado nacional por la provincia de Buenos Aires. Los vecinos de la víctima reaccionaron de un modo que desmiente eso de "pueblo manso". No sólo capturaron al asesino sino que, sumando delitos menores al mayor, atacaron a la policía y también al fiscal penal de turno que llegó al lugar en cumplimiento de su deber.

En medio de la ola de rabia causada por el crimen, Carla, la hija mayor de Daniel Capristo, 45, la víctima, puso un toque de sabiduría. "No estamos de acuerdo con la violencia, mi viejo era un tipo pacífico y nosotros defendemos estos valores". Y remató: "Yo creo que si en el 2001 pudimos sacar a un presidente, juntos podemos terminar con esto".

No puedo asegurarlo, pero me atrevería a decir que, como están las cosas, es más fácil terminar con un gobierno que "con esto". Pero, como quiera que sea, tiene un enorme valor el "juntos podemos" de Carla que -esto sí me atrevo a decirlo- se relaciona más con el daño que le hicieron al país las dictaduras militares sumadas a los diez años de menemismo, que a la implantación de la pena de muerte y la imputabilidad de los menores desde los 14 años.

Desde la caída del peronismo en 1955 -que en su debe dejó en nueve años crímenes que no superaron la docena- se produjo un "crescendo" gradual de la represión contra revueltas subversivas que hizo cumbre con el Proceso. A la par crecieron la pobreza, la indigencia, la delincuencia común, la corrupción más grosera, el desempleo, el deterioro de los servicios de salud y educación públicos.

Ese fenómeno, común a muchos de los países que rodean al dorado mundo desarrollado, arrojó a la delincuencia a millones de personas. En otros bonancibles tiempos esas personas tuvieron la opción de ser obreros fabriles, empleados, profesionales. En estos tiempos optaron -sobre todo los jóvenes- por un nuevo oficio, riesgoso pero mejor retribuido: el del delito. Y para superar el miedo al peligro llegó la droga, el "paco", residuo de la cocaína que consumen los pobres de este mundo en constante crisis que, cada vez más, se tienen que arreglar con los sobrantes que dejan los pudientes.

Esos millones de personas ya no tienen retorno. Como un albañil, un electricista, un payaso de circo, un cantor, un actor, un empleado de banco o un vigilante, han aprendido un oficio. Es peligroso, no brinda obra social ni jubilación, pero es más descansado y, si hay profesionalidad, deja buenos ingresos.

Tengo la impresión de que esto no se arregla matando al que mata, bajando la edad de imputabilidad, levantando muros (como quiso hacerlo un intendente de escasas luces), ni refugiándose en barrios privados. Francamente, no sé como se arregla, pero creo que lo que propone Carla está bien.

JORGE GADANO

jagadano@yahoo.com.ar